miércoles, 28 de marzo de 2012

la estrella de la vocación


Si yo tuviera que decir cuál es la mayor de las bienaventuranzas de este mundo señalaría, sin vacilar, que la de poder vivir de lo que uno ama. A continuación añadiría que una segunda y formidable bienaventuranza, aunque de segunda clase, es llegar a amar aquello de lo que uno vive.

Pero, curiosamente, parece que son pocos los que disfrutan de la primera y no muchos más los que conquistan la segunda. Porque charlas con la gente y casi todos te hablan mal de sus trabajos.- son abogados, pero sueñan ser escritores; médicos, pero les hubiera entusiasmado ser directores de orquesta; obreros, pero habrían sido felices siendo boxeadores o futbolistas. Son pocos, en cambio, los que reconocen haber nacido para ser lo que son y los que no se cambiarían de tarea si volvieran a nacer. Pero aún es más grave descubrir que un altísimo porcentaje de los humanos se muere sin llegar a descubrir cuál era su verdadera vocación. Y uso esta palabra en todo su alto y hermoso sentido.

Todos hemos sido llamados, por de pronto, a vivir. Fuimos, después, llamados al gozo, al amor y a la fraternidad, otras tres vocaciones universales. Y fuimos finalmente llamados a realizar en este mundo una tarea muy concreta, cada uno la suya. Todas son igualmente importantes, pero para cada persona sólo hay una -la suya- verdaderamente importante y necesaria. Porque la vocación no es un lujo de elegidos ni un sueño de quiméricos. Todos llevan dentro encendida una estrella. Pero a muchos les pasa lo que ocurrió en tiempos de Jesús: en el cielo apareció una estrella anunciando su llegada y sólo la vieron los tres Magos.

Efectivamente, no es que la luz de la propia vocación suela ser oscura. Lo que pasa es que muchos las confunden con las tenues estrellas del capricho o de las ilusiones superficiales. Y que, con frecuencia, como les ocurrió también a los Magos, la estrella de la vocación suele ocultarse a veces -y entonces hay que seguir buscando a tientas- o que avanza por los extraños vericuetos de las circunstancias. Y, sin embargo, ninguna búsqueda es más importante que ésta y ninguna fidelidad más decisiva. Todas las grandes cosas o salen de una pasión interior o amenazan inmediata ruina.

Supone después capacidad, coraje y lucha. Una vocación no es un sueño, un caprichillo pasajero, menos un afán de notoriedad. Todas las aventuras espirituales son calvarios. Y el que se embarque en una verdadera vocación sabe que será feliz, pero no vivirá cómodo. Supone, sobre todo, terquedad en la entrega. Un escritor que se desanima al segundo fracaso mejor es que no intente el tercero, porque no nació para eso. Sólo tiene vocación el que no sería capaz de vivir sin realizarla. Pero benditos los que saben adónde van, para qué viven y qué es lo que quieren, aunque lo que quieran sea pequeño. De ellos es el reino de estar vivos.

José Luís Martín Descalzo (Razones para la alegría)

sábado, 24 de marzo de 2012

Te prometo. Campaña del Seminario 2012

Te prometo que tienes una vocación y que puedes descubrirla, secundarla, y vivirla íntegramente. Te prometo que si escuchas y permaneces abierto a la Palabra, alcanzará tu corazón cuando menos te lo esperes y no te abandonará jamás. Te prometo que esta vocación te centrará decididamente en lo más -y único- importante de la vida, y que sentirás más de una vez que todo tiene sentido. Te prometo que las fuerzas, para quien responde a Dios y se deja conducir, no serán sólo las suyas, las que se entusiasman un día y al siguiente desaparecen, sino que saldrán del interior y de lo profundo con vigor. Te prometo que llegarás a lugares del corazón del hombre que no se han pisado hasta ese momento, y que recibirás sabiduría e inteligencia para hacerlo con delicadeza, con mucho amor y respeto por quien tienes delante. Te prometo que no pasearás por el mundo solo y sin familia, y que cualquier ciudad del mundo, o pueblo, se llenará para ti de hermanos y hermanas, de padres y madres que cuidarán de ti, te harán sentirte en casa. Te prometo que el trabajo y el tiempo serán algo más que trabajo y tiempo, y que medirás la realidad con unos criterios bastante diferente a los acostumbrados. Te prometo que tomarás decisiones que te admirarán y sorprenderán a ti el primero. Te prometo que el mundo será un misterio que aprenderás a escrutar e investigar con respeto, y mucho más la persona, para ti infinita y permanente. Te prometo que, si es lo que Dios quiere para ti, el miedo aparecerá y podrás superarlo, querrás superarlo, vivirás para Alguien y no para algo, por Alguien y no por algo, en Alguien y no algo.





Te lo prometo, no en mi nombre y por mí, sino con la experiencia de mi propia vocación, de mi propia respuesta, de mis debilidades y fortalezas, de mis grandezas y pequeñeces, de todo cuanto se me hace fácil y de aquello en lo que no soy capaz de avanzar y tropiezo a menudo. Te lo prometo, pasándote el relevo que a mí me dieron, que no es nuestro sino del Señor, del Dios vivo y verdadero, del mismo Jesucristo que nos reúne y se hace presente en la Eucaristía, en la Palabra, en el misterio de la Iglesia, en los pequeños y en los pobres, y en cada acontecimiento… Te lo prometo en su nombre, no en el mío. Te prometo que, si respondes con libertad y confianza, será tu horizonte, tu realidad, tu existencia, tu camino, tu verdad, tu todo. Ahora, que has escuchado, te toca responder a la promesa. Si es lo que Dios quiere, te va la vida en ello. La tuya, y la de otros que te necesitarán, te escucharán, te sentirán cerca.

viernes, 16 de marzo de 2012

Me gusta la gente que vibra

Estas palabras del Maetro Benedetti son para leerlas muy despacio... Seguro que te ves reflejada/o en ellas.

martes, 13 de marzo de 2012

El prójimo como pobre

Mi prójimo es aquel que tiene derecho a esperar algo de mí.

Aquel que Dios pone en el camino de mi historia personal. En algún sentido todo hombre es

potencialmente prójimo (aunque viva en otro continente y yo nunca lo haya encontrado),

pero prójimo real e históricamente es el que yo encuentro en mi vida pues sólo en este caso

hay derecho al acto del amor fraterno. La fraternidad cristiana es una disposición a hacer

de cualquier persona (mi prójimo), si se presenta la ocasión.

El prójimo es el necesitado. En la parábola del samaritano el necesitado es un judío

expoliado y herido. En la parábola del juicio final (Mt 25,31ss) es el hambriento, el sediento,

el enfermo, el exiliado, el encarcelado. En forma muy especial, el prójimo es el pobre, en el

cual Jesús se revela como necesitado. «Lo que hicieron con algunos de estos mis

hermanos más pequeños, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40).

Hay necesitados (pobres) «ocasionales» y «permanentes». No sabemos si el judío

herido de la parábola era sociológicamente pobre; podemos incluso presumir que no lo era,

ya que si fue robado es porque llevaba dinero. Pero en el momento del encuentro con el

samaritano era un pobre y necesitado. Tenía derecho a ser tratado como prójimo. Los ricos

y poderosos son mis prójimos cuando necesitan de mí, aunque sea ocasionalmente. Dar

ayuda a un capitalista o un gobernante perseguido por cambios políticos, cualquiera que

sea su ideología, es un deber cristiano; es tratarlo como prójimo.

Pero la mayoría son pobres y necesitados «permanentes». Son

explotados, marginados y empobrecidos por la sociedad. Son los discriminados por las

ideologías y por el poder. La opción por el pobre que nos ordena el Evangelio es servir a

ese prójimo no sólo como personas, sino como situaciones sociales. Hoy nuestro prójimo

es también colectivo. El judío herido y empobrecido es una situación permanente. Son los

obreros, los campesinos, los indios, los subproletarios...

La opción cristiana no es por la pobreza, porque la pobreza no existe como tal. La opción

es por el pobre, sobre todo el pobre «permanente», que está en mi camino y que forma

parte de mi sociedad, el cual tiene derecho a esperar de mí. El hecho del pobre como

prójimo colectivo le da a la caridad fraterna su exigencia social y política. Para el Evangelio

el compromiso sociopolítico del cristiano es a causa del pobre. La política es la liberación

del necesitado.

viernes, 2 de marzo de 2012

LIBERAR LA FUERZA DEL EVANGELIO


.- El relato de la "Transfiguración de Jesús" fue desde el comienzo muy popular entre sus seguidores. No es un episodio más. La escena, recreada con diversos recursos de carácter simbólico, es grandiosa. Los evangelistas presentan a Jesús con el rostro resplandeciente mientras conversa con Moisés y Elías.

Los tres discípulos que lo han acompañado hasta la cumbre de la montaña quedan sobrecogidos. No saben qué pensar de todo aquello. El misterio que envuelve a Jesús es demasiado grande. Marcos dice que estaban asustados.

La escena culmina de forma extraña: «Se formó una nube que los cubrió y salió de la nube una voz: Este es mi Hijo amado. Escuchadlo». El movimiento de Jesús nació escuchando su llamada. Su Palabra, recogida más tarde en cuatro pequeños escritos, fue engendrando nuevos seguidores. La Iglesia vive escuchando su Evangelio.

Este mensaje de Jesús, encuentra hoy muchos obstáculos para llegar hasta los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Al abandonar la práctica religiosa, muchos han dejado de escucharlo para siempre. Ya no oirán hablar de Jesús si no es de forma casual o distraída.

Tampoco quienes se acercan a las comunidades cristianas pueden apreciar fácilmente la Palabra de Jesús. Su mensaje se pierde entre otras prácticas, costumbres y doctrinas. Es difícil captar su importancia decisiva. La fuerza liberadora de su Evangelio queda a veces bloqueada por lenguajes y comentarios ajenos a su espíritu.

Sin embargo, también hoy, lo único decisivo que podemos ofrecer los cristianos a la sociedad moderna es la Buena Noticia proclamada por Jesús, y su proyecto de una vida más sana y digna. No podemos seguir reteniendo la fuerza humanizadora de su Evangelio.

Hemos de hacer que corra limpia, viva y abundante por nuestras comunidades. Que llegue hasta los hogares, que la puedan conocer quienes buscan un sentido nuevo a sus vidas, que la puedan escuchar quienes viven sin esperanza.

Hemos de aprender a leer juntos el Evangelio. Familiarizarnos con los relatos evangélicos. Ponernos en contacto directo e inmediato con la Buena Noticia de Jesús. En esto hemos de gastar las energías. De aquí empezará la renovación que necesita hoy la Iglesia.

Cuando la institución eclesiástica va perdiendo el poder de atracción que ha tenido durante siglos, hemos de descubrir la atracción que tiene Jesús, el Hijo amado de Dios, para quienes buscan verdad y vida. Dentro de pocos años, nos daremos cuenta de que todo nos está empujando a poner con más fidelidad su Buena Noticia en el centro del cristianismo.

2 Cuaresma (B) Marcos 9, 2-10

JOSÉ ANTONIO PAGOLA, vgentza@euskalnet.net

SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA).