“VOCACIÓN”…
esa palabra que en ocasiones nos confunde, muchas veces nos atrae y otras
incluso nos abruma, queriendo eliminarla de nuestro vocabulario para no
complicarnos la vida. Pero, ¿quién querría eliminar la posibilidad de alcanzar
su sueño? Sí; para hablar de vocación, hablemos de SUEÑO.
Dios
nos ha creado, nos ha amado y nos ha elegido primero (Jn. 15, 16). Cuando amas
verdaderamente a alguien, sueñas con algo bueno, algo maravilloso para esa
persona. Ése es el deseo, la
Voluntad de Dios: que lleguemos a vivir junto a Él lo que ha
soñado para cada uno de nosotros.
Y
así, el Señor nos llama, nos sueña,… Esa llamada es la vocación. Por tanto,
podemos decir que nuestra vocación será aquélla que, viviéndola, haga que
podamos disfrutar del amor del Padre y amarlo con todas nuestras limitadas
fuerzas, es decir, llevar a su plenitud ese Amor. De esta forma, viviremos la
vida a la que hemos sido llamados, encontrando así nuestro sitio y el sentido
de nuestra existencia, de todo cuanto
vivamos.
Lo
importante para Dios no es ya todo lo bueno que hagamos, las actividades que
realicemos, el tiempo invertido,… sino lo que somos (no es lo mismo hacer que ser). No se trata de la productividad, sino de vivirlo todo desde
el lugar y la vocación a la que has sido llamado incluso “antes de formarte en
el vientre de tu madre” (Jr. 1, 5).
Por
eso, cada persona está llamada a responderle en una vocación concreta… ¿Te has
preguntado cuál es la tuya?
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