jueves, 30 de mayo de 2013

EN MEDIO DE LA CRISIS

2 de junio de 2013
El Cuerpo y la Sangre de Cristo
Lucas 9, 11 -17
 
La crisis económica va a ser larga y dura. No nos hemos de engañar. No podremos mirar a otro lado. En nuestro entorno más o menos cercano nos iremos encontrando con familias obligadas a vivir de la caridad, personas amenazadas de desahucio, vecinos golpeados por el paro, enfermos sin saber cómo resolver sus problemas de salud o medicación.

Nadie sabe muy bien cómo irá reaccionando la sociedad. Sin duda, irá creciendo la impotencia, la rabia y la desmoralización de muchos. Es previsible que aumenten los conflictos y la delincuencia. Es fácil que crezca el egoísmo y la obsesión por la propia seguridad.

Pero también es posible que vaya creciendo la solidaridad. La crisis nos puede hacer más humanos. Nos puede enseñar a compartir más lo que tenemos y no necesitamos. Se pueden estrechar los lazos y la mutua ayuda dentro de las familias. Puede crecer nuestra sensibilidad hacia los más necesitados. Seremos más pobres, pero podemos ser más humanos.

En medio de la crisis, también nuestras comunidades cristianas pueden crecer en amor fraterno. Es el momento de descubrir que no es posible seguir a Jesús y colaborar en el proyecto humanizador del Padre sin trabajar por una sociedad más justa y menos corrupta, más solidaria y menos egoísta, más responsable y menos frívola y consumista.

Es también el momento de recuperar la fuerza humanizadora que se encierra en la eucaristía cuando es vivida como una experiencia de amor confesado y compartido. El encuentro de los cristianos, reunidos cada domingo en torno a Jesús, ha de convertirse en un lugar de concienciación y de impulso de solidaridad práctica.

La crisis puede sacudir nuestra rutina y mediocridad. No podemos comulgar con Cristo en la intimidad de nuestro corazón sin comulgar con los hermanos que sufren. No podemos compartir el pan eucarístico ignorando el hambre de millones de seres humanos privados de pan y de justicia. Es una burla darnos la paz unos a otros olvidando a los que van quedando excluidos socialmente.

La celebración de la eucaristía nos ha de ayudar a abrir los ojos para descubrir a quiénes hemos de defender, apoyar y ayudar en estos momentos. Nos ha de despertar de la “ilusión de inocencia” que nos permite vivir tranquilos, para movernos y luchar solo cuando vemos en peligro nuestros intereses. Vivida cada domingo con fe, nos puede hacer más humanos y mejores seguidores de Jesús. Nos puede ayudar a vivir la crisis con lucidez cristiana, sin perder la dignidad ni la esperanza. 
José Antonio Pagola.


miércoles, 29 de mayo de 2013

Oxigenar la vida


El avión está a punto de despegar y la azafata hace los gestos de las recomendaciones oportunas, apenas pongo atención, salvo en una frase que ya he retenido otras veces: «No olvide ponerse la mascarilla de oxígeno antes de ayudar a los demás». Creo que nuestro primer impulso sería ayudar y luego buscar la mascarilla. Pero no puede ser así. Me evocaba la invitación de Jesús que recoge Mateo: «…ama al prójimo como a ti mismo». Porque si este amor no está en tu vida, ¿cómo vas a poder ofrecerlo? Si no tienes el oxígeno que necesitas para respirar, ¿cómo vas a poder reanimar a otros?
Me ayuda mirar los conflictos en nuestras relaciones, los roces cotidianos, desde ahí: que queremos ayudarnos y, sin embargo, a veces nos lastimamos porque no tenemos el suficiente oxígeno, el suficiente espacio de amor liberado. En realidad, tenemos dentro mucho más amor del que imaginamos sólo que, a veces, se atasca la fuente y necesitamos «expertos» que puedan desatascarla. Los niños son los más autorizados para ello. Me contaron una historia deliciosa. Una catequista preparaba a la primera comunión a unos pequeños con síndrome de down. Cuando llegó el momento en que tenían que hablarle a Dios, uno de ellos le dijo: «Cura mis pensamientos». ¡Cuánto bien nos hace una petición así¡ Sufrimos, en ocasiones, por la deriva de nuestros pensamientos que nos llevan a suponer, interpretar, enjuiciarnos…Se nos convierten en pensamientos tóxicos, que retienen, sobre todo, las voces negativas y no nos dejan reconocer el don que contiene cada experiencia. Qué liberación cuando los pensamientos se paran y nos crece el espacio para acoger lo que vivimos, sin filtros, sencillamente, tal como acontece.
Leía en estos días que la hormona del amor y de los vínculos es la oxitocina. Cuando tenemos niveles altos de esta hormona en nosotros se producen sentimientos de confianza, apertura, calma, conexión, que facilitan el sentir benevolencia y afecto. Ojalá podamos ayudarnos unos a otros a oxigenar la vida, a alimentar, cada día, esos niveles de oxitocina adentro, para poder respirar con más anchura, con más generosidad.
Cuando el vuelo toma tierra cae la tarde sobre Roma. La ciudad se muestra con una luminosidad contenida, nunca me había parecido tan hermosa.

Pequeñas historias: 

Sanar la mirada

“Jesús, compadecido, extendió la mano y lo tocó” ( Mc 1, 40-45 )
La otra tarde me senté una plaza, a mi alrededor algunos ancianos, madres con niños y en un banco cercano un chico que me miraba demasiado fijamente. Saqué mi cuaderno y me puse a escribir cosas que quería retener. De vez en cuando levantaba los ojos y allí estaba él, observándome sin mover pestaña. Entonces decidí no volver a mirar, por esos pequeños miedos que de repente nos entran ante los desconocidos. No habían pasado ni diez minutos cuando él se levantó y se acercó hacia mí pidiéndome permiso para sentarse a mi lado.
Fue entonces cuando me di cuenta de que a pesar de su aspecto masculino y de su corte de pelo, no era un hombre sino una mujer. Me pidió un trozo de papel y un bolígrafo y se los presté, la vi escribir su número de móvil y me entregó una nota donde con letra grande decía: “Aquí tienes una nueva amiga. Tu María”.
De pronto, el temor dio paso a una dulzura amable ante aquella mujer herida en busca de compañía. Me conmovió que firmara “tu María”, ¡qué necesidad de pertenencia tenemos todos¡ -pensé. De ser para alguien, de importar a alguien, de pertenecer a alguien. Me habló de su madre y de un bar que conocía, yo la escuché siguiéndola, regalándole unos minutos de confianza y de cariño. Diciendo que si podía la llamaría aunque sabía que no iba a hacerlo, era por ver emerger una sonrisa en su rostro. Y sus ojos idos y melancólicos se cubrieron de luz. Sentí que ella también me embellecía a mi: “Te vi sola y tan bonita…”, me dijo. Al despedirla le tendí la mano  y ella me pidió un beso que también me devolvió. Fueron sólo unos minutos, probablemente no la vuelva a encontrar, tenía signos de dolor y de locura en su cara, pero en aquellos instantes sólo era una mujer herida buscando un rostro donde poderse mirar.
Me viene el recuerdo de María ante el relato de hoy. No fue un “milagro” lo que curó al leproso, a no ser que al afecto, la ternura y la compasión por el otro lo llamemos así. Al leproso lo curó que Jesús lo mirara, reparara en lo que le decía y lo tocara. Sobre todo que posara sus manos buenas sobre su piel herida y sobre su vida marginada. El toque sanador de Dios a través de las manos de Jesús fue lo que devolvió a aquel hombre su dignidad y su belleza.  ¡Y qué necesitados estamos todos de toques así!
María me tocó aquella tarde al regalarme su compañía y su atención, ella me curó mis ojos ciegos y mi estrecho amor.
 Maite Lopez

lunes, 27 de mayo de 2013

Sólo Cristo Hillsong

 

En reposo, en silencio sé que tú eres Señor.
Al estar en tu presencia sé que hay restauración.
Al oír tu dulce voz,
Te seguiré mi rey, mi Dios.

No hay nadie como tú, sólo Cristo.
Moriste por mí en la cruz, viviré para alabar.

En el caos, en tormenta sé que
Sigues siendo Dios.
Cuando siento que soy débil me das
La gracia para seguir.

Al oír tu dulce voz,
Cantaré esta canción.

No hay nadie como tú, sólo Cristo.
Moriste por mí en la cruz, viviré para alabar.

Mi deleite está en ti,
Mi corazón, toda mi fe
Mi deleite está en ti, por siempre.

No hay nadie como tú, sólo Cristo.
Moriste por mí en la cruz, viviré para alabar.

sábado, 25 de mayo de 2013

UN REGALO PARA TODOS



“Reaviva el carisma que hay en ti” 
                                                 (2 Tim 1,6)

            ¡Cuántos regalos hemos recibido en nuestra vida! ¡Cuántos regalos hemos hecho!... Algunos son materiales, nos los ofrecen en un día significativo: cumpleaños, santo, aniversario, reyes... Cuando estos regalos llegan a nuestras manos ya han vivido muchos momentos intensos, han sido pensados, buscados con ilusión, preparados, adornados... pero sobre todo han sido “mimados” porque a través de ellos reflejamos el amor que  tenemos a la persona a la que vamos a hacerle el regalo. Cuando lo entregamos esperamos cualquier gesto que exprese la ilusión, la sorpresa, la alegría de la persona que recibe nuestro regalo. Observamos su cara, sus manos, sus gestos..., todo lo que nos pueda decir que le agrada nuestro obsequio y todo lo que pueda hacernos ver que también ella descubre en ese regalo nuestro amor.

            Hay otros regalos que no son materiales y que se nos ofrecen cada día: la vida, la fe, la amistad, la paz, la vocación, una sonrisa, una oración, un saludo, un detalle cariñoso... tantas y tantas cosas que se nos regalan y que podemos regalar. Quizá muchas veces no somos conscientes, pero también esperamos con ilusión estos regalos y notamos su ausencia cuando algo los oculta, o los empaña un poco.

            Os invito a imaginar a Dios preparándonos un regalo, ¡cuánta ilusión! ¡cuánto amor!... Si cuanto más conocemos a una persona y más la queremos, más podemos acertar en el regalo que ella desearía, ¡cuánto más puede hacerlo Dios que nos ama y que nos conoce hasta en lo más íntimo de nosotros mismos!, dice el profeta Jeremías que ya antes que hubiésemos nacido El nos conocía. Seguimos imaginando y descubrimos a Dios que nos mira, que observa la alegría, la ilusión, la sorpresa, el agradecimiento con que recibimos su regalo.

            Durante siglos, desde la creación, Dios ha estado haciendo regalos a los hombres... un día deseó hacerle un gran regalo a una mujer, ella le había buscado desde que era niña, había querido recibirle en su casa y había luchado para que incluso le adelantaran este día, la fecha de su comunión, después le había entregado la vida, consagrándose a El, todo lo que hacía y vivía se lo regalaba a Dios y a los hombres, ella misma repetía: “Todo para gloria de Dios y bien de los hombres...”. Dios preparó con ilusión su regalo, el conocía el modo de hacerla feliz, porque sabía que a Mª Rosa Molas tenía que regalarle algo que pudiera ser para los demás y que además fuera universal, estaba seguro de que no se quedaría con su regalo y se lo daría a los hombres; sabía también que no podía ser algo material porque Mª Rosa vivía con lo estrictamente necesario, dicen de ella que no se permitía nada superfluo ni en su uso ni en su obsequio, por lo tanto debía buscar algo profundo y Dios pensó que el mejor regalo que podía ofrecerle era un carisma, un don al servicio de la Iglesia a la que ella amaba profundamente. Dios se sintió muy contento con su regalo y empezó a pensar cuál sería ese carisma...

            Pensó que lo que más necesitaban los hombres era alguien que les hablara al corazón, que tuviera misericordia de ellos, que pudiera comunicar su ternura... Entonces decidió que su regalo sería el carisma de CONSOLAR, el mismo había dicho por medio de su profeta “Consolad, consolad a mi pueblo, hablad al corazón del hombre”(Is 40,1)... buscó el momento oportuno y depositó su regalo en una caja especial, en el interior de Mª Rosa, no era un regalo que iba a abrir en un momento sino que lo iría descubriendo poco a poco, cuando sintiera la fuerza interior que la movía, cuando  pediría ser Hija de la Iglesia, cuando sus gestos y sus palabras hablaran al corazón del hombre, cuando se asociara al sacrificio de Cristo... en todos esos momentos Dios seguía contemplando los gestos y las manos de Mª Rosa que recibían con ilusión cada día el regalo de Dios.

            Como Dios suponía la Madre, como ahora la llamaban los hombres, no podía quedarse el regalo para ella y lo fue entregando primero a sus Hijas, después a los que vivían en la Casa de Misericordia, en los pueblos donde iban abriendo casa y obras apostólicas... y el regalo siguió vivo más allá de su muerte y el regalo sigue vive hoy entre nosotros...El Carisma de la Consolación.



martes, 21 de mayo de 2013

Por qué te adoro


Porque nos amas, tú el pobre.
Porque nos sanas, tú herido de amor.
Porque nos iluminas, aun oculto,
cuando la misericordia enciende el mundo.
Porque nos guías, siempre delante,
siempre esperando,
te adoro.

Porque nos miras desde la congoja
y nos sonríes desde la inocencia.
Porque nos ruegas desde la angustia
de tus hijos golpeados,
nos abrazas en el abrazo que damos
y en la vida que compartimos
te adoro.

Porque me perdonas más que yo mismo,
porque me llamas, con grito y susurro
y me envías, nunca solo.
Porque confías en mí,
tú que conoces mi debilidad
te adoro.

Porque me colmas
y me inquietas.
Porque me abres los ojos
y en mi horizonte pones tu evangelio.
Porque cuando entras en ella, mi vida
es plena
te adoro.
José M. R. Olaizola

Homilia del Papa Francisco en Pentecostés

En este día, contemplamos y revivimos en la liturgia la efusión del Espíritu Santo que Cristo resucitado derramó sobre la Iglesia, un acontecimiento de gracia que ha desbordado el cenáculo de Jerusalén para difundirse por todo el mundo.
Pero, ¿qué sucedió en aquel día tan lejano a nosotros, y sin embargo, tan cercano, que llega adentro de nuestro corazón? San Lucas nos da la respuesta en el texto de los Hechos de los Apóstoles que hemos escuchado (2,1-11). El evangelista nos lleva hasta Jerusalén, al piso superior de la casa donde están reunidos los Apóstoles. El primer elemento que nos llama la atención es el estruendo que de repente vino del cielo, «como de viento que sopla fuertemente», y llenó toda la casa; luego, las «lenguas como llamaradas», que se dividían y se posaban encima de cada uno de los Apóstoles. Estruendo y lenguas de fuego son signos claros y concretos que tocan a los Apóstoles, no sólo exteriormente, sino también en su interior: en su mente y en su corazón. Como consecuencia, «se llenaron todos de Espíritu Santo», que desencadenó su fuerza irresistible, con resultados llamativos: «Empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse». Asistimos, entonces, a una situación totalmente sorprendente: una multitud se congrega y queda admirada porque cada uno oye hablar a los Apóstoles en su propia lengua. Todos experimentan algo nuevo, que nunca había sucedido: «Los oímos hablar en nuestra lengua nativa». ¿Y de qué hablaban? «De las grandezas de Dios».
A la luz de este texto de los Hechos de los Apóstoles, deseo reflexionar sobre tres palabras relacionadas con la acción del Espíritu: novedad, armonía, misión.
1. La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos, planificamos nuestra vida, según nuestros esquemas, seguridades, gustos. Y esto nos sucede también con Dios. Con frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero hasta un cierto punto; nos resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza, dejando que el Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las decisiones; tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos. Pero, en toda la historia de la salvación, cuando Dios se revela, aparece su novedad Dios ofrece siempre novedad, trasforma y pide confianza total en Él: Noé, del que todos se ríen, construye un arca y se salva; Abrahán abandona su tierra, aferrado únicamente a una promesa; Moisés se enfrenta al poder del faraón y conduce al pueblo a la libertad; los Apóstoles, de temerosos y encerrados en el cenáculo, salen con valentía para anunciar el Evangelio. No es la novedad por la novedad, la búsqueda de lo nuevo para salir del aburrimiento, como sucede con frecuencia en nuestro tiempo. La novedad que Dios trae a nuestra vida es lo que verdaderamente nos realiza, lo que nos da la verdadera alegría, la verdadera serenidad, porque Dios nos ama y siempre quiere nuestro bien. Preguntémonos hoy: ¿Estamos abiertos a las “sorpresas de Dios”? ¿O nos encerramos, con miedo, a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de respuesta? Nos hará bien hacernos estas preguntas durante toda la jornada.
2. Una segunda idea: el Espíritu Santo, aparentemente, crea desorden en el Iglesia, porque produce diversidad de carismas, de dones; sin embargo, bajo su acción, todo esto es una gran riqueza, porque el Espíritu Santo es el Espíritu de unidad, que no significa uniformidad, sino reconducir todo a la armonía. En la Iglesia, la armonía la hace el Espíritu Santo. Un Padre de la Iglesia tiene una expresión que me gusta mucho: el Espíritu Santo “ipse harmonia est”. Él es precisamente la armonía. Sólo Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad. En cambio, cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división; y cuando somos nosotros los que queremos construir la unidad con nuestros planes humanos, terminamos por imponer la uniformidad, la homologación. Si, por el contrario, nos dejamos guiar por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca provocan conflicto, porque Él nos impulsa a vivir la variedad en la comunión de la Iglesia. Caminar juntos en la Iglesia, guiados por los Pastores, que tienen un especial carisma y ministerio, es signo de la acción del Espíritu Santo; la eclesialidad es una característica fundamental para los cristianos, para cada comunidad, para todo movimiento. La Iglesia es quien me trae a Cristo y me lleva a Cristo; los caminos paralelos son muy peligrosos. Cuando nos aventuramos a ir más allá (proagon) de la doctrina y de la Comunidad eclesial – dice el Apóstol Juan en la segunda lectura -  y no permanecemos en ellas, no estamos unidos al Dios de Jesucristo (cf. 2Jn v. 9). Así, pues, preguntémonos: ¿Estoy abierto a la armonía del Espíritu Santo, superando todo exclusivismo? ¿Me dejo guiar por Él viviendo en la Iglesia y con la Iglesia?
3. El último punto. Los teólogos antiguos decían: el alma es una especie de barca de vela; el Espíritu Santo es el viento que sopla la vela para hacerla avanzar; la fuerza y el ímpetu del viento son los dones del Espíritu. Sin su fuerza, sin su gracia, no iríamos adelante. El Espíritu Santo nos introduce en el misterio del Dios vivo, y nos salvaguarda del peligro de una Iglesia gnóstica y de una Iglesia autorreferencial, cerrada en su recinto; nos impulsa a abrir las puertas para salir, para anunciar y dar testimonio de la bondad del Evangelio, para comunicar el gozo de la fe, del encuentro con Cristo. El Espíritu Santo es el alma de la misión. Lo que sucedió en Jerusalén hace casi dos mil años no es un hecho lejano, es algo que llega hasta nosotros, que cada uno de nosotros podemos experimentar. El Pentecostés del cenáculo de Jerusalén es el inicio, un inicio que se prolonga. El Espíritu Santo es el don por excelencia de Cristo resucitado a sus Apóstoles, pero Él quiere que llegue a todos. Jesús, como hemos escuchado en el Evangelio, dice: «Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros» (Jn 14,16). Es el Espíritu Paráclito, el «Consolador», que da el valor para recorrer los caminos del mundo llevando el Evangelio. El Espíritu Santo nos muestra el horizonte y nos impulsa a las periferias existenciales para anunciar la vida de Jesucristo. Preguntémonos si tenemos la tendencia a cerrarnos en nosotros mismos, en nuestro grupo, o si dejamos que el Espíritu Santo nos conduzca a la misión. Recordemos hoy estas tres palabras: novedad, armonía, misión.

sábado, 18 de mayo de 2013

jueves, 16 de mayo de 2013

RESULTADOS


Buscando en You Tube una conferencia reciente de Willigis Jager, veo otra más antigua con este título: “La humildad” pero, cuando intento dar con ella, lo que aparece en pantalla es: “esta búsqueda no obtiene resultados”. No me extraña demasiado porque “humildad” y resultados” suelen estar de suyo bastante distanciados, salvo para un puñado de chalados por el Evangelio que andan sueltos por ahí. Busco la palabra “resultado ” en el diccionario de sinónimos y salen a mi encuentro: logro, éxito, provecho y productividad, todos vestidos de Armani, saludándome encantados y sonriéndome con sus dentaduras blanquísimas. Esto es ya otra cosa, pienso, y en este lenguaje ya nos entendemos todos, desde Botín hasta Mourinho, pasando por la SGA , la JMJ y el chino de la tienda de todo a cien, aunque él plonuncie lesultado .
Echándole imaginación, se me ocurre que es como si el Padre, después de arreglarle bien el nudo de la corbata al Hijo y comprobar que no le faltaba nada en el maletín, lo hubiera enviado con esta recomendación: “Hala hijo: a obtener resultados”. No le dio ningún ejemplar del Manual del Triunfador , pero quedaron en que se conectarían cada madrugada para diseñar juntos la estrategia del día.
Empezó por domiciliarse entre nosotros en un pueblo perdido que ni siquiera aparece en la guía Michelin (mal empezamos) y respondía al nombre de Jesús. Estudios, los justitos; el arameo, con acento galileo y el griego, lengua del imperio, flojísimo. Se puso a currar en un taller y algunos pensaron que iba a montar un franquiciado de exportación de maderas. Pero no, fue un chasco para todos: esperó a cumplir los 30, edad evidentemente tardía cuando a esas alturas otros más jóvenes presentan ya resultados exitosos. Y él, sin pisar business school alguna, se puso a buscarlos con métodos rarísimos. Ideas e innovación no le faltaban y parecía emprendedor pero en seguida los entendidos vieron que no paraba de cometer errores: “No está en sus cabales ” comentaban los de su entorno (Mc 3,21): qué desperdicio de recursos y de posibilidades, qué mal le asesoran esos socios insolventes de los que se ha rodeado, qué falta le está haciendo un coach que le espabile y le ayude a establecer un plan en acción con mejores expectativas porque, con el marketing que emplea, que se despida de obtener ganancias. No se puede ir por la vida confesando que no tiene dónde reclinar la cabeza, afirmando que el dinero es como un coágulo en la sangre que te detiene el flujo vital, que a los pobres no hay quien los gane en alegría y que no conoce mejor inversión en bolsa que la de ganarse amigos. Declaraciones como esas generan inestabilidad y alarman a los inversores. Vas derecho a la crisis, chaval, cotizas a la baja, prepárate a la suspensión de pagos o incluso a algo peor.
Y lo peor llegó: fracasó su empresa, se hundió su proyecto, se fugaron sus socios, todo se vino abajo, terminó por quebrarse él mismo. Se reían al verle tan hundido: “Mirad cómo ha acabado el que se empeñaba en arreglar el mundo…” Borraron su nombre de la lista de los vivos, los eficaces, los competentes y los VIPS y pusieron una losa encima de su recuerdo.
No lo consiguieron. Sigue vivo entre nosotros y su memoria continúa transmitiéndose de boca en boca y encandilando a muchos que dedican sus vidas a la empresa creada por él, empeñados en seguir sus mismos extraños métodos de gestión.
Con todos ellos esperamos en silencio el bonus que concede el Padre a los resultados de su Hijo y que inundará de luz la noche...
Dolores Aleixandre.rscj.
 http://bitacoradeperegrinos.net

miércoles, 15 de mayo de 2013

NECESITADOS DE SALVACIÓN


         El Espíritu Santo de Dios no es propiedad de la Iglesia. No pertenece en exclusiva a las religiones. Hemos de invocar su venida al mundo entero tan necesitado de salvación.
         Ven Espíritu creador de Dios. En tu mundo no hay paz. Tus hijos e hijas se matan de manera ciega y cruel. No sabemos resolver nuestros conflictos sin acudir a la fuerza destructora de las armas. Nos hemos acostumbrado a vivir en un mundo ensangrentado por las guerras. Despierta en nosotros el respeto a todo ser humano. Haznos constructores de paz. No nos abandones al poder del mal.
         Ven Espíritu liberador de Dios. Muchos de tus hijos e hijas vivimos esclavos del dinero. Atrapados por un sistema que nos impide caminar juntos hacia un mundo más humano. Los poderosos son cada vez más ricos, los débiles cada vez más pobres. Libera en nosotros la fuerza para trabajar por un mundo más justo. Haznos más responsables y solidarios. No nos dejes en manos de nuestro egoísmo.
         Ven Espíritu renovador de Dios. La humanidad está rota y fragmentada. Una minoría de tus hijos e hijas disfrutamos de un bienestar que nos está deshumanizando cada vez más. Una mayoría inmensa muere de hambre, miseria y desnutrición. Entre nosotros crece la desigualdad y la exclusión social. Despierta en nosotros la compasión que lucha por la justicia. Enséñanos a defender siempre a los últimos. No nos dejes vivir con un corazón enfermo.
         Ven Espíritu consolador de Dios. Muchos de tus hijos e hijas viven sin conocer el amor, el hogar o la amistad. Otros caminan perdidos y sin esperanza. No conocen una vida digna, solo la incertidumbre, el miedo o la depresión. Reaviva en nosotros la atención a los que viven sufriendo. Enséñanos a estar más cerca de quienes están más solos. Cúranos de la indiferencia.
         Ven Espíritu bueno de Dios. Muchos de tus hijos e hijas no conocen tu amor ni tu misericordia. Se alejan de Ti porque te tienen miedo. Nuestros jóvenes ya no saben hablar contigo. Tu nombre se va borrando en las conciencias. Despierta en nosotros la fe y la confianza en Ti. Haznos portadores de tu Buena Noticia. No nos dejes huérfanos.
         Ven Espíritu vivificador de Dios. Tus hijos e hijas no sabemos cuidar la vida. No acertamos a progresar sin destruir, no sabemos crecer sin acaparar. Estamos haciendo de tu mundo un lugar cada vez más inseguro y peligroso. En muchos va creciendo el miedo y se va apagando la esperanza. No sabemos hacia dónde nos dirigimos. Infunde en nosotros tu aliento creador. Haznos caminar hacia una vida más sana. No nos dejes solos. ¡Sálvanos!

José Antonio Pagola

lunes, 13 de mayo de 2013

Siempre es tiempo: tiempo de comenzar

Siempre es tiempo, decía Teresa de Jesús.
Tiempo de abrir una página nueva, de aprender, de compartir. Siempre es tiempo de buscar, de recibir, de esperar. Tiempo de crear, de confiar, de elegir…
Me ofrecen hablar sobre temas de vida contemplativa y, mientras despedía a Jorge, un trabajador rumano que, con grandes dificultades, lucha por salir adelante, pensaba: ¿nuestros temas? ¿cuáles son nuestros temas...? pues las gentes y Jesús, o Dios y el mundo o la humanidad y el Espíritu.
¿Qué otra cosa puede interesarnos, causarnos alegría o preocupación?
Sabemos que Jesús se preocupó por Dios y por los demás. Que vivió desde el Dios de sus entrañas, transparentándolo. Hacer presente su inagotable bondad y amor a través de la fraternidad, la paz, la liberación, parece haber sido su pasión y lo que le llevó a la Pasión: su coherencia al practicar la misericordia hasta el límite. Parece que para Jesús siempre era tiempo, nunca era tarde ni a deshora. Para la misericordia siempre es tiempo, dice la vida de Jesús.

Avisó a sus discípulos de que iban a tener luchas en el mundo, pero les dejó también la clave para poder vivir: «sabed que yo estoy con vosotros». Teresa de Jesús avisaba a sus hermanas de que, ante las dificultades que a veces cercan la vida, no echaran a los tiempos la culpa, porque «para hacer mercedes Dios… siempre es tiempo». Para Él siempre es tiempo de estar con nosotros, alcanzándonos con su misericordia. Siempre, quizás el adverbio más divino: en todo, en cualquier tiempo.
Ojalá descubramos con Él que es nuestro tiempo. Tiempo de gratuidad, de dar gratis lo que gratis recibimos y de permanecer. Tiempo de romper con los sábados que siguen existiendo, de salir de «lo nuestro» para «hacer el bien, salvar una vida», como dice Jesús.
La mies es mucha… la crisis es grande. Es tiempo de que se muevan las entrañas y de que ayudemos a removerlas. Es tiempo de entender aquello de «quiero misericordia y no sacrificios», porque sin misericordia no se abre lo humano ni se intuye lo divino.
Con esto podemos echar a andar y hacerlo con confianza. Siempre es tiempo de comenzar, también lo dijo Teresa: «ahora comenzamos y procuren ir comenzando siempre de bien en mejor»
 
Extraído de:http://www.vidareligiosa.es
Escrito por Gema Juan

 

viernes, 10 de mayo de 2013

Lo ordinario dentro de lo extraordinario


Sarah Coakley




«Porque no sabemos orar…, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables» (Romanos 8, 26).
No, no sabemos orar; y, sin duda, por esa razón el testimonio cristiano de Teresa resulta tan atractivo y cercano. Porque la mayor parte de su primera obra (autobiográfica) la Vida –inspirada, por supuesto, en las Confesiones de Agustín, pero tan deliciosamente diferente de ellas– trata sobre la franca imposibilidad de orar. O, más bien, trata sobre nuestros interminables subterfugios para esquivar la oración, para pensar en razones realmente buenas y totalmente convincentes para no orar, para huir, tan velozmente como nuestras piernas nos lo permitan, de asa apremiante acción del Espíritu de la que habla Pablo, la fuente y la meta de todos nuestros anhelos. Quizá mejor que nadie antes ni después, Teresa nos cuenta –con un detallismo magnífico y casero– cómo no ser santos, antes de mostrarnos lo costoso que resulta serlo.
Y ahí está la gracia: porque –como Teresa misma fue progresivamente consciente en el desarrollo de su oración hacia la unión– la huida que todos hacemos no soluciona nada. El Espíritu está siempre ahí, más cerca de nosotros que nosotros mismos, más cerca de nosotros que quien nos besa, constantemente pidiendo permiso para orar en nuestro interior.
Y por eso, nuestras excusas, evasiones, sequedades, nuestro obstinarnos en la imposibilidad de la oración, no son sino un irónico testimonio de la indeleble voluntad del Espíritu de «venir en nuestra ayuda». Lo que nos desasosiega no es que Dios esté ausente, sino el hecho de que esté tan incontrolablemente presente. Nos recuerda nuestra debilidad, nuestra falta de control, señales de muerte que, cortésmente, esquivamos dando un rodeo. Como la propia Teresa escribe en una de sus Relaciones espirituales, ella escuchó estas palabras de Dios: «No pienses, hija, que unión es estar muy junta conmigo, porque también lo están los que me ofenden, aunque no quieren».
El reconocimiento de que nuestro rechazo del Espíritu es la otra cara de nuestro más profundo deseo de entregarnos a él, signo de nuestra auténtica cercanía a Dios, es precisamente la paradoja de que habla Pablo. Es también el origen del largo relato de Teresa de cómo va cediendo progresivamente control al mismo Espíritu. La imposibilidad humana de orar se convierte en espacio de oración divina.
Lo que inicialmente la condujo (cuando Teresa volvió en serio a la oración) al disfrute espiritual –éxtasis y «favores»– se transformó, al final de su ajetreada vida, en un simple reposo en el Espíritu, monótono y claramente intrascendente. Y casi con desaliento, Teresa descubre, al final del Castillo interior, que el hecho de ceder ante el Espíritu nos convierte en seres más extraordinariamente ordinarios de lo que jamás pudimos imaginar. La vida sigue su marcha, con todas sus pruebas y contrariedades. Sucede que, finalmente, Dios ha tomado asiento en lo más profundo del alma y ya nada lo puede mover de ahí.

«No sabemos orar». Cierto; pero, afortunadamente, el Espíritu de Dios sí sabe, y nos convertirá en santos, si nos atrevemos. Teresa ofrece un inequívoco y atrayente testimonio de ello. O, dicho con los términos enérgicos de su propio discurso de despedida sobre la «unión»: «Pensad lo que quisiereis; ello es verdad lo que he dicho» (7M 2, 11). Así sea. Amén.




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martes, 7 de mayo de 2013

Platos rotos

"...¿Qué tengo que hacer para salvarme?»
Le contestaron: «Cree en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu familia..."

domingo, 5 de mayo de 2013

¿Amor?

 

 La laureada y aplaudida película de M. Haneke merece una reflexión, más antropológica que cinematográfica. Como mi comentario anticipa el final, he querido dejar pasar el tiempo para que los lectores ya la hayan visto.
Soy sólo un vulgar aficionado al cine y no entraré en análisis técnicos. Ha seducido a muchos la sobriedad del director y la interpretación de los dos actores. Sobre todo ella: me faltó tiempo para buscarla por internet en “Hiroshima mon amour”, y sufrir la inevitable comparación entre los dos rostros y los dos cuerpos: el de 1959 y el de 2012. También creo que las secuencias en que intervienen personajes distintos de ellos dos, aunque fueran necesarias no están del todo bien fundidas con el núcleo del filme (la visita del alumno concertista, la despedida de una cuidadora y hasta las visitas, imprescindibles, de la hija). Prescindiendo de estos detalles más técnicos quisiera hacer algunas observaciones que afectan más al guión o, quizá mejor, al fondo de la película.
Algún comentarista evocó la frase bíblica del Cantar de los cantares: “el amor es más fuerte que la muerte”. La película parece invertir esa afirmación para decirnos que la muerte es más fuerte que el amor. En cualquier caso nos encontramos ante una nueva aproximación entre “eros y thânatos”, pero ahora con carácter de oposición. En este sentido, la película resulta ser una refutación del fácil argumento de Epicuro contra la tragedia de la muerte (“no me afecta: porque cuando ella esté yo no estaré y mientras yo estoy ella no está”). Morir no es ausentarse plácidamente sino un ir gastándose constante. Eso da relieve al milagro de la vida que si, por un lado, parece firme autoafirmación (“siento la vida en mí sin transferencia, sin entrega posible” versificó Ridruejo), por otro lado es de una fragilidad increíble, cuya firmeza puede deshacerse en instantes y por detalles mínimos.
Porque ese milagro de la vida está íntimamente ligado al milagro del amor es por lo que amor y muerte se relacionan también estrechamente. Si Gabriel Marcel intuía que “amar a una persona es decirle: tú no puedes morirte”, Haneke muestra lo que hay de iluso en esa frase. No obstante, la mejor literatura ha polemizado con el pesimismo de Haneke: basta con leer el soberbio “Llibre d’absències” de Martí i Pol para atisbar que quizás el pesimismo del director alemán no tenga la última palabra. El protagonista de Amor no habría podido escribir esas páginas a su mujer. Ni tampoco aquellos versos de L. Panero: “te miro y pienso en las cosas – que no se acaban jamás – porque Dios las ha mirado – y no las puede olvidar.- Una noche cerraremos – nuestros ojos, lo demás – es del viento y de la espuma – pero el amor vivirá”.
El amor vivirá. Desde la apuesta por esa identidad del amor y la vida, identidad milagrosa dada la fragilidad de ambos en nosotros, surgen algunas preguntas al guión de la película que tienen que ver con el amor, y que justifican el interrogante que he puesto en el título. Por muy comprensible que sea, faltaba amor en la exigencia de ella: “prométeme que nunca me llevarás a un hospital”. En esa escena se me encendió una primera luz de alarma. Él se niega de entrada a esa promesa y, al final, la hace más forzado que amante: promete algo superior a sus fuerzas que me evocó la bravata de san Pedro ante Jesús (“aunque todos te abandonen, yo no”). Si el amor es un milagro y un regalo, no debemos atribuírnoslo olvidando nuestra pequeñez: porque luego Pedro negará a Jesús y el protagonista de la película vivirá su amor como un imperativo categórico que le ata más allá de sus fuerzas. Así se vuelve normal que acabe matándola; y resulta significativo que no le prepare una muerte dulce (que hubiera sido lo lógico) sino violenta: fruto más de su propia desesperación y falta de fuerzas que del deseo de evitarle dolor a ella. Esa escena del ahogo en que se ven las piernas de ella debatiéndose, con la resistencia normal de la vida ante todo ataque, me resulta de las más significativas de la película.
En la vida real (y esto me parece otro fallo de guión) él habría ido sintiendo que no podía más y era el momento de consultar a un amigo, cura, médico… en lugar de enquistarse en la obligación de su promesa. Quizás era el momento de quebrantar ésta con tranquila conciencia, y llevarla a un hospital, no sé (caben aquí varias posibilidades). En cualquier caso, la película no es una defensa de la eutanasia: puede ser leída como una lección de que amor y obligación no son lo mismo y crecen en proporciones inversas; o como una advertencia de que amar no es creerse omnipotente sino creer que se está recibiendo una fuerza maravillosa que no es propia y que nos desborda. Cuando no se viva así, estaremos todavía ante copias más o menos pálidas del amor.
Y esto merece ser puesto de relieve, porque nunca ahondaremos bastante en ese triple (¿trinitario?) misterio de vida, amor y muerte que tanto nos envuelve.
J. I. González Faus.