M Carmen Fernandez - Boletin de Pastoral Familiar LAICONET
La familia española está sufriendo una
serie de cambios que no sabemos qué consecuencias tendrá en el futuro. La
inestabilidad en que se encuentran muchos matrimonios, la facilidad con que se
rompen, son aspectos preocupantes.
Es frecuente oír decir que el matrimonio
es una cuestión de amor. Si se acaba el amor, se acaba el matrimonio. Depende
de lo que se entienda por amor. Si por amor entendemos el enamoramiento, este por
muy maravilloso que sea, es demasiado frágil y quebradizo. Basar el amor
exclusivamente en los sentimientos es trivializar el matrimonio. Los
sentimientos cambian continuamente dependiendo de muchos factores: cansancio,
estrés, estados de ánimos…
Es evidente que los sentimientos están relacionados con el amor y también es cierto que el crecimiento en el amor, necesita un buen clima emocional. Sería por tanto fatal identificar amor con sentimientos. Pero sería igualmente fatal para una relación amorosa la ausencia de sentimientos cálidos y afectuosos que apoyen el amor. El enamoramiento es el principio, el empujón, es la chispa que inicia un proceso que paulatinamente ha de dar paso a la maduración del amor, al AMOR con mayúsculas.
El verdadero amor es aquél que es entendido más que como mero sentimiento, como un encuentro que implica la voluntad y el entendimiento. (Deus Caritas est 17) El amor conyugal conlleva el comprender al otro, compartir sus preocupaciones y sus proyectos, buscar su bien y su felicidad, alegrarse con él, sufrir con él, crecer con él, entregarse del todo a él.
El amor conyugal es reciproco, es acogida y entrega a una persona a la vez que esa persona te acoge y se entrega a ti. Es el amor que ama del todo al otro y a la vez cuenta con todo el amor del otro, confía y se apoya en el otro y, a pesar de las dificultades que van surgiendo a lo largo del tiempo, se mantiene ilusionado y comprometido.
Este amor no nace por inercia, hay que ir construyéndolo día a día. Cuando una persona se va llenando de amor no solo crece su capacidad de amor hacia el otro, sino también su capacidad de amar. El amor pide siempre respuesta, pero el cónyuge se puede encontrar con que la persona amada no responde como él esperaba, pudiendo sentirse traicionado, decepcionado, no correspondido porque no encuentra una respuesta en la persona amada. La vida matrimonial exige una actitud de comprensión de la debilidad del otro, de paciencia, de disponibilidad para la reconciliación. Casarse con una persona es estar dispuesto a perdonarle siempre, todas las veces que sea necesario y olvidar la ofensa. La infidelidad, el enfriamiento, la ruptura no es algo que sucede de pronto, de manera imprevista. Es siempre algo que se viene gestando día a día cuando la relación se va contaminando de egoísmo, pequeñez, resentimientos, interés, venganzas, rechazos…
Sólo por la fuerza del AMOR se llegará a realizar el proyecto de matrimonio y familia feliz gestado y soñado en lo más profundo de dos personas que deciden compartir sus vidas para siempre.
Es evidente que los sentimientos están relacionados con el amor y también es cierto que el crecimiento en el amor, necesita un buen clima emocional. Sería por tanto fatal identificar amor con sentimientos. Pero sería igualmente fatal para una relación amorosa la ausencia de sentimientos cálidos y afectuosos que apoyen el amor. El enamoramiento es el principio, el empujón, es la chispa que inicia un proceso que paulatinamente ha de dar paso a la maduración del amor, al AMOR con mayúsculas.
El verdadero amor es aquél que es entendido más que como mero sentimiento, como un encuentro que implica la voluntad y el entendimiento. (Deus Caritas est 17) El amor conyugal conlleva el comprender al otro, compartir sus preocupaciones y sus proyectos, buscar su bien y su felicidad, alegrarse con él, sufrir con él, crecer con él, entregarse del todo a él.
El amor conyugal es reciproco, es acogida y entrega a una persona a la vez que esa persona te acoge y se entrega a ti. Es el amor que ama del todo al otro y a la vez cuenta con todo el amor del otro, confía y se apoya en el otro y, a pesar de las dificultades que van surgiendo a lo largo del tiempo, se mantiene ilusionado y comprometido.
Este amor no nace por inercia, hay que ir construyéndolo día a día. Cuando una persona se va llenando de amor no solo crece su capacidad de amor hacia el otro, sino también su capacidad de amar. El amor pide siempre respuesta, pero el cónyuge se puede encontrar con que la persona amada no responde como él esperaba, pudiendo sentirse traicionado, decepcionado, no correspondido porque no encuentra una respuesta en la persona amada. La vida matrimonial exige una actitud de comprensión de la debilidad del otro, de paciencia, de disponibilidad para la reconciliación. Casarse con una persona es estar dispuesto a perdonarle siempre, todas las veces que sea necesario y olvidar la ofensa. La infidelidad, el enfriamiento, la ruptura no es algo que sucede de pronto, de manera imprevista. Es siempre algo que se viene gestando día a día cuando la relación se va contaminando de egoísmo, pequeñez, resentimientos, interés, venganzas, rechazos…
Sólo por la fuerza del AMOR se llegará a realizar el proyecto de matrimonio y familia feliz gestado y soñado en lo más profundo de dos personas que deciden compartir sus vidas para siempre.
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