Nunca me fue fácil comprender por qué el tiempo de noviciado estaba tan orientado a la oración y a la formación y, aparentemente, dejaba de lado el apasionante y envolvente mundo del apostolado y el servicio pastoral.
Es
cierto que en casa, todas tenemos nuestro servicio que prestar a la comunidad,
desde las tareas domésticas hasta la ayuda que podamos ofrecer por los
conocimientos o habilidades que cada una posee.
Sin
embargo, y a pesar de que colaboramos con una parroquia, animamos una
Eucaristía de niños en un centro de protección infantil que guía una
Congregación religiosa, y participamos en
un voluntariado con discapacitados, yo pensaba que teníamos que dedicar
más tiempo al ámbito pastoral. No obstante comencé a comprender que no estaba
del todo en lo cierto cuando alguien me habló, por cuarta o quinta vez, de la
vida oculta de Jesús. Si Jesús no hubiese visto a su madre hacer pan en casa y
meter la levadura en la masa ¿cómo habría comparado este fermento con el
Reino?, y si nunca se hubiese detenido a contemplar la hermosura de los lirios
o la abundancia de alimento de los pájaros ¿quién se lo habría advertido para
que Él anunciara que el Padre a todos provee? Él, artesano durante su vida
oculta, percibió que una casa construida sobre arena se viene abajo, mientras
que los cimientos sobre roca aguantan lluvias y vendavales.
Lo
que Jesús ha ido recibiendo y aprendiendo durante ese tiempo de su vida del que
los Evangelios guardan silencio, es lo que va ha hacer de él un hombre cercano
a todos, cuyas palabras comprenden desde los más sencillos hasta los maestros
de la ley. Es también el tiempo en que su intimidad con el Padre le va urgiendo
a partirse y entregarse hasta el extremo, para dar a conocer a un Dios bueno
que quiere que todos se salven y lleguen a conocerle.
Ésta,
creo que es, al menos en parte, la experiencia de trabajo y servicio en el
noviciado, experiencia que escribe las notas a pie de página del gran libro de
nuestra vida, que nos invita a desarrollar las virtudes que tanto nos aconsejó Mª
Rosa Molas y que, decía ella, deben dar tono a todas nuestras acciones:
sencillez, humildad y caridad, empezando por lo más cotidiano.
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