Porque nos amas, tú el pobre. Porque nos sanas, tú herido de amor. Porque nos iluminas, aun oculto, cuando la misericordia enciende el mundo. Porque nos guías, siempre delante, siempre esperando, te adoro. Porque nos miras desde la congoja y nos sonríes desde la inocencia. Porque nos ruegas desde la angustia de tus hijos golpeados, nos abrazas en el abrazo que damos y en la vida que compartimos te adoro. Porque me perdonas más que yo mismo, porque me llamas, con grito y susurro y me envías, nunca solo. Porque confías en mí, tú que conoces mi debilidad te adoro. Porque me colmas y me inquietas. Porque me abres los ojos y en mi horizonte pones tu evangelio. Porque cuando entras en ella, mi vida es plena te adoro. |
José M. R. Olaizola |
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