Cuando has descubierto que el Señor te está llamando
a vivir en plenitud y cuando experimentas esas ganas de responder a su
Voluntad, necesitas encontrar el sitio que te ha preparado. Sólo tienes que
intentar identificarte en el mundo, soñarte amando a Dios en el hermano,
teniendo claro que tienes una misión que te ha sido confiada: AMAR A DIOS, AMAR
AL PRÓJIMO. Pero, ¿cómo llevar a cabo esta misión?
Aquí te mostramos una referencia de las distintas
vocaciones de la
Iglesia. Como verás, hemos desarrollado algo más la vocación
a la vida consagrada porque es aquella que conocemos de “primera mano”.
LA VIDA CONSAGRADA
Esta
opción tiene como fundamento el seguimiento radical de Jesucristo. Consiste en
que el Amor al que quieres responder te impulsa a desear identificarte con Él
por completo. Queremos prolongar en la historia el modo de vivir de Jesucristo.
Está claro que no puedes vivir en la misma época,
historia, contexto (¡han pasado más de dos mil años!)…, pero sí que es posible
intentar vivir como Él lo haría en nuestro tiempo, contexto y situación
concreta. De acuerdo, no es fácil. Tal vez no consigamos alcanzar por completo
el Ideal al que aspiramos, pero estamos en camino siempre y nuestros ojos están
puestos en Él. Cristo es el centro de nuestra vida y hacia Él caminamos
teniéndolo como Modelo. Este deseo te abre a un estilo de vida diferente,
contracorriente, renunciando a algunas cosas que, sin dejar de ser buenas, no
responden a lo que queremos convertir en el centro de nuestra vida: esa entrega
total a Dios y a los hermanos, pilares donde nosotras descubrimos nuestra
riqueza.
“La aportación
específica que los consagrados/as ofrecen a la evangelización está en el
testimonio de una vida totalmente entregada a Dios y a los hermanos… hacen
visible, en su consagración y total entrega, la presencia amorosa y salvadora
de Cristo… Cuanto más se vive de Cristo, tanto mejor se le puede servir en los
demás, llegando hasta las avanzadillas de la misión y aceptando los mayores
riesgos” (Vida Consagrada,
nº 76)
Todo
esto sólo es posible cuando te enamoras de tal manera de ese Alguien que sólo
quieres vivir lo que Él vive, amar lo que Él y como Él ama, entregarte como Él
lo sigue haciendo. Ésa es la locura de quien se enamora, ¿no?
Dentro
de este estado de vida consagrada podemos diferenciar entre:
-
La vida contemplativa, cuya finalidad
es permanecer junto al Señor en la oración, orientando su vida a la
contemplación y a presentarle las necesidades de nuestro mundo.
-
La vida activa o apostólica. Éste es
el estilo de vida de las Hermanas de la Consolación. Se
trata de una entrega total a Dios a través de la oración, como fundamento en el
que se sustentará nuestra acción, y a través del apostolado, donde perseguimos
“atender a los profundos desconsuelos del hombre”. Todo ello viviendo en
comunidad fraterna.
Esta vocación se vive a través de los votos de
castidad, pobreza y obediencia. Además, no es algo general, sin “forma”,
etéreo, sino que se concreta en un Carisma. Para nosotras, el carisma de la Consolación es el
regalo del Espíritu, que nos impulsa y orienta nuestras acciones para vivir
este sueño de Dios, abrazando esa entrega libremente para convertirnos en
instrumentos de su Consolación.
Además,
existen otras formas de consagración como los Institutos de vida consagrada o
las vírgenes consagradas que tienen otros matices.
SACERDOCIO
Ésta es una vocación cuya finalidad es el
servicio en la comunidad y para la comunidad. Su tarea, por tanto, es servir en
nombre y en representación de Cristo en la comunidad (Catecismo de la Iglesia Católica ,
nº 159)
Esta
tarea se concreta en el anuncio de la Palabra de Dios, presidir las celebraciones
litúrgicas y el gobierno de la comunidad.
El
sacerdote quiere ser, con su servicio, el representante de Cristo en la tierra.
VIDA LAICAL
Hay
muchas personas cuya vocación está en un estilo de vida comprometido con la Iglesia , viviendo en este
mundo desde Dios.
El
laico/a vive la misión que el Señor le encomienda como sal y luz del mundo: su
tarea tiene gran relevancia, ya sea a través del matrimonio, formando una
familia cristiana o a través de un estilo de vida comprometido con las
necesidades del mundo que le rodea, sin olvidar nunca que debe alimentarse
constantemente de Dios, en un encuentro cada vez más personal con Él, para que realmente viva este estado de vida
como verdadera vocación.
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