El
texto del Evangelio de Lucas que corresponde a este 4º domingo de cuaresma,
deja claro que el Dios de que habla es un Dios de misericordia que da la
bienvenida a los pecadores arrepentidos y los acoge. Tratar y comer con gente
de mala reputación no contradice su enseñanza sobre Dios, al contrario, hace
que esa enseñanza se pueda vivir en la vida diaria. Si Dios perdona a los
pecadores, aquellos que tienen fe tendrán que hacer lo mismo. Si Dios acoge a
los pecadores en su casa, aquellos que confían en Dios también tendrán que
hacerlo. Si Dios es misericordioso, los que aman a Dios tendrán que ser
misericordiosos.
El Dios
que Jesús anuncia, y en el nombre del cual actúa, es el Dios de la
misericordia, el Dios que se ofrece como ejemplo y modelo de comportamiento
humano. Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso. Ese es el
núcleo del mensaje del Evangelio. Estamos llamados a amar a los seres humanos
del mismo modo que Dios ama. Para llegar a ser como el Padre, Jesús es el
modelo que tenemos que seguir. Su persona es más importante que el contexto de
la parábola y de la parábola en sí. Es el verdadero Hijo del Padre. En él
habita toda la plenitud de Dios. Todo el conocimiento de Dios reside en él,
toda la gloria de Dios permanece en él; todo el poder de Dios le pertenece. Su
unidad con el Padre es tan íntima y compartida que ver a Jesús es ver al Padre.
Muéstranos al Padre, le dice Felipe. Jesús responde: Quien me ha visto a mí, ha
visto al Padre. Jesús nos enseña en qué consiste la verdadera condición de
hijo. Es el hijo pequeño sin ser rebelde. Es el hijo mayor sin ser rencoroso.
Es obediente al Padre en todo, pero no es su esclavo. Escucha todo lo que le
dice el Padre. Pero eso no lo convierte en su criado. Hace todo lo que el Padre
le dice que haga, pero es completamente libre. Lo da todo y lo recibe todo.
Todo lo que el Padre hace, lo hace igualmente el Hijo.
EVANGELIO (Lc 15, 1-3; 11-32) El Padre
Bueno, el hijo Prodigo...
En
aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle.
Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos:
-
Ese acoge a los pecadores y come con ellos.
Jesús
les dijo esta parábola: Un hombre tenía dos hijos: el menor de ellos dijo a su
adre: Padre, dame la parte que me toca de la fortuna. El padre les repartió los
bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a
un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo
había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a
pasar necesidad. Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país,
que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el
estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.
Recapacitando entonces se dijo: Cuántos jornaleros de mi padre tienen
abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino
adonde está mi padre, y le diré: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti;
ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros. »
Se
puso en camino a donde estaba su padre: cuando todavía estaba lejos, su padre
lo vio y se conmovió; y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a
besarlo.
Su
hijo le dijo:
-
Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo
Pero
el padre dijo a sus criados:
-
Sacad en seguida el mejor traje, y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y
sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un
banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo
hemos encontrado. Y empezaron el banquete.
Su
hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la
música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.
Este
le contestó:
-
Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha
recobrado con salud.
El
se indignó y se negaba a entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Y
él replicó a su padre.
-
Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí
nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha
venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el
ternero cebado
El
padre le dijo:
-
Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte,
porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo
hemos encontrado.
Extraido de: Dad. www.Camilos.es
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