Palabra de Dios: ...Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume...
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.»
Y a ella le dijo: «Tus pecados están perdonados.» Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz.»
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.»
Y a ella le dijo: «Tus pecados están perdonados.» Pero Jesús dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado, vete en paz.»
COMENTARIO:
Una de las palabras claves que ha estado
presente en los saludos y discursos del recién
nombrado Papa Francisco ha sido la misericordia.
Nos ha querido presentar a Dios Padre como
Señor de la misericordia y éste parece que puede
ser uno de los ejes de su pontificado. El evangelio
de hoy nos permite profundizar precisamente en esta concepción de Dios. Dios, que es
misericordioso, está presto siempre a perdonar porque es grande el amor que nos
tiene.
Hemos escuchado una parábola que refuerza un hecho vivencial entre Jesús y
invitación más formal que amistosa, de cumplimiento más que celebrativa. No
podemos asegurarlo, pero parece que hay intereses creados en esta invitación del
fariseo. Y decimos esto porque faltan todos os elementos propios de una acogida en
condiciones y que Jesús no duda en reprochar a su anfitrión. ¿Qué podemos decir de nuestras celebraciones?
Por otra parte, nos encontramos con la mujer pecadora. De entrada,
compromete la relación del fariseo con Jesús como ya veíamos antes. El fariseo, junto
con los demás invitados presentes, desconfía de Jesús porque no sabe que la mujer
que se le ha acercado es una mujer pecadora. O ponen en entredicho su condición de
profeta o quieren pillarle en renuncio tras la situación en la que se ve comprometido.
Ni lo uno ni lo otro.
¿Cuál ha sido la actitud de esta mujer? Se ha saltado todas las normas y roto
todos los protocolos. Vence sus miedos y se presenta con su verdadera condición ante Jesús. No dice ni una sola palabra, pero sus gestos hablan claro. Se sabe pecadora y sabe también que Jesús es quien puede perdonarle. Y efectivamente, su osadía y atrevimiento que le lleva a ponerse delante de Dios –su fe podríamos decir hoy‐ son signo del
amor a Dios que esta mujer confiesa con esa multitud de gestos para con Jesús. El fruto es
el perdón de Dios y, por tanto, el de una mujer reconstruida en su persona que puede
marchar en paz.
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