Las Hermanas de Ntra. Sra. de la Consolación, os invitamos a la Eucaristía en Acción de Gracias por la vida de nuestra hermana. Mª Teresa
La vida de Santidad de la Hna. De la Consolación, Mª Teresa Gonzalez Justo
Un testigo fidedigno que convive con María Teresa 23 años, don Jesús Camino, médico neumólogo del Sanatorio, ha escrito de ella cosas preciosas. Espigamos en su testimonio.
- «Para mí la vida de Sor María Teresa es una vida encantadora. Para las cosas del mundo era el despiste personificado, porque ella vivía en otro mundo, en el del espíritu. Sólo vivía para Dios y para remediar las necesidades de los demás. No le oí nunca a lo largo de tantos años una palabra airada. La llamábamos 'Sor Alegría'. Era de un encanto subido. Toda su vida fue siempre igual. Siempre la encontrabas igual, siempre alegre y sonriente. Con aquella mujer se vivía el cielo en la tierra. Fueron los mejores años de mi vida; entonces yo no tenía ningún problema de si existe Dios, de si hay cielo, de qué pasará... Ella te daba seguridad de todo con sólo mirarla».
- «Aparte de su espiritualidad, humanamente era extraordinaria. No le repugnaba nada. Allí la veías a la cabecera del enfermo tuberculoso casi en continua hemoptisis, preparándole para morir y ¡cómo los preparaba!»
- «Nunca le oí decir: hago esto o hago lo otro; lo hacía y en paz, sin más. Ella iba a la suya, que era ir a la de Dios. Ella estaba en la verdad, porque se pasó la vida contemplando a Dios en el enfermo».
- «Llegar a la realidad de lo que Sor María Teresa hizo en el Sanatorio es muy difícil, porque lo hacía todo en silencio y con una paz... Vivió el cielo en la tierra. ¡Es tan difícil comprender esto si no se vive!».
- Un enfermo, que después se ordenó de sacerdote, nos dice: «Era una monja que se hacía querer de todos... Se veía en ella algo especial. Era una mujer extraordinaria. Lo que cautivaba a la gente era su sencillez, su simplicidad, porque derrochaba bondad por todos lados y era tan humana, que era difícil para nosotros poder compaginar su gran bondad, su espiritualidad con su humanidad».
Y es que María Teresa no tiene otro norte que llenarse de Dios y ser consolación para el que sufre. El tiempo y los medios no cuentan para ella: sólo busca estar unida a Cristo y hacer el bien. Todo lo mira con ojos buenos. Se ingeniará mil modos para remediar desgracias ajenas. Buscará alimentos, como sea, para los enfermos más graves. Por supuesto privándose ella de lo más nutritivo de su comida. Las anécdotas son interminables, porque su gran amor al Señor le pide remediar a los más desgraciados y a todos los que pasan a su lado.
De Sor María Teresa se ha dicho que «pasó inadvertida». En realidad, quienes tuvieron la suerte de encontrarse con ella -pobres, enfermos, necesitados, médicos, enfermeras, hermanas de comunidad, familiares, amigos-, no dirán lo mismo. «Su servicialidad, su constante sonrisa, su sacrificio abnegado y generoso la hacían especialmente amable». No pasó inadvertida su alegría serena. La llamaron «Sor Sonrisa» y «Sor Alegría» Con la sonrisa en los labios siempre ponía una nota de afabilidad en sus conversaciones. Y esto tampoco pasó inadvertido.
Vivió con la normalidad de tantos santos, con sencillez, con humildad, con fidelidad; vivió en el silencio, la abnegación y la renuncia que cada día le exigía su entrega al Señor y a los enfermos del Sanatorio.
La vida de María Teresa se explica así a la luz de la fe, la esperanza y el amor. Se explica desde la actuación amorosa de Dios en ella y desde su fidelidad a este amor.
Tuvo experiencia de un Dios, que en Cristo, se hizo su Amigo, su Esposo, su Fortaleza, su Amor, su Todo. Cristo vivido en la sencillez de su alma transparente, con la hondura de un amor esponsal fecundo y recio.
Conoció a Cristo en el evangelio y en la oración y quiso vivir en radicalidad las exigencias de su consagración a Él como Hermana de la Consolación.
«Con las hermanas -confiesan éstas- tenía una caridad extraordinaria». «Dejaba siempre en buen lugar a todas». Con gracia solía repetir: «para mí las monjas más guapas son las de este Sanatorio». Sus hermanas de comunidad no dudan en la santidad de María Teresa y a los quince años de su muerte se inicia su Proceso de Beatificación y Canonización.
Sus escritos íntimos
Dos pequeñas libretas con sus escritos íntimos, nos permiten asomarnos a su alma. Un alma transparente como un lago tranquilo donde se puede ver el fondo. Y en ese fondo, el amor y la cruz.
María Teresa fue una mujer sensible a la amistad. Y de una amistad, fuente de crecimiento en su camino hacia Dios, nos hablan sus Charlas con Salvador Monrós, ese joven valenciano internado en el Sanatorio, de gran finura espiritual, que hubiera sido sacerdote, pero su enfermedad se lo impidió. Todos lo tenían por santo. Sus charlas a lo largo de dos años con María Teresa fueron las de dos santos. Exclamará ésta: «Nunca tuve conversación con él que no fuera de Dios». «Varias veces me dijo: 'quiero vivir sólo para Dios'». Salvador y María Teresa hablaron del cielo con la nostalgia y la profundidad de los grandes enamorados de Dios.
Las Cartas dirigidas a mi Jesús, desde el destierro, nos dejan entrever la soledad y el sufrimiento como compañeros inseparables de sus días. Y, a la vez, su fe y confianza en Cristo. Él la sostiene y le da ese fondo de paz serena que se dibuja en su semblante.
Estas páginas, reflejo de una honda intimidad con Cristo, piden ser leídas en el silencio de la oración. Son páginas escritas con la sencillez del lenguaje del pueblo, sin cuidar la ortografía, que nunca fue su fuerte. Páginas que conservan la belleza y frescura de la espontaneidad de su alma transparente.
He aquí algunos retazos:
De Sor María Teresa se ha dicho que «pasó inadvertida». En realidad, quienes tuvieron la suerte de encontrarse con ella -pobres, enfermos, necesitados, médicos, enfermeras, hermanas de comunidad, familiares, amigos-, no dirán lo mismo. «Su servicialidad, su constante sonrisa, su sacrificio abnegado y generoso la hacían especialmente amable». No pasó inadvertida su alegría serena. La llamaron «Sor Sonrisa» y «Sor Alegría» Con la sonrisa en los labios siempre ponía una nota de afabilidad en sus conversaciones. Y esto tampoco pasó inadvertido.
Vivió con la normalidad de tantos santos, con sencillez, con humildad, con fidelidad; vivió en el silencio, la abnegación y la renuncia que cada día le exigía su entrega al Señor y a los enfermos del Sanatorio.
La vida de María Teresa se explica así a la luz de la fe, la esperanza y el amor. Se explica desde la actuación amorosa de Dios en ella y desde su fidelidad a este amor.
Tuvo experiencia de un Dios, que en Cristo, se hizo su Amigo, su Esposo, su Fortaleza, su Amor, su Todo. Cristo vivido en la sencillez de su alma transparente, con la hondura de un amor esponsal fecundo y recio.
Conoció a Cristo en el evangelio y en la oración y quiso vivir en radicalidad las exigencias de su consagración a Él como Hermana de la Consolación.
«Con las hermanas -confiesan éstas- tenía una caridad extraordinaria». «Dejaba siempre en buen lugar a todas». Con gracia solía repetir: «para mí las monjas más guapas son las de este Sanatorio». Sus hermanas de comunidad no dudan en la santidad de María Teresa y a los quince años de su muerte se inicia su Proceso de Beatificación y Canonización.
Sus escritos íntimos
Dos pequeñas libretas con sus escritos íntimos, nos permiten asomarnos a su alma. Un alma transparente como un lago tranquilo donde se puede ver el fondo. Y en ese fondo, el amor y la cruz.
María Teresa fue una mujer sensible a la amistad. Y de una amistad, fuente de crecimiento en su camino hacia Dios, nos hablan sus Charlas con Salvador Monrós, ese joven valenciano internado en el Sanatorio, de gran finura espiritual, que hubiera sido sacerdote, pero su enfermedad se lo impidió. Todos lo tenían por santo. Sus charlas a lo largo de dos años con María Teresa fueron las de dos santos. Exclamará ésta: «Nunca tuve conversación con él que no fuera de Dios». «Varias veces me dijo: 'quiero vivir sólo para Dios'». Salvador y María Teresa hablaron del cielo con la nostalgia y la profundidad de los grandes enamorados de Dios.
Las Cartas dirigidas a mi Jesús, desde el destierro, nos dejan entrever la soledad y el sufrimiento como compañeros inseparables de sus días. Y, a la vez, su fe y confianza en Cristo. Él la sostiene y le da ese fondo de paz serena que se dibuja en su semblante.
Estas páginas, reflejo de una honda intimidad con Cristo, piden ser leídas en el silencio de la oración. Son páginas escritas con la sencillez del lenguaje del pueblo, sin cuidar la ortografía, que nunca fue su fuerte. Páginas que conservan la belleza y frescura de la espontaneidad de su alma transparente.
He aquí algunos retazos:
- «Si quiero saber cómo va mi amor para con el Señor, me asomaré a la calle, y si amo a todos los que pasan estaré tranquila, porque las cosas van bien. No sé, Señor, si en esto tendré algún mérito. ¡Amo tanto a mi prójimo!... Pero de todos son mis preferidos los pobres, los enfermos, los desgraciados, los ancianos, los que sufren... Para ellos todo mi amor, mi vida y mi todo. Todos cogen dentro de mi corazón, porque en él está también el de Cristo, y por su boca repito: 'Venid a mí todos, que con su ayuda, yo los aliviaré'».
- «Dame, Señor, una vida de fe extraordinaria para saber sufrir..., para saber llevar, día tras día, sonriendo, mi cruz de cada día, que la tengo que llevar yo sin que nadie se dé cuenta».
Misionera desde el Sanatorio
María Teresa lleva dentro del pecho un alma misionera. Nos dicen: «Si hay una misionera en el mundo, que lo haya sido desde lejos, es Sor María Teresa, porque fue una auténtica misionera sin salir del Sanatorio».
María Teresa llevó a Cristo a lugares remotos. Desde su Sanatorio acompaña con sus oraciones a los misioneros; anima a los enfermos a sufrir sus dolores y su soledad por la extensión del evangelio en países de misión; se las ingenia para recaudar dinero, ropas, medicinas, libros y alimentos para las misiones; monta su «tienda» en beneficio de las misiones más necesitadas; hace rifas, colecciona sellos, organiza charlas misioneras entre sus enfermos, rosarios, procesiones...
De este modo María Teresa hace el bien con la libertad de los hijos de Dios y con la sencilla ingenuidad de quienes piensan que todo lo que se hace con buena voluntad es bueno. Siente en su interior que se lo pide el Señor y no se lo puede negar.
Alma de apóstol, en su corazón caben todos los hombres. Todos los sufrimientos de los hombres. Escribe:
María Teresa lleva dentro del pecho un alma misionera. Nos dicen: «Si hay una misionera en el mundo, que lo haya sido desde lejos, es Sor María Teresa, porque fue una auténtica misionera sin salir del Sanatorio».
María Teresa llevó a Cristo a lugares remotos. Desde su Sanatorio acompaña con sus oraciones a los misioneros; anima a los enfermos a sufrir sus dolores y su soledad por la extensión del evangelio en países de misión; se las ingenia para recaudar dinero, ropas, medicinas, libros y alimentos para las misiones; monta su «tienda» en beneficio de las misiones más necesitadas; hace rifas, colecciona sellos, organiza charlas misioneras entre sus enfermos, rosarios, procesiones...
De este modo María Teresa hace el bien con la libertad de los hijos de Dios y con la sencilla ingenuidad de quienes piensan que todo lo que se hace con buena voluntad es bueno. Siente en su interior que se lo pide el Señor y no se lo puede negar.
Alma de apóstol, en su corazón caben todos los hombres. Todos los sufrimientos de los hombres. Escribe:
- «Llevo un gran peso dentro de mi alma... Pienso mucho en las cárceles, en los reformatorios, en las misiones, en la Iglesia perseguida, en los sanatorios, en los enfermos que no se quieren convertir; en los que sufren sin tener fe, por los malos ejemplos que han visto; en tantas familias separadas, en las capitales que viven del materialismo, en los que sufren solos sin ningún consuelo, porque no son comprendidos».
- «Señor: ¿qué hacer con todos estos hermanos míos, que tan dentro los llevo de mi corazón?. Bendícelos, Señor, ten compasión de ellos. Necesitan santos para que te vean a ti en ellos; proporciónaselos, que los necesitan. ¡Quien pudiera estar en todos los sitios para decirles que Tú eres bueno, que los amas y que les guardas un trocito de cielo, que Tú sólo puedes dar!».
Estos son sus sentimientos dos años antes de morir.
(Si quiereis saber más sobre la vida de MªTeresa Gonzalez Justo, sobre sus historias de Amor que se parte y reparte podeis visitar)
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