martes, 28 de junio de 2011

El Amor de Dios II

No temas cuando con tus pecados me rechaces y me lastimes, que más da… me escupieron, me flagelaron, me sangraron la cabeza con espinas, me cambiaron absurdamente por un criminal y me ajusticiaron como el más vil de ellos, me golpearon, me desnudaron indignamente delante de todos y se jugaron mi ropa, se burlaron de mi sufrimiento y mi dolor, me clavaron el cuerpo en un madero, me dieron a beber hiel y me ultimaron con una lanza.

Ya estoy acostumbrado al dolor, ¿no te parece? No te preocupes. Te entiendo porque yo también fui hombre. Te ame con un amor de hombre, morí por ti con un amor de hombre, sintiendo el sufrimiento como lo siente un hombre y soportándolo como tal. Hoy te amo con un amor de hombre y de Dios. No te preocupes te amo. Y el amor verdadero lo soporta todo, tú lo sabes también pues lo has intentado muchas veces aunque hayas fracasado.

No llores ahora, te perdonaré y te aceptaré cuantas veces sea necesario hacerlo, aunque no entiendas mis razones ni mis sentimientos… Muy en el fondo ambos sabemos que si las entiendes, q me amas. No te presiones más si estás cansado de andar y de buscar. Descansa en mis brazos. Yo velaré tu sueño, te abrazaré y no te despertaré aunque se me adormezcan los brazos y el regazo.

Si estas triste, llora en mi hombro, lloraremos juntos y te daré la palabra que te consuele, te diré siempre lo que necesitas oír, y te prometo que te iras reconfortado y alegre. No te preocupes por tus heridas o porque no puedes levantarte cuando caigas. A veces te daré las manos. Otras veces solamente te extenderé los brazos delante de ti y te enseñaré a levantarte por ti mismo. No te preocupes si no me ves siempre que me busques. Yo estaré allí a tu lado, en lo bueno y en lo malo. Tampoco te preocupes por lo que te falte. Todo lo que me pidas te lo daré con amor, aún lo que no me pidas y necesites. Todo lo tendrás y todavía más de lo que me pidas. Todo te lo daré.

No te preocupes por nada pequeño mío, todo lo que debas tener y puedas manejar, lo tienes ya. Todo lo que debas saber y puedas aprovechar, lo sabes ya. Yo te he enseñado bien, ahora te toca a ti. No te preocupes cuando tengas que “morir” por otro, por amor, habrás aprendido al fin el precio del amor y el gozo de abandonarte.

jueves, 23 de junio de 2011

El Amor de Dios. 1ª Parte

"A menudo me canso de hacerte caso, de tratar en vano de no caer en tentaciones. Mi vida sin ti siempre fue más cómoda, divertida y libre. ¿Crees que no me da vergüenza caer al levantar mi rostro ver siempre tu sonrisa condescendiente y comprensiva? ¿Crees que no tengo orgullo que no me siento mal cada vez que te fallo y no poder evitar el volverte a fallar? Cada día tengo más y más dudas y miedo de terminar dependiendo de ti, como el “opio” que dice Nietzche que tú eres. Cada vez siento más vergüenza de admitir que soy de los tuyos. Me cuesta estar siempre confiado, ser noble y generoso, ser comprensivo… Cansa seguir tu ejemplo… No veo señales, ni pruebas, estoy cansado de pedir y de no recibir nada… Estoy harto de que dirijas mi vida… No entiendo algunas cosas de tu palabra; me cansan los ritos y las reuniones “obligatorias”. Puedo valerme sin ti… ¿Por qué no me dejas en paz?...

No te preocupes. Se lo que sientes yo también. Yo también tuve miedo y dudas. Yo también pedí que me quitaran el yugo de mi destino, desee no tener esa responsabilidad. Yo realmente tenía al mundo sobre mis hombros… No te preocupes si no me entiendes. Yo les hablé de mi amor día y noche a mis apóstoles, escuchaban todas mis parábolas, y sin embargo estaban más preocupados en quién se sentaría a mi derecha al final de los tiempos o sobre cuántas veces se debía perdonar… Nunca me entendieron de verdad. No te avergüences si a veces me ignoras. Pedro, mi roca fuerte, mi sucesor, me negó… y varias veces!... Y a pesar de ello le confié el mundo y la obra de mi Padre… No me cras nunca que no comprenderé cada una de tus caídas, arrebatos y traiciones… Yo perdoné al que me traicionó, al que me negó, a los que me insultaron, a los que me asesinaron… ¿Qué es tu ofensa? Nada… Y aunque no te parezca justo que yo te perdone, siempre aunque tu sigas cayendo en lo mismo, mi misericordia supera tu concepto de justicia.

No te avergüences cuando necesites “pruebas” de mi poder. Tuve que hacer milagros para que mi gente me reconociera y me siguiera… ¡Tuve que aparecerme resucitado ante ello para que comprendieran y dejaran de dudar de mi con mi muerte! Y si no me reconoces allí ante ti, en el dolor y el llamdo de los que te necesitan, que más da… nadie me reconoció como el Cristo cuando andaba entre los hombres.

No te preocupes si tienes pocos amigos, muchos dijeron ser míos hasta el final y ya ves. No te preocupes si tienes que reaccionar mal y amargarte a veces. Yo les patee el trasero a esos desubicados irrespetuosos cuando invadieron el templo de mi Padre. De vez en cuando la ira es necesaria para comprender que el amor que de mi heredaste es infinito a pesar de tu humanidad imperfecta y que es ese amor mi huella en ti y el sendero que te devolverá a mi algún día. No te sientas mal cuando te veas solo, incomprendido, rechazado, golpeado e insultado, yo o que nadie se lo que es eso… y tú lo sabes. Cuando te parezca inútil lo que haces y que no avanzas mucho a pesar de todo su esfuerzo yo sentí lo mismo, miedo, dolor y frustración en cada caída rumbo a mi muerte.

No te preocupes si tus sueños son muy grandes y alterados, o de que va a ser difícil lograrlos. Yo morí intentando cumplir el mío. ¡Elegí a 12 para cambiar a miles de millones y para hacer un mundo mejor! ¡Eso si es una locura!, y mira, ya voy 2000 años y tengo para rato. Además llegué a ti. Cuando duden de ti a pesar de ser honesto contigo mismo y con los demás, a pesar de ser coherente y obrar adecuadamente. Ya somos dos.(Continuará...)

lunes, 6 de junio de 2011

La verdadera ALEGRÍA


"La Madre Mª Rosa y la hermana Isabel caminaban por los angostos pasillos del hospital, apenas iluminados por la leve luz que regalaban las pequeñas lámparas de aceite, despidiendo un olor característico,..el olor del que se quema para dar luz. Iban en silencio, como gustaban ambas hacer cuando caminaban por el hospital, mirando a las hermanas que sonreían a su paso con una sonrisa que decía : “Soy feliz, estoy cansada,.. pero no hay cansancio que venza al que es mi descanso…soy feliz”.

De repente la Madre se dirigió a la hermana Isabel que caminaba un poco adelantada. La hermana Isabel era joven, recién entrada en el Instituto. Quería comerse el mundo; quería, en un momento, curar del mal de la tristeza a quienes le rodeaban y pensaba que Dios le había dado la capacidad: era risueña, alegre y trasmitía. En la simplicidad juvenil creía saberlo todo, y saberlo bien. Y creía que lo único que le faltaba era hacer, poner en práctica lo que creía sabido. Y la Madre la miraba caminar. La miraba con la ternura de una Madre, preguntándose cómo hacer para llevar hacia Dios aquella alma que estaba empezando el nuevo camino del AMOR. Nuevo cada día para quien lo recorre siempre con amor, buscando al Amor mismo. Y la Madre la miraba sonreír, con esa risa de quien ha probado la dulzura del amor divino, pero también con la sonrisa de aquel que le falta experimentar que esa dulzura es la que día a día da fuerzas, hace ser fiel al que es FIEL por excelencia; es la dulzura que no deja apartarse del que es Dulce, aunque se camine por valles oscuros y cavernas profundas. Es la dulzura del que se quema por nosotros, del que se entrega para dar luz a nuestra oscuridad.

Y dijo la Madre: -“ Hermana Isabel, usted es feliz, ¿verdad?”. –“Sí, Madre, muy feliz”.

- “Hermana Isabel, ¿podría usted decirme en qué consiste su alegría?”- preguntó la Madre con ternura.

-“Madre, mi alegría consiste…” - se detuvo un momento y llevó todo lo deprisa que pudo a la Madre hacia la sala donde estaban los ancianos y vagabundos del hospital- “Madre, en esto consiste mi alegría: en sonreír al anciano; en decirle al señor Miguel que Dios le ama y que nosotras también le queremos, en secarle las lágrimas al señor Ignacio, en curarle las llagas al señor Manuel. Ésa es mi alegría, Madre”.

Le sonrió la Madre y le dijo:

- “Hermana Isabel, ¿y si yo le dijera que no es ésa la perfecta alegría, la alegría completa?”

- “Madre, es que aún hay más” – dijo, y la condujo a la sala de los niños abandonados del hospital. “Aquí también está mi alegría: en hacer reír a Pepito y acariciar al niño ése que por no tener no tiene ni nombre; y –continuó cogiendo entre sus brazos a Amparo que desde el otro extremo de la habitación corría hacia ella- en ser la madre de los que no tienen madre y la hermana de los que no tienen hermanos. En eso consiste mi alegría”

Le volvió a sonreír la Madre y le dijo:

- “Hermana Isabel,¿y si yo le volviera a decir que no es ésa la perfecta alegría, la alegría completa?”.

- “Madre, es que aún hay más”. Y se dirigió a casa de las hermanas donde una de ellas estaba preparando la comida para sus asilados. “En esto también, Madre, consiste mi alegría: en hacer feliz a esta hermana, en alegrarame por compartir con ella la vida religiosa. Mi alegría es vivir en una comunidad en la cual quiero amar a Dios y a mis hermanos más pobres”.

- “Muy bien dices todo; pero aún no está ahí la perfecta alegría, la alegría completa”

Un tanto entristecida la hermana Isabel preguntó:

- “Madre, entonces ¿dónde puedo buscar y cómo puedo hallar la perfecta alegría?”.

La Madre la miró con cariño y comenzó a caminar muy despacio. La hermana Isabel la miró en silencio, sin llegar a entender y como quien sigue a quien enseña con la vida y no con las palabras.

Entró la Madre en el minúsculo y acogedor oratorio de la comunidad. Se arrodilló y permaneció allí un rato. Luego se levantó y con paso lento pero firme se dirigió al sagrario. Con sumo cuidado y delicadeza tomó entre sus manos al que desde lo eterno la tenía asida entre las suyas. Caminó hacia el pequeño altar y sobre el corporal dejó a su Señor, casi temblándole las manos, como cada vez que lo cogía, porque se creía indigna y le desbordaba el Misterio del que se dejaba acoger en manos tan impuras siendo tan grande. Y delante del altar se arrodilló. La hermana Isabel la miraba como se mira a quien ha sido tomado y seducido por el Misterio del Amor y se ha transformado en el amor mismo. Así pasó un rato,… tal vez casi una hora, de silencio lleno. Luego, con la misma reverencia, la Madre se levantó volvió a tomar entre las manos a su Señor y, después de introducirlo en el sagrario y de hacer la genuflexión, salió con paso lento y como meditando, continuando su oración en el caminar sosegado y sereno. Cuando ya había andado unos pasos, se detuvo y se volvió hacia la hermana Isabel mirándola fijamente y con más amor si era eso posible, pues siempre su mirada derrochaba todo el amor de que era capaz. Y le dijo:

-“ ¿Has visto ya en qué consiste la alegría completta, la perfecta alegría? La perfecta alegría consiste en ver a ese Cristo que hemos adorado en el rostro del señor Manuel, en tratar con reverencia a cada hermano, en sentir que es el mismo Jesucristo el que sufre por las llagas del señor Bartolo, en sentir que es también nuestro Señor el que se esconde detrás del vagabundo que llegó ayer y no ha hecho más que blasfemar y escupirnos al rostro y tirarnos la comida y pelear con todos los asilados. La verdadera alegría es la que descubre que detrás del niño que no tiene padres está el mismo Jesucristo. No nos podemos quedar en el romanticismo de una caricia o en cogerlo en brazos. Es Nuestro Señor que busca ser amado y hemos de intentar llegar al corazón, donde llega la verdadera consolación. La verdadera alegría es ver en cada persona que nos rodea al mismo Señor que ríe o llora o sufre y que nos pide que le acompañemos. La verdadera alegría, hermana Isabel, es experimentar que Cristo sigue viviendo, sigue sufriendo y, aún siendo indigna siquiera de mirarle a los ojos, he de tratar de consolarle con el consuelo que de Él recibo. Hermana Isabel, la verdadera alegría es saber que Dios es Dios y que habita en mí y habita en mis hermanos. La perfecta alegría es usted y soy yo y es el señor Juanito, y Domingo y Pepe y la hermana Soledad. La verdadera alegría es el Misterio del Amor que nos habita. Ésa y no otra es la perfecta alegría”.