No
hay más que un solo pastor, el pastor verdadero, el verdadero porque es bueno.
En la alegoría del Evangelista Juan la bondad del pastor no es su misericordia
y su indulgencia, como lo piensan con frecuencia los cristianos, que relacionan
esta alegoría con la parábola de la oveja perdida. La bondad del verdadero
pastor es el cuidado que tiene de sus ovejas; su adhesión a su rebaño le lleva
a dar la vida por las ovejas. En contraste con el pastor aparece el servidor remunerado,
al que se presenta únicamente para que destaque mejor la solicitud que lleva al
pastor hasta la muerte.
Fuera del verdadero pastor, nadie llega hasta ahí. Si se hiere al pastor, el
rebaño queda desamparado. El servidor remunerado no tiene afecto más que a su
salario, no al rebaño. [...]
Las
ovejas conocen al pastor, y el pastor conoce a las ovejas. El conocimiento es
recíproco. Se trata de un conocimiento de amistad, el cual remite al
conocimiento mutuo que tienen entre sí el Padre y el Hijo, del cual no es más
que una consecuencia y reflejo. El pastor conoce a su rebaño de manera distinta
que el rebaño conoce al pastor. El rebaño conoce a su pastor y le demuestra
gratitud porque el pastor ha conocido a sus ovejas escogiéndolas y
admitiéndolas en su rebaño. No son ellas quienes han escogido al pastor, sino
que el pastor las ha escogido a ellas, las ha cobrado amistad y las ha
introducido en su intimidad. Como el Padre conoce a Jesús y le ama enviándole
al mundo para ser en él revelación suya, Jesús conoce a sus ovejas, las ama,
las escoge. Y como Jesús conoce a su Padre y acepta con gratitud ser revelación
suya en el mundo, las verdaderas ovejas conocen también a Jesús, saben lo que
pueden esperar de Él y, por Él, del Padre [...].Este conocimiento recíproco
alcanza su punto culminante en la muerte de Jesús. Porque en su muerte realiza
Jesús de una manera plena lo que el Padre quería hacer conocer al enviarle, y
con su muerte igualmente es como sella la elección de las ovejas. Pues no es
por un rebaño ya existente por el que Jesús da su vida. No; con su muerte
constituye al rebaño. Su muerte es el acto que establece al rebaño, es la base
de su unidad; ella es quien da impulso a su crecimiento. [...]
Palabra de Dios (Jn 10,27-30)
En aquel tiempo, dijo Jesús:
- Mis ovejas escuchan mi voz, y yo
las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para
siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado,
supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre
somos uno.
Comentario.
Dios es fiel y jamás desampara a
sus siervos
El óleo precioso que unge la cabeza
de Aarón no se queda perfumando su persona sino que se derrama y alcanza «las
periferias». El Señor lo dirá claramente: su unción es para los pobres, para
los cautivos, para los enfermos, para los que están tristes y solos. La unción,
queridos hermanos, no es para perfumarnos a nosotros mismos, ni mucho menos
para que la guardemos en un frasco, ya que se pondría rancio el aceite... y
amargo el corazón.[...]
Hay que salir a experimentar
nuestra unción, su poder y su eficacia redentora: en las «periferias» donde hay
sufrimiento, hay sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de
tantos malos patrones. No es precisamente en auto experiencias ni en
introspecciones reiteradas que vamos a encontrar al Señor: [...] El sacerdote que
sale poco de sí, que unge poco – no digo «nada» porque, gracias a Dios, la
gente nos roba la unción – se pierde lo mejor de nuestro pueblo, eso que es
capaz de activar lo más hondo de su corazón presbiteral. El que no sale de sí,
en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor.
Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor «ya tienen su
paga», y puesto que no ponen en juego la propia piel ni el corazón, tampoco
reciben un agradecimiento afectuoso que nace del corazón. De aquí proviene
precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan tristes, sacerdotes
tristes, y convertidos en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien
de novedades, en vez de ser pastores con «olor a oveja» –esto os pido: sed
pastores con «olor a oveja», que eso se note–; en vez de ser pastores en medio
al propio rebaño, y pescadores de hombres. Es verdad que la así llamada crisis
de identidad sacerdotal nos amenaza a todos y se suma a una crisis de
civilización; pero si sabemos barrenar su ola, podremos meternos mar adentro en
nombre del Señor y echar las redes. Es bueno que la realidad misma nos lleve a
ir allí donde lo que somos por gracia se muestra claramente como pura gracia,
en ese mar del mundo actual donde sólo vale la unción – y no la función – y
resultan fecundas las redes echadas únicamente en el nombre de Aquél de quien
nos hemos fiado: Jesús. [...]
Franciscus, Jorge Mario Bergoglio
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