martes, 30 de abril de 2013

EL POZO DE ARÁN.Carlos Nuñez

 
Ayer, entre sueños lo vi tan claro
soñé, un lugar, un pozo sagrado
soñé, que mi hijo estaba curado
y hablé con aquella anciana, llorando.
Mi niño en la mirada tiene la noche infinita,
el pozo que tu sueñas esta en Arán, en la gran isla.
Hoy verás la luz que inunda todo,
verás por fin el sol sobre nosotros,
verás el cielo grande, azul y limpio,
vas a ver donde se unen cielo y mar,
en la vida en tus ojos.
Sabes es difícil, aunque quisiera
hacer que toda la vida florezca
que hoy termine por fin esta espera
que hoy pueda ver mi niño esta tierra.

Hoy pido a las pido a las estrellas que vendigan este agua
que el mundo no te ciegue, que tu noche sea clara.

Cuenta una leyenda que en la Irlanda gáelica había un pozo mágico situado en las Islas de Arán. El agua que manaba de ese pozo tenía propiedades curativas y los hombres y mujeres de la época acudían a él intentando sanar sus enfermedades.
El Pozo de Arán de Carlos Núñez cuenta una historia que sucede allí. Cuenta la historia de una madre que sufre ante la ceguera de su hijo y no es capaz de hacer nada por solucionarlo. Pero… en un sueño "descubre" el Pozo de Arán, descubre que sus luminosas aguas también traerán luz a la tiniebla que vive en la mirada del niño.
Verás el sol, ese que inunda todo, ese cuya luz florece la vida de cuantos andamos por aquí. Verás el cielo, azul como las cosas grandes, grande como lo infinito de su cobertura. Verás el lugar donde se unen cielo y mar, donde los sueños se cumplen, donde los miedos se apagan, donde los corazones vuelven de nuevo a sentir. Verás la tierra, madre de nuestras raíces y aposento de nuestras vivencias…
 

lunes, 29 de abril de 2013

Resurrección: Sobreviviendo a Nuestras Crucifixiones

 

Cada sueño, cada ideal, al final acaban crucificados. ¿De qué modo? Por el tiempo, las circunstancias, la envidia; y por ese dictado curioso y perverso  de alguna manera innato en el orden de las cosas– que asegura que hay siempre alguien o algo que no puede partir a gusto a solas, sino que, por razones muy suyas, tiene que partir cazando, persiguiendo y golpeando a lo que es bueno. Lo bueno, el bien, siempre concita envidia, odio,persecución, denigración, asesinato.
 Así pasa incluso con los sueños o ideales. Hay siempre algo que necesita una crucifixión. Cada cuerpo de Cristo sufre inevitablemente el mismo destino de Jesús. No hay viaje tranquilo para lo íntegro, bueno, verdadero o bello.
Pero eso es sólo la mitad de la ecuación, la mala mitad. Lo que también sucede, lo que la resurrección enseña, es que, mientras nada que pertenezca a Dios puede evitar la crucifixión, ningún cuerpo de Cristo permanece en la tumba durante mucho tiempo. Dios siempre remueve la piedra del sepulcro y, a no tardar, una nueva vida explota y entonces comprendemos por qué aquella vida original tenía que ser crucificada. (“¿No era necesario que Cristo tuviera que sufrir tanto y morir?”). La resurrección sigue a la crucifixión. Cada cuerpo crucificado se alzará de nuevo, resucitará.
Pero, ¿dónde encontramos la resurrección? ¿Dónde se nos hace encontradizo el Cristo resucitado?
La Escritura es sutil, pero clara. ¿Dónde podemos esperar encontrar a Cristo después de la crucifixión? El evangelio nos dice que, en la madrugada del día de la resurrección, las mujeres discípulas de Jesús, las comadronas de la esperanza, salieron hacia la tumba de Jesús, llevando especias y perfumes, con la intención de ungir y embalsamar un cuerpo muerto. Con muy buena intención, pero equivocadas, lo que encuentran no es un cuerpo muerto, sino una tumba vacía y un ángel que les interpela con estas palabras. “¿Por qué andáis buscando al vivo entre los muertos? ¡Volved, en cambio, a Galilea y allí le encontraréis!”.
“Volved, en cambio, a Galilea”. ¡Qué expresión tan curiosa! ¿Qué significa Galilea? ¿Por qué regresar? En los relatos de la pos-resurrección, en los evangelios, Galilea no es simplemente un lugar geográfico físico. Es, antes que nada, un lugar situado en el corazón. Galilea significa el sueño ideal, la ruta del discipulado por la que habían caminado anteriormente con Jesús; y es también aquel lugar y aquel tiempo en los que sus corazones habían ardido con esperanza y entusiasmo inigualables. Y ahora, precisamente cuando sienten que todo eso está muerto, que su fe es sólo fantasía, se les dice que regresen al lugar donde todo comenzó: “Regresad a Galilea. Él se encontrará con vosotros allí”.

Y ellos, efectivamente, regresan a Galilea, a aquel lugar especial en sus corazones, al sueño utópico, a su discipulado. Como era de esperar, se les aparece allí Jesús. No se les aparece exactamente como lo recuerdan de antes, ni con tanta frecuencia como les gustaría, pero él aparece como algo más que un fantasma, un espíritu o una mera idea. El Cristo que se les aparece después de la resurrección ya no encaja con su expectación original, pero tiene suficiente corporalidad física como para comer pescado en su presencia, es suficientemente real como para dejarse tocar como un ser humano, y es suficientemente poderoso como para cambiar sus vidas para siempre.
En última instancia, eso es a lo que la resurrección nos reta, a regresar a Galilea, a volver al sueño, al ideal, a la esperanza; y al discipulado, que antes había inflamado nuestro corazón, pero que ahora está crucificado.
Esto es también lo que significa estar “en el camino de Emaús”. En el evangelio de Lucas se nos dice que, el día de la resurrección, dos discípulos iban caminando de Jerusalén hacia Emaús, cabizbajos y deprimidos. Esa sola línea del evangelio contiene una espiritualidad plena: Para Lucas –como Galilea para los otros evangelistas– Jerusalén significa el sueño utópico, la esperanza, el Reino, el centro desde donde todo tiene que comenzar y donde, a la larga, todo debe culminar. Pero estos dos discípulos se están “alejando” de Jerusalén, dejando atrás el bello sueño, caminando hacia Emaús. Emaús era un balneario romano –un Las Vegas y Monte Carlo de consuelo humano. Su sueño cargado de ideal ha sido crucificado y los dos discípulos, desalentados y sin esperanza, van caminando, alejándose de él, buscando consuelo humano, farfullando: “¡Pero habíamos esperado!...” Pero ellos nunca llegan del todo a Emaús. Jesús se les aparece en el camino, remodela su esperanza a la luz de la crucifixión, y les hace regresar a Jerusalén.
Uno de los mensajes esenciales de la Pascua es éste: Siempre que nos sintamos desalentados en nuestra fe, siempre que nuestras esperanzas parezcan crucificadas, necesitamos volver a Galilea y a Jerusalén, esto es, al sueño ideal, al camino del discipulado en el que nos habíamos embarcado antes de que todo fallara o fuera mal. Por supuesto, siempre que nos sentimos así, siempre que parece que el Reino no funciona, la tentación nos induce a abandonar el discipulado para buscar consuelo humano, caminar hacia Las Vegas y Montecarlo, en vez de volver a Galilea o a Jerusalén.
Pero, como ya sabemos, nunca llegamos completamente a Emaús. Con una apariencia u otra, Cristo siempre se nos hace encontradizo en el camino, hace arder de nuevo nuestros corazones, nos explica el sentido de nuestra última crucifixión y nos hace volver – a Galilea, a Jerusalén, y a nuestro discipulado abandonado. Una vez allí, todo cobra sentido de nuevo.
 
Tomado:http://www.ciudadredonda.org

domingo, 28 de abril de 2013

Que os améis unos a otros como yo os he amado.


Evangelio de este Domingo (Jn 13,31-35)
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:
- Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en él. (Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará). Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os amáis unos a otros
Comentario.
En la ley de Moisés se da el mandamiento de amar a Dios y al prójimo, que las diversas tradiciones han ido limando y limitando. Su nueva formulación va mucho más allá de lo que la ley antigua hubiera podido imaginar y legislar. El nuevo mandamiento de Jesús abre el horizonte sin límites.
El mismo Jesús hizo referencia a esa diferencia entre la ley antigua y la que él predicaba, cuando afirmó: Ya sabéis que se dijo: ama a los otros pero no a los enemigos. Pues yo os digo: amad a vuestros enemigos, orad por los que os persiguen. [...] Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa merecéis? ¿No hacen lo mismo los pecadores? Y si sólo saludáis a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Y en aquella misma ocasión dejó bien claro el porqué de lo que estaba proponiendo: Así
—si amáis a todos— seréis hijos de vuestro Padre del cielo, que hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos. El punto de referencia de nuestro amor, por lo tanto, es el amor que Dios tiene a todos, sin condiciones ni diferencias.
¿Y por qué ese amor desinteresado de Dios hacia su criatura? Nos viene enseguida a la memoria aquella frase del primer libro de la Biblia, cuando dice que Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, como coronamiento de toda la obra la creación. Dios puso en el corazón de cada uno algo de su divinidad. Y vio que todo lo que había hecho era muy bueno. Por eso Dios ama su creación. Ahí reside la razón de la dignidad humana. Por el simple hecho de existir, toda persona es amada por Dios, independientemente de cómo sea y de lo que haga. Si Dios ha puesto su amor en el corazón de cada uno, no podemos menospreciar ese don; no nos tiene que resultar extraña ni lejana, ni mucho menos enemiga, esta obra de Dios que son nuestros hermanos y hermanas, creados con toda gratuidad y queridos por él desde siempre.
El evangélio de hoy acaba con una frase muy comprometedora Si amo, soy discípulo suyo; si no amo, no lo soy. Todo lo demás que pueda hacer y pensar es secundario.
 
Extraído de Dad a Dad. http://www.camilos.es/

viernes, 26 de abril de 2013

Siervo por amor. Vocación Sacerdotal

 
Vocación sacerdotal
Los cristianos que reciben el sacramento del Orden para hacer presente a Jesucristo mediante la predicación de la Palabra de Dios, la celebración de los Sacramentos y el cuidado pastoral de la comunidad (parroquia, grupos, etc.). Para ello se preparan en el Seminario durante seis años y ofrecen su vida en una dedicación total, renunciando a constituir una familia y optando por el celibato consagrado a fin de imitar a Jesucristo y servir más plenamente a todos.
El sacerdote es un hombre llamado por Jesús a ser todo para todos. Es un ministerio que se realiza como colaboradores del Obispo, sucesor de los Apóstoles. El sacerdote recibe el sacramento del Orden Sacerdotal mediante la imposición de las manos. Este gesto, realizado desde el principio por los Apóstoles, le une a una cadena sucesiva de hombres que han guardado la fidelidad a la tradición de la Iglesia; es decir, han querido ser fieles a los orígenes del cristianismo.
El sacerdote tiene en la comunidad tres funciones: Predica la Palabra: Habla en nombre de Jesucristo para que quienes le escuchan le conozcan y se puedan convertir a él. Preside los Sacramentos: Actúa en nombre de Jesucristo ante la comunidad. Preside la Eucaristía en la que proclama la Palabra de Jesús y parte y reparte a la comunidad el Cuerpo de Cristo, perdona los pecados, en nombre de Dios, y así en los demás Sacramentos. Es Pastor y Guía del Pueblo: Aconseja, reprende, ilumina la fe, etc. Es decir, es el buen pastor que conoce a las ovejas y estas le conocen a él.

martes, 23 de abril de 2013

-Testimonio Matrimonio

 
Pepe y Maria eran una pareja de novios que un buen día decidieron casarse...ellos pertenecen al Movimiento Consolación y han sido un pilar en el Voluntariado Consolación... al video ahora le falta q desde su matrimonio tienen dos hijos encantadores, como ellos.Que feliz es la gente Comprometida...No te pierdas ni un detalle de este alegre video!!

lunes, 22 de abril de 2013

¿Tendré vocación?


Cualquier joven responsable se plantea el futuro de su vida: piensa en una profesión, si va a fundar una familia, etc.

Un joven cristiano también se plantea la vida, pero preguntándose: ¿Qué espera Dios de mí? Sabe que Dios quiere la felicidad de cada persona y es capaz de dársela. Vocación significa "llamada": es lo que Dios está llamando a cada uno.

Por la fe estamos todos llamados a vivir la vocación cristiana: ser testigos del amor de Dios en nuestro ambiente, en el trabajo, la familia, etc. Pero hay tres formas de vivir la vocación cristiana:

La vocación de laicos: Los cristianos que ejercen una profesión, viven en medio de la sociedad, se casan normalmente, fundan una familia y en todo tratan de construir el mundo según los planes de Dios.

La vocación sacerdotal: Los cristianos que reciben el sacramento del Orden para hacer presente a Jesucristo mediante la predicación de la Palabra de Dios, la celebración de los Sacramentos y el cuidado pastoral de la comunidad (parroquia, grupos, etc.). Para ello se preparan en el Seminario durante seis años y ofrecen su vida en una dedicación total, renunciando a constituir una familia y optando por el celibato consagrado a fin de imitar a Jesucristo y servir más plenamente a todos.

La vocación de vida consagrada: Consagrar la vida al servicio de Dios y de los demás, mediante la ofrenda de los tres votos o consejos evangélicos, a imitación de Jesucristo: la pobreza, la obediencia viviendo en fraternidad y la virginidad consagrada. Esta consagración se puede vivir de dos maneras:

  1. Institutos de vida religiosa: Viven en comunidad y son variados, porque cada uno actualiza y se fija en algún aspecto de la vida de Jesús: la oración (los monjes y monjas contemplativos), el servicio a los pobres, la enseñanza, campo Socio-Sanitario, la predicación (religiosos y religiosas de vida activa).
  1. Institutos seculares: Se parecen a los religiosos en que profesan los consejos evangélicos, pero se parecen a los laicos en que trabajan y viven en medio de la sociedad, sin llevar distintivos, sino distinguiéndose por su entrega y radicalidad evangélica a fin de santificar el trabajo del mundo y las relaciones sociales.

Tanto la vocación sacerdotal como la vida consagrada suponen optar por el de celibato por el Reino los Cielos. No se renuncia al amor. Se experimenta el amor de Dios, se le elige a Él como el Amor absoluto de la vida y se ama a los demás por amor a Dios.

sábado, 20 de abril de 2013

El Señor es mi Pastor



   No hay más que un solo pastor, el pastor verdadero, el verdadero porque es bueno. En la alegoría del Evangelista Juan la bondad del pastor no es su misericordia y su indulgencia, como lo piensan con frecuencia los cristianos, que relacionan esta alegoría con la parábola de la oveja perdida. La bondad del verdadero pastor es el cuidado que tiene de sus ovejas; su adhesión a su rebaño le lleva a dar la vida por las ovejas. En contraste con el pastor aparece el servidor remunerado, al que se presenta únicamente para que destaque mejor la solicitud que lleva al pastor hasta la muerte. Fuera del verdadero pastor, nadie llega hasta ahí. Si se hiere al pastor, el rebaño queda desamparado. El servidor remunerado no tiene afecto más que a su salario, no al rebaño. [...]
Las ovejas conocen al pastor, y el pastor conoce a las ovejas. El conocimiento es recíproco. Se trata de un conocimiento de amistad, el cual remite al conocimiento mutuo que tienen entre sí el Padre y el Hijo, del cual no es más que una consecuencia y reflejo. El pastor conoce a su rebaño de manera distinta que el rebaño conoce al pastor. El rebaño conoce a su pastor y le demuestra gratitud porque el pastor ha conocido a sus ovejas escogiéndolas y admitiéndolas en su rebaño. No son ellas quienes han escogido al pastor, sino que el pastor las ha escogido a ellas, las ha cobrado amistad y las ha introducido en su intimidad. Como el Padre conoce a Jesús y le ama enviándole al mundo para ser en él revelación suya, Jesús conoce a sus ovejas, las ama, las escoge. Y como Jesús conoce a su Padre y acepta con gratitud ser revelación suya en el mundo, las verdaderas ovejas conocen también a Jesús, saben lo que pueden esperar de Él y, por Él, del Padre [...].Este conocimiento recíproco alcanza su punto culminante en la muerte de Jesús. Porque en su muerte realiza Jesús de una manera plena lo que el Padre quería hacer conocer al enviarle, y con su muerte igualmente es como sella la elección de las ovejas. Pues no es por un rebaño ya existente por el que Jesús da su vida. No; con su muerte constituye al rebaño. Su muerte es el acto que establece al rebaño, es la base de su unidad; ella es quien da impulso a su crecimiento. [...]

Palabra de Dios (Jn 10,27-30)
En aquel tiempo, dijo Jesús:
- Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.
Comentario.
Dios es fiel y jamás desampara a sus siervos

El óleo precioso que unge la cabeza de Aarón no se queda perfumando su persona sino que se derrama y alcanza «las periferias». El Señor lo dirá claramente: su unción es para los pobres, para los cautivos, para los enfermos, para los que están tristes y solos. La unción, queridos hermanos, no es para perfumarnos a nosotros mismos, ni mucho menos para que la guardemos en un frasco, ya que se pondría rancio el aceite... y amargo el corazón.[...]
Hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora: en las «periferias» donde hay sufrimiento, hay sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones. No es precisamente en auto experiencias ni en introspecciones reiteradas que vamos a encontrar al Señor: [...] El sacerdote que sale poco de sí, que unge poco – no digo «nada» porque, gracias a Dios, la gente nos roba la unción – se pierde lo mejor de nuestro pueblo, eso que es capaz de activar lo más hondo de su corazón presbiteral. El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor. Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor «ya tienen su paga», y puesto que no ponen en juego la propia piel ni el corazón, tampoco reciben un agradecimiento afectuoso que nace del corazón. De aquí proviene precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan tristes, sacerdotes tristes, y convertidos en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de ser pastores con «olor a oveja» –esto os pido: sed pastores con «olor a oveja», que eso se note–; en vez de ser pastores en medio al propio rebaño, y pescadores de hombres. Es verdad que la así llamada crisis de identidad sacerdotal nos amenaza a todos y se suma a una crisis de civilización; pero si sabemos barrenar su ola, podremos meternos mar adentro en nombre del Señor y echar las redes. Es bueno que la realidad misma nos lleve a ir allí donde lo que somos por gracia se muestra claramente como pura gracia, en ese mar del mundo actual donde sólo vale la unción – y no la función – y resultan fecundas las redes echadas únicamente en el nombre de Aquél de quien nos hemos fiado: Jesús. [...]
Franciscus, Jorge Mario Bergoglio
Jueves Santo,2013
Tomado de: Dad a Dad. http://www.camilos.es/index.php?id=37&no_cache=1
 

viernes, 19 de abril de 2013

NANCY AMANCIO. Esto es confiar

 

CONFIAR. Es lo más básico para vivir. Es algo que hacemos todos los días: confiamos que saldrá el sol, que tendremos «el pan de cada día» o que podremos buscarlo, que podremos aportar algo a nuestro mundo. Para los creyentes, la llave de la confianza está en Dios: en Él nos podemos apoyar siempre, a Él podemos acudir siempre, de Él nos podemos fiar siempre. Como Pedro, cuando en medio del mar tuvo miedo...

 

miércoles, 17 de abril de 2013

Si Dios te llama a la Vida Consagrada…

 
            - Estás llamado a vivir centrado en Jesús, quien vivió un amor de exclusividad al Padre y de profunda universalidad a los hombres y mujeres de todos los tiempos, y a ser feliz no sólo por tu realización personal, sino porque la encuentras precisamente en darte a todos por igual. Es ir contracorriente en este mundo que te invita a vivir centrado en ti mismo.
- Estás llamado a tener como única riqueza a Jesús y su invitación a perder tu vida por el Reino. Perderla a favor de los que más necesitan, perderla por el que por las estructuras de poder hoy es empobrecido, perderla por dar amor y recibirlo gratuitamente. Es ir contracorriente en este mundo que te invita al consumismo.
- Estás llamado a hacer del Proyecto del Padre tu propio proyecto de vida, acoger su verdad y ser libre. Adentrarte en el proyecto del Reino, de sus exigencias y sus gozos, de sus luchas y de sus grandes alegrías y no desear otra cosa que hacer la voluntad de Dios en ti y en tus hermanos. Ser fiel a la historia que te habla y compromete hoy, ser fiel a la voz y a los gritos de tus hermanos que te hablan hoy, ser fiel a tu corazón en el que habita Dios. Es ir contracorriente en este mundo que te invita a buscar el poder, a hacer lo que a ti “se te antoja”.
- Estás llamado a vivir en comunidad de hermanos, a construir la fraternidad y el bien común, en donde el centro sea Jesús y lo suyo. Es ir contracorriente en este mundo que te invita a ir a la tuya.
- Estás llamado a asumir una misión con el carisma de una congregación o instituto, ese carisma que pone el “sello” particular y que sostiene toda obra reconociendo su origen en Dios y como respuesta concreta ante una necesidad en el tiempo.
“Con la profesión de los votos se hacen presente los rasgos característicos de Jesús -casto, pobre y obediente- y, a través de ellos, la mirada de los fieles es atraída hacia el misterio del Reino de Dios que ya actúa en la historia, pero espera su plena realización en la vida eterna” (Vita consecrata).
Esta vocación se desarrolla con matices propios según el carisma del Fundador de una u otra congregación o instituto de vida consagrada. Los Fundadores han sido profetas que han sabido seguir a Jesucristo radicalmente en una época histórica concreta. Podemos recordar a muchos, por ejemplo Francisco de Asís, Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, Vicente de Paúl, Teresa de Calcuta, Mª Rosa Molas, etc…
Pastoral Juvenil y Vocacional de la Vida Consagrada en Valencia

domingo, 14 de abril de 2013

Al amanecer

 

En el epílogo del evangelio de Juan se recoge un relato del encuentro de Jesús resucitado con sus discípulos a orillas del lago Galilea. Cuando se redacta, los cristianos están viviendo momentos difíciles de prueba y persecución: algunos reniegan de su fe. El narrador quiere reavivar la fe de sus lectores. Se acerca la noche y los discípulos salen a pescar. No están los Doce. El grupo se ha roto al ser crucificado su Maestro. Están de nuevo con las barcas y las redes que habían dejado para seguir a Jesús. Todo ha terminado. De nuevo están solos.
La pesca resulta un fracaso completo. El narrador lo subraya con fuerza: “Salieron, se embarcaron y aquella noche no cogieron nada”. Vuelven con las redes vacías. ¿No es ésta la experiencia de no pocas comunidades cristianas que ven cómo se debilitan sus fuerzas y su capacidad evangelizadora?
Con frecuencia, nuestros esfuerzos en medio de una sociedad indiferente apenas obtienen resultados. También nosotros constatamos que nuestras redes están vacías. Es fácil la tentación del desaliento y la desesperanza. ¿Cómo sostener y reavivar nuestra fe?
En este contexto de fracaso, el relato dice que “estaba amaneciendo cuando Jesús se presentó en la orilla”. Sin embargo, los discípulos no lo reconocen desde la barca. Tal vez es la distancia, tal vez la bruma del amanecer, y, sobre todo, su corazón entristecido lo que les impide verlo. Jesús está hablando con ellos, pero “no sabían que era Jesús”.
¿No es éste uno de los efectos más perniciosos de la crisis religiosa que estamos sufriendo? Preocupados por sobrevivir, constatando cada vez más nuestra debilidad, no nos resulta fácil reconocer entre nosotros la presencia de Jesús resucitado, que nos habla desde el Evangelio y nos alimenta en la celebración de la cena eucarística.
Es el discípulo más querido por Jesús el primero que lo reconoce:”¡Es el Señor!”. No están solos. Todo puede empezar de nuevo. Todo puede ser diferente. Con humildad pero con fe, Pedro reconocerá su pecado y confesará su amor sincero a Jesús:”Señor, tú sabes que te quiero”. Los demás discípulos no pueden sentir otra cosa.
En nuestros grupos y comunidades cristianas necesitamos testigos de Jesús. Creyentes que, con su vida y su palabra nos ayuden a descubrir en estos momentos la presencia viva de Jesús en medio de nuestra experiencia de fracaso y fragilidad. Los cristianos saldremos de esta crisis acrecentando nuestra confianza en Jesús. Hoy no somos capaces de sospechar su fuerza para sacarnos del desaliento y la desesperanza.

José Antonio Pagola
14 de abril de 2013
3 Pascua (C)
Juan 21, 1-19

miércoles, 10 de abril de 2013

Hermano Francisco



Hermano Francisco: nunca pensé que me dirigiría así a un Papa, pero como  en tu saludo inicial no nos llamaste “hijos e hijas” sino “hermanos y hermanas”, siento que tengo permiso para hacerlo. Y me sale también un tú,  aunque llenísimo de respeto, porque no me imagino llamando de usted a un hermano de verdad y el vos argentino no me va a salir. 
En el diario “La Nación” del 14 de Marzo he leído que tu elección “ha resultado balsámica” y me ha parecido un adjetivo perfecto para calificar lo que nos está pasando desde que nos saludaste desde el balcón, con aquel tono en el que se mezclaban la  timidez y la confianza.  Primer efecto balsámico: te vemos distendido y hasta bromista (¡qué maravilla, un papa con sentido del humor…!), sin dar en ningún momento la impresión de estar abrumado por el peso de esa responsabilidad agobiante  y desmesurada que los Papas se han ido echando sobre los hombros, como si les tocara a ellos solos encargarse de toda la Iglesia universal. Como si no existieran los otros Pastores,  como si el pueblo de Dios fuera un fardo con el que cargar y no una comunidad de hombres y mujeres capaces de iniciativa y con deseos de participar  y de colaborar, como soñamos con el Concilio.   
Tú, en cambio, estás consiguiendo comunicarnos la convicción de que ese camino que comienzas lo vas a hacer acompañado por todos nosotros. Qué manera tan franciscana por lo sencilla y tan ignaciana por su lucidez de señalar un nuevo estilo eclesial.  Porque si lo que deseas es que se nos reconozca por la  fraternidad, el  amor y la confianza, empiezan a sobrar y a estorbar  (hace tiempo que a bastantes ya nos estaban sobrando y estorbando…) tantas conductas,  prácticas y costumbres en las que se han ido confundiendo la dignidad con la magnificencia y  lo solemne con lo suntuoso. Resulta una sorpresa balsámica sentir que ahora te tenemos como cómplice en el deseo de ir cambiando esas usanzas e inercias que nadie se decidía a declarar obsoletas y ante cuya incongruencia habían dejado de dispararse las alarmas. No son cuestiones irrelevantes, son indicadores que revelan una preocupante atrofia de los sensores que tendrían que haber puesto alerta, hace mucho, de que estaban en contradicción con los usos de Jesús. Así que bienvenida sea esa tarea que emprendes  de volver a la frescura del Evangelio y a la radicalidad de sus palabras: ya nos estamos dando cuenta de que, en lo que toca a los pobres, no vas a darnos tregua.
Comienzas tu camino en momentos de extrema debilidad de la Iglesia: lo mismo que aquel joven que huyó desnudo en el huerto, a ella le han sido arrancadas las vestiduras con las que se protegía: secretismo,  hermetismo, ocultamiento,  negación de lo evidente. Pero es precisamente ahora, cuando aparece desnuda y despojada  ante la mirada enjuiciadora del mundo, cuando se le presenta inesperadamente una ocasión maravillosa: la de revestirse por fin, únicamente, del manto de la gloria de su Señor.
Nos has confiado la tarea  de sostenerte con nuestra oración y en estos momentos estoy pidiendo para ti unas cuantas cosas: paciencia ante el rastreo que la prensa está haciendo de tu pasado y que es una consecuencia de lo que dijiste a los periodistas: “Habéis trabajado ¿eh?, habéis trabajado…”. Pues eso, se han crecido y siguen trabajando. También pido que no te agobien más de la cuenta  las expectativas descomunales que estás despertando y que te sientas muy libre (y muy hábil también) para elegir a quienes creas que pueden ayudarte en el gobierno de la Iglesia, aunque suponga un ERE para la curia.
Vas a encontrar muchas piedras en ese camino: críticas, resistencias y hasta zancadillas así que, siguiendo la recomendación de tu preciosa homilía el día de San José, trata  de custodiarte un poco a ti mismo. Y por si no aciertas del todo, que se ocupen de ello las santas de la Iglesia de Roma: Cecilia, Inés, Domitila, Tatiana, Agripina, Demetria, Martina, Basilisa, Melania, Anastasia, Digna, Emérita, Martina, Sabina.
Han ido a buscarte casi hasta el fin del mundo y ha sido un acierto: gracias por haber aceptado quedarte, sin poder volver a recoger tus cosas. Menos mal que los zapatos que llevas parecen cómodos.
Muchos nos sentimos ahora responsables de rezar por ti, aunque no seamos de tu diócesis y nos alegra saber que estás también encargado de velar por la Iglesia universal. De pronto, está recobrando sentido llamar Papa al Obispo de Roma.
Que el Señor te bendiga, te guarde y derrame sobre ti el bálsamo de su paz.

Dolores Aleixandre RSCJ+

lunes, 8 de abril de 2013

Donde Tú quieras, como Tú quieras...



Pero Rut dijo: No insistas que te deje o que deje de seguirte; porque adonde tú vayas, iré yo, y donde tú vivas, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios.(Rut. 1,16)