martes, 18 de diciembre de 2012

Amar a Dios y al hermano.




 Nunca me fue fácil comprender por qué el tiempo de noviciado  estaba tan orientado a la oración y a la formación y, aparentemente, dejaba de lado el apasionante y envolvente mundo del apostolado y el servicio pastoral.
           Es cierto que en casa, todas tenemos nuestro servicio que prestar a la comunidad, desde las tareas domésticas hasta la ayuda que podamos ofrecer por los conocimientos o habilidades que cada una posee.

            Sin embargo, y a pesar de que colaboramos con una parroquia, animamos una Eucaristía de niños en un centro de protección infantil que guía una Congregación religiosa, y participamos en  un voluntariado con discapacitados, yo pensaba que teníamos que dedicar más tiempo al ámbito pastoral. No obstante comencé a comprender que no estaba del todo en lo cierto cuando alguien me habló, por cuarta o quinta vez, de la vida oculta de Jesús. Si Jesús no hubiese visto a su madre hacer pan en casa y meter la levadura en la masa ¿cómo habría comparado este fermento con el Reino?, y si nunca se hubiese detenido a contemplar la hermosura de los lirios o la abundancia de alimento de los pájaros ¿quién se lo habría advertido para que Él anunciara que el Padre a todos provee? Él, artesano durante su vida oculta, percibió que una casa construida sobre arena se viene abajo, mientras que los cimientos sobre roca aguantan lluvias y vendavales.

            Lo que Jesús ha ido recibiendo y aprendiendo durante ese tiempo de su vida del que los Evangelios guardan silencio, es lo que va ha hacer de él un hombre cercano a todos, cuyas palabras comprenden desde los más sencillos hasta los maestros de la ley. Es también el tiempo en que su intimidad con el Padre le va urgiendo a partirse y entregarse hasta el extremo, para dar a conocer a un Dios bueno que quiere que todos se salven y lleguen a conocerle.

            Ésta, creo que es, al menos en parte, la experiencia de trabajo y servicio en el noviciado, experiencia que escribe las notas a pie de página del gran libro de nuestra vida, que nos invita a desarrollar las virtudes que tanto nos aconsejó Mª Rosa Molas y que, decía ella, deben dar tono a todas nuestras acciones: sencillez, humildad y caridad, empezando por lo más cotidiano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario