EL HOMBRE MORADA DE DIOS
Un joven se puso a buscar la casa
donde vivía Dios. La buscó por todas partes, por los sitios más recónditos y
apartados. Preguntaba a todos y a todo lo que se cruzaba en su camino. Cuando
preguntaba a los pájaros, éstos le respondían con sus mejores cantos. Si lo
hacía a las flores del campo, éstas respondían lanzando su fragancia a los
vientos. Si les preguntaba a los animales, éstos daban brincos y saltos de
alegría. Incluso llegó a preguntarle al mar, y éste le respondió con una suave
brisa marina. No había duda de que sabían de Dios, pero no encontraba su casa
para poder estar con él.
Preguntó a los hombres y mujeres que
encontró por el camino y la hablaron maravillas sobre él. Pero de su casa,
nada. Hasta que preguntó a un hombre que le respondió lo siguiente:
-
Si quieres encontrar su casa, vente conmigo y la descubrirás.
Aquel hombre le llevó hasta una aldea
cercana, donde el hambre amenazaba a todos sus habitantes. El hombre le dijo
que se desprendiera de todo lo que tuviera de comer y de valor, y lo
compartiera con aquellas gentes. El joven, contrariado, le dijo:
-¿Y eso qué tiene que ver con encontrar a
Dios? Si les doy todo lo que tengo, me quedaré sin nada.
Y aquel hombre le respondió:
-Cuando tu corazón esté desapegado de todo, y
no te importe quedarte sin nada , descubrirás donde vive Dios.
El joven comenzó a compartir todo lo que
tenía con aquellos necesitados, y mientras lo hacía, comenzó a sentirse bien,
más lleno que nunca. Empezó a entender por qué brincaban los animales, por qué
las flores lanzaban al viento su aroma y por qué todos hablaban maravillas de
Dios. La casa de Dios estaba dentro de su corazón. Lo que buscaba por fuera lo
tenía dentro. Ahora se había creado el espacio suficiente para que Dios pudiera
vivir en su interior.
IDEAS PARA LA
REFLEXIÓN
San Agustín escribió: "Él
está en lo más íntimo de nuestro corazón, más adentro que nosotros
mismos". Y lamentaba: Saber que tú estabas dentro de mí y que yo por fuera
te buscaba. Tú estabas conmigo, pero yo no lo estaba contigo. Llamaste y
clamaste y rompiste mi sordera".
La
historia se vuelve a repetir en cada ser humano que viene a este mundo. A nadie
se le ahora el proceso de descubrir el tesoro que encierra su corazón. Todos
estamos llamados a descubrir quién vive en nuestro interior.
Difícil
porque estamos acostumbrados a vivir en la superficie. Pocos son los que se
aventuran a descubrir qué es lo que hay en sus adentros, porque son pocos los
que están dispuestos a arrancarse del corazón todo aquello que no es propio de
ellos.
PREGUNTAS.
1. ¿Buscas a Dios en tu vida? ¿Por
qué? ¿Dónde y cómo lo buscas? Desde el texto ¿lo buscas correctamente?
de dios en lo que te rodea?
3. ¿En qué momentos o situaciones
descubres tú
la presencia de Dios? ¿Puedes conectarlos con
el texto?
4. ¿Qué consecuencias ,crees o
tienes
la experiencia, puede tener encontrar a Dios?
5. Si alguien te preguntara sobre
tu vivencia
de Dios ¿qué le dirías?
HÁBLAME DE DIOS
Dije al almendro: ¡Háblame de Dios!
Y el almendro floreció.
Dije al pobre: ¡Háblame de Dios!
Y el pobre me dio su capa.
Dije al sueño: ¡Háblame de Dios!
Y el sueño se hizo realidad.
Dije a la casa: ¡Háblame de Dios!
Y se abrió la puerta.
Dije a un
niño: ¡Háblame de Dios!
Y el niño me lo pidió a mi.
Dije a un campesino: ¡Háblame de Dios!
Y el campesino me enseñó a labrar.
Dije a la naturaleza: ¡Háblame de Dios!
Y la naturaleza se cubrió de hermosura.
Dije al amigo: ¡Háblame de Dios!
Y el amigo me enseño a amar.
Dije a un pequeño: ¡Háblame de Dios!
Y el pequeño sonrió.
Dije al ruiseñor: ¡Háblame de Dios!
Y el ruiseñor se puso a cantar.
Dije a un guerrero: ¡Háblame de Dios!
Y el guerrero dejó las armas.
Dije al dolor: ¡Háblame de Dios!
Y el dolor se transformó en esperanza.
Dije a la fuente: ¡Háblame de Dios!
Y el agua brotó.
Dije a mi madre: ¡Háblame de Dios!
Y mi madre me dio un beso en la frente.
Dije a la mano: ¡Háblame de Dios!
Y la mano se puso a servir.
Dije al enemigo: ¡Háblame de Dios!
Y el enemigo me tendió la mano.
Dije a la gente: ¡Háblame de Dios!
Y la gente se amaba.
Dije a la voz: ¡Háblame de Dios!
Y la voz no encontró palabras.
Dije a Jesús : ¡Háblame de Dios!
Y Jesús repitió el Padre Nuestro.
Dije, temeroso, al sol del atardecer:
¡Háblame de Dios!
El sol se ocultó sin decirme nada
Pero al día siguiente, al amanecer, me sonrió de nuevo.
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