¿A QUÉ TE LLAMA DIOS?
Me dirijo sobre todo a vosotros, queridísimos chicos
y chicas, jóvenes y menos jóvenes, que os halláis en el momento decisivo de
vuestra elección. Quisiera encontrarme con cada uno de vosotros personalmente,
llamaros por vuestro nombre, hablaros de corazón a corazón de cosas
extremadamente importantes, no solo para vosotros individualmente, sino para la
humanidad entera.
Quisiera preguntaros a cada uno de vosotros: ¿Qué
vas a hacer de tu vida? ¿Cuáles son tus proyectos? ¿Has pensado alguna vez en
entregar tu existencia totalmente a Cristo?
¿Crees que pueda haber algo más grande que llevar a
Jesús a los hombres y los hombres a Jesús?
Os halláis en la encrucijada de vuestras vidas y
debéis decidir cómo podéis vivir un futuro feliz, aceptando las
responsabilidades del mundo que os rodea. Me habéis pedido que os dé ánimos y
orientaciones, y con mucho gusto os ofrezco algunas palabras en el nombre de
Jesucristo.
En primer lugar os digo: no penséis que estáis solos
en esa decisión vuestra; y en segundo lugar que cuando decidáis vuestro futuro,
no debéis decidirlo sólo pensando en vosotros.
La convicción que debemos compartir y extender es
que la llamada a la santidad está dirigida a todos los cristianos. No se trata
del privilegio de una élite espiritual. No se trata de que algunos se sientan con
una audacia heroica. Menos aún se trata de un tranquilo refugio adaptado a
cierta forma de piedad o a ciertos temperamentos naturales. Se trata de una
gracia propuesta a todos los bautizados, según modalidades y grados diversos.
La santidad cristiana no consiste en ser impecables,
sino en la lucha por no ceder y volver a levantarse siempre, después de cada
caída. Y no deriva tanto de la fuerza de voluntad del hombre, sino más bien del
esfuerzo por no obstaculizar nunca la acción de la gracia en la propia alma, y
ser, más bien, sus humildes.
Cada cristiano es una obra extraordinaria de la
gracia de Dios y está llamado a las más altas cimas de santidad. A veces estos
no parecen apreciar totalmente la divinidad de su vocación. Su específica
vocación y misión consiste en meter el Evangelio en la realidad del mundo en
que viven.
¡Seguid a Cristo: vosotros, los solteros todavía, o
los que os estéis preparando para el matrimonio! ¡Seguid a Cristo! Vosotros
jóvenes o viejos. ¡Seguid a Cristo! Vosotros enfermos o ancianos, los que
sentís la necesidad de un amigo: ¡Seguid a Cristo!
¿CUÁNDO
Y CÓMO LLAMA DIOS?
¡Cuantos jóvenes no poseen la verdad, y arrastran su
existencia sin un "para qué’’! ¡Cuantos, quizás después de vanas y
extenuantes búsquedas, desilusionados y amargados se han abandonado, y se
abandonan todavía en la desesperación!
¡Y cuantos han logrado encontrar la verdad después
de angustiosos años llenos de interrogantes y experiencias tristes!
Pensad, por ejemplo, en el dramático itinerario de
San Agustín, para llegar a la luz de la verdad y a la paz de la inocencia
reconquistada.
¡Y que suspiro lanzó cuando, finalmente, alcanzo la luz!
Y exclama con nostalgia: ¡Qué tarde te
ame!
¡Pensad en la fatiga que tuvo que pasar el celebre
Cardenal Newman para llegar, con la fuerza de la 1ógica, al catolicismo! ¡Qué
larga y dolorosa agonía espiritual!
Es verdaderamente impresionante saber que poseemos la
verdad.
Él os ha elegido, de modo misterioso, pero real,
para haceros con Él y como Él, salvadores; quiere transformaros en Él.
Cristo os llama de verdad. Su llamada es exigente
porque os invita a dejaros “pescar” por Él completamente, de modo que vuestra
existencia se contemple bajo una luz diversa. Tratad de vivir sólo para El.
Hay un modo maravilloso de realizar el amor en la
vida: se trata de la vocación de seguir a Cristo libremente elegido por amor
del reino de los cielos. Pido a cada uno de vosotros que se interrogue
seriamente sobre si Dios no lo llama hacia uno de estos caminos. Y a todos los
que sospechan tener esta posible vocación personal, les digo: rezad tenazmente
para tener la claridad necesaria, pero luego decid un alegre sí.
En efecto, Dios ha pensado en nosotros desde la
eternidad y nos ha amado como personas únicas e irrepetibles, llamándonos a
cada uno por nuestro nombre, como el Buen Pastor que a sus ovejas las llama a cada una por su nombre.
VOCACIÓN A UNA ENTREGA TOTAL A CRISTO
Dios llama desde muy jóvenes
Durante los años de la juventud se va configurando
en cada uno la propia personalidad. El futuro comienza ya a hacerse presente y
el porvenir se ve como algo que está ya al alcance de las manos. Es el período
en que se ve la vida como un proyecto prometedor a realizar del cual cada uno
es y quiere ser protagonista.
Es también el tiempo adecuado para discernir y tomar
conciencia con más radicalidad de que la vida no puede desarrollarse al margen
de Dios y de los demás. Es la hora de afrontar las grandes cuestiones, de la
opción entre el egoísmo o la generosidad.
Cada uno de vosotros está enfrentado ante el reto de
dar pleno sentido a su vida, a la vida que se os ha concedido vivir.
Sois jóvenes y queréis vivir. Pero debéis vivir
plenamente y con una meta. Debéis vivir para Dios; para los demás. Y nadie
puede vivir esta vida para sí mismo. El futuro es vuestro, pero el futuro es
sobre todo una llamada y un reto a encontrar vuestra vida entregándola,
perdiéndola, compartiéndola mediante la amorosa entrega a los demás. Dice
Cristo: El que ama su vida la pierde;
pero el que aborrece su vida en este mundo, la encontrará para la vida eterna.
Y la medida del éxito de vuestra vida dependerá de
vuestra generosidad.
Cristo dispone de toda la terapia para curar los
males del mundo. Él, que ha querido considerarse médico a Sí mismo, nos ha
enseñado que, si se quiere cambiar el mundo, hay que cambiar antes de nada el
corazón del hombre.
Es Dios quien llama y lo hizo desde la
eternidad
Todos hemos sido llamados —cada uno de un modo
concreto— para ir y dar fruto.
Los discípulos fueron elegidos por el Maestro, no se
presentaron voluntarios, al menos en su inicio, porque la amistad que ofrece
Jesús es completamente gratuita. Y el que se siente querido por Jesús también
se siente a su vez obligado a ser un discípulo fiel y activo. Y esto es dar
fruto.
En la raíz de toda vocación no se da una iniciativa
humana o personal con sus inevitables limitaciones, sino una misteriosa
iniciativa de Dios.
Desde la eternidad, desde que comenzamos a existir
en los designios del Creador y Él nos quiso criaturas, también nos quiso
llamados, preparándonos con dones y condiciones para la respuesta personal,
consciente y oportuna a la llamada de Cristo o de la Iglesia. Dios que nos ama,
que es Amor, es ¡Él quien llama!.
La vocación es un misterio que el hombre acoge y
vive en lo mas íntimo de su ser. Depende de su soberana libertad y escapa a
nuestra comprensión. No tenemos que exigirle explicaciones, decirle:
¿Por qué me haces esto?, puesto que Quien llama es
el Dador de todos los bienes.
Por eso ante su llamada, adoramos el misterio,
respondemos con amor a su iniciativa amorosa y decimos sí a la vocación.
Experimentar la vocación es un acontecimiento único,
indecible, que sólo se percibe como suave soplo a través del toque esclarecedor
de la gracia; un soplo del Espíritu Santo que, al mismo tiempo que perfila de
verdad nuestra frágil realidad humana, enciende en nuestros corazones una luz
nueva.
El proceso de la vocación
Una vocación en la Iglesia, desde el punto de vista
humano, comienza con un descubrimiento: encontrar la perla de gran valor.
Vosotros habéis descubierto a Jesús: su persona, su mensaje, su llamada.
Después del inicial descubrimiento, sobreviene un
diálogo en la oración, un diálogo entre Jesús y el que ha sido llamado, un
diálogo que va mas allá de las palabras y se expresa en el amor.
Ciertas experiencias de entusiasmo religioso que a
veces concede el Señor son únicamente gracias iniciales y pasajeras que tienen
por objeto empujar hacia una decidida voluntad de conversión caminando con
generosidad en fe, esperanza y amor.
La llamada del hombre está primero en Dios: en su
mente y en la elección que Dios mismo realiza y que el hombre tiene que leer en
su propio corazón. Al percibir con claridad esta vocación que viene de Dios, el
hombre experimenta la sensación de su propia insuficiencia. Trata incluso de
defenderse ante la responsabilidad de la llamada. Y así, como sin querer, la
llamada se convierte en el fruto de un diálogo interior con Dios y es, incluso,
hasta a veces como el resultado de una batalla con Él.
Ante las reservas y dificultades que con la razón el
hombre opone, Dios aporta el poder de su gracia. Y con el poder de esta gracia
consigue el hombre la realización de su llamada.
La respuesta a la vocación es siempre un sí
lleno de fe
La fe y el amor no se reducen a palabras o a
sentimientos vagos. Creer en Dios y amar a Dios significa vivir toda la vida
con coherencia a la luz del Evangelio, y esto no es fácil. ¡Sí! Muchas veces se
necesita coraje para ir contra la corriente de la moda o la mentalidad de este
mundo. Pero, lo repito, este es el único camino para edificar una vida bien
acabada y plena.
Y si a pesar de vuestro esfuerzo personal por seguir
a Cristo, alguna vez sois débiles no cumpliendo... sus mandamientos, ¡no os
desaniméis! ¡Cristo os sigue esperando! El, Jesús, es el Buen Pastor que carga
con la oveja perdida sobre sus hombros y la cuida con cariño para que sane.
Cristo es amigo que nunca defrauda.
El joven del Evangelio añade: ¿Qué me falta?. Aquél corazón joven movido por la gracia de Dios,
siente un deseo de más generosidad, de más entrega, de más amor. Un más que es
propio de la juventud; porque un corazón enamorado no calcula, no regatea,
quiere darse sin medida.
Jesús fijando en el la mirada, lo amo y le
dijo: ven y sígueme.
A los que han entrado por la senda de la vida en el
cumplimiento de los mandamientos el
Señor les propone nuevos horizontes; el Señor les propone metas más elevadas y
los llama a entregarse a ese amor sin reservas.
Descubrir esta llamada, esta vocación, es caer en la
cuenta de que Cristo tiene fijos los ojos en tí y que te invita con la mirada a
la entrega total en el amor. Ante esa mirada, ante ese amor suyo, el corazón
abre las puertas de par en par y es capaz de decirle que sí.
Si algunos de vosotros siente una llamada a seguirle
más de cerca, a dedicarle el corazón por entero como los apóstoles Juan y
Pablo, que sea generoso, que no tenga miedo, porque no hay nada que temer
cuando el premio que espera es Dios mismo, a quien, a veces sin saberlo, todo
joven busca.
Jóvenes que me escucháis, jóvenes que sobre todo,
queréis saber lo que habéis de hacer para alcanzar la vida eterna decid siempre
que sí a Dios y É1 os llenará de su alegría.
¿Quizá hoy Jesús os está repitiendo a cada uno de
vosotros: una sola cosa te falta?
¿Quizá os esta pidiendo más amor aún, más generosidad, más sacrificio? Sí, el
amor de Cristo exige generosidad y sacrificio. Seguir a Cristo y servir al
mundo en su nombre requiere coraje y fuerza. Ahí no hay lugar para el egoísmo
ni para el miedo.
No tengáis miedo, por tanto, cuando el amor sea
exigente. No temáis cuando el amor requiera sacrificio.
Por esto os digo a cada uno de vosotros: escuchad la
llamada de Cristo, cuando sintáis que os dice: Sígueme. Camina sobre mis
pasos. ¡Ven a mi lado! ¡Permanece en mi amor!
Te pide que optes por Él. ¡La opción por Cristo y su modelo de vida, por su
mandamiento de amor!
El amor verdadero es exigente. No cumpliría mi
misión si no os lo hubiera dicho con toda claridad. El amor exige esfuerzo y
compromiso personal para cumplir la voluntad de Dios.
Dificultades para la vocación
Desdichadamente vivimos en una época en la que el
pecado se ha convertido hasta en una industria, que produce dinero, mueve
planos económicos, da bienestar. Esta situación es realmente impresionante y
terrible. ¡Es necesario no dejarse asustar ni presionar! ¡Sed valientes! El
mundo necesita testigos, convencidos e intrépidos. No basta discutir, hay que
actuar, vivir en gracia, practicar toda la ley moral, alimentad vuestra alma
con el cuerpo de Cristo, recibiendo seria y periódicamente el Sacramento de la
Penitencia. ¡Servid! ¡Estad disponibles a amar, a socorrer: a ayudar en casa,
en el trabajo, en las diversiones, con los cercanos y los alejados! Meditad
también con seriedad y generosidad, si el Señor llama a alguno de vosotros.
¿Cómo es posible esto? Buena pregunta. Nuestra
bendita Madre, María de Nazaret hizo la misma pregunta por primera vez ante el
extraordinario plan al que Dios la había destinado. Y la respuesta que recibió
María de Dios Todopoderoso es la misma que os da a vosotros: El Espíritu Santo vendrá sobre ti … porque
para Dios nada es imposible.
Conociendo bien la doctrina de Jesús es fácil actuar
ante los retos de la vida sin miedo a equivocarnos o a estar solos, pues lo
haremos, en todo momento y circunstancia, bajo la influyente guía de su propio
Espíritu Santo, sea grande o pequeña.
Os dirán que el sentido de la vida está en el mayor
número de placeres posibles; intentarán convenceros de que este mundo es el
único que existe y que vosotros debéis atrapar todo lo que podáis para vosotros
mismos, ahora. Oiréis a la gente que os dirá: vuestra felicidad está en
acumular dinero y en consumir tantas cosas como podáis, y cuando os sintáis
infelices acudid a la evasión del alcohol o de la droga. Nada de esto es
verdadero. Y nada de esto proporciona auténtica felicidad a vuestras vidas.
Oiréis decir a muchos que vuestras prácticas
religiosas están irremediablemente desfasadas, fuera del estilo vuestro, fuera
del estilo del futuro, y que podéis organizar vuestras propias vidas y que ya
Dios no cuenta. Incluso muchas personas religiosas seguirán esas actitudes
arrastrados por la atmósfera circundante.
Una sociedad así, perdidos sus más altos valores
morales y religiosos es presa fácil para la manipulación y dominación de
fuerzas que, so pretexto de liberar, esclavizan más aun. ¡Jesús tiene la respuesta
a vuestras preguntas y la clave de la historia! En Cristo descubriréis la
verdadera grandeza de vuestra propia humanidad. ¡EI sigue llamándoos, El sigue
invitándoos! Sí. Cristo os llama, pero os llama de verdad. Su llamada es
exigente, porque os invita a dejaros pesca completamente por Él, de modo que
veréis toda vuestra vida bajo una luz nueva. Es el amigo que dice a sus
discípulos: Ya no os llamo siervos...,
sino que os llamo amigos, y demuestra su amistad entregando su vida por
nosotros.
La auténtica vida no se encuentra en uno mismo o en
las cosas materiales. Se encuentra en otro, en Aquel que ha creado todo lo que
de bueno, verdadero y hermoso hay en el mundo. La auténtica vida se encuentra
en Dios, y vosotros descubriréis a Dios en la persona de Jesucristo.
Para ver claro el camino: oración, sacramentos
y dirección espiritual
Tratad de conocer a Jesús de modo auténtico,
profundizad en su conocimiento para entrar en su amistad. El conocimiento de
Jesús, rompe la soledad, supera la tristeza y la duda, da sentido a la vida,
frena las pasiones, eleva los ideales, capacita para ayudar a acertar en las
decisiones. Dejad que Cristo sea para vosotros el camino, la verdad y la vida.
Buscadlo a través de la oración, en el dialogo
sincero y asiduo con Él. Hacedle partícipe de los interrogantes que os van
planteando los problemas y proyectos propios. Buscadle en su Palabra, en los
santos Evangelios, y en la vida litúrgica de la Iglesia. Acudid a los
sacramentos. Abrid con confianza vuestras aspiraciones más íntimas al amor de
Cristo, que os espera en la Eucaristía. Hallaréis respuesta a todas vuestras
inquietudes y veréis con gozo que la coherencia de la vida que Él os pide es la
puerta para lograr la realización de los más nobles deseos de vuestra alma joven.
Madurad en el recogimiento y la oración la elección
que vais a hacer: si la voz del Señor resuena en lo más íntimo de vuestro
corazón, escuchadle. Si escucháis hoy mi
voz: no endurezcáis vuestro corazón.
¿Quién se atreverá a decir que no al Señor que llama?
Nadie puede permitirse equivocar el camino de su vida. Por tanto, meditadlo
bien, rezad para tener la luz necesaria en vuestra elección y hecha la elección
rezad todavía más para tener la fortaleza de permanecer, caminando siempre de
manera digna del Señor, procurando serle grato en todo.
Señor, que vea;
que vea, Señor, cuál es tu voluntad para mí en cada momento, y sobre todo que
vea en qué consiste ese designio de amor para toda mi vida, que es mi vocación.
Y dame generosidad para decirte que sí y serte fiel, en el camino que quieras
indicarme para que sea sal y luz en mi trabajo, en mi familia, en todo el mundo.
El sacramento de la penitencia, es un medio
singularmente eficaz para el crecimiento espiritual. Indispensable para el fiel
que habiendo caído en pecado grave quiere retornar a la vida de Dios.
La dirección espiritual, que puede llevarse fuera
del contexto del sacramento de la penitencia e incluso ser llevada por quien no
tiene el orden sagrado, ayuda a superar el peligro de la arbitrariedad a la
hora de conocer y decidir la propia vocación a la luz de Dios.
Prontitud para decir sí ante la grandeza de la
llamada
¡Animo, jóvenes! ¡Cristo os llama y el mundo os
espera! Recordad que el Reino de Dios necesita vuestra generosa y total entrega.
No seáis como el joven rico, que invitado por Cristo, no supo decidirse y
permaneció con sus bienes y con su tristeza, él, que había sido preguntado con
una mirada de amor. Sed como aquellos pescadores que llamados por Jesús,
dejaron todo inmediatamente y llegaron a ser pescadores de hombres.
Sentid la grandeza de esta misión, dejaos arrastrar
del todo por el torbellino en cuyo centro actúa Dios mismo, tened plena
conciencia de realizar una misión insustituible. No permitáis que la insidia de
la duda, del cansancio o de la desilusión empañen el frescor de la entrega
La alegría de ser generosos
Queridísimos comprendéis que os hablo de cosas muy
importantes. Se trata de dedicar la vida entera al servicio de Dios y de la
Iglesia, de hacerlo con fe segura, con convicción madura y decisión libre, con
generosidad a toda prueba y sin arrepentimiento.
Abrid vuestro corazón al encuentro gozoso con Cristo.
Pedid consejo. La Iglesia de Jesús debe continuar su misión en el mundo. Al
hablaros de la vocación y al insistiros en seguir este camino, soy yo el
humilde y apasionado servidor de aquel amor, que movía a Cristo cuando llamaba a
los discípulos a seguirle.
Estad seguros de que si le escuchaseis y le
siguieseis os sentiríais llenos de gozo y alegría. Sed generosos, tened valor y
recordad su promesa: mi yugo es suave y
mi carga ligera.
Jóvenes: Cristo necesita de vosotros y os llama para
ayudar a millones de hermanos vuestros a salvarse. Abrid vuestro corazón a
Cristo, a su ley de amor; sin condicionar vuestra disponibilidad, sin miedos a
respuestas definitivas, porque el amor y la amistad no tienen ocaso.
Perseverancia y fidelidad
Es fácil ser coherente por un día o algunos días.
Difícil e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente a la
hora de la exaltación, difícil serlo a la hora de la tribulación. Y sólo puede
llamarse fidelidad a una coherencia que dure toda la vida.
Su llamada es una declaración de amor. Vuestra
respuesta es entrega, amistad, amor manifestado en la donación de la propia
vida, como seguimiento definitivo.
Ser fieles a Cristo es amarlo con toda el alma y con
todo el corazón de forma que ese amor sea la norma y el motor de todas nuestras
acciones.
La fidelidad de Cristo alcanza en la Cruz su máxima
y culminante expresión. De ahí que sea imprescindible la renuncia y la
mortificación. Sin una ascética exigente y sin una disponibilidad para servirle
profundamente enraizada en vuestro corazón, sin el hábito del olvido de sí,
sería imposible amar de veras y ocuparse sólo de los intereses de Cristo.
Permitidme que os abra mi corazón para deciros que
la principal preocupación ha de ser la fidelidad, la lealtad a la propia
vocación, como discípulo que quiere seguir al Señor con una entrega total y con
una disponibilidad apostólica sin condicionamientos ni fronteras. Sólo a la luz
de esta entrega se pueden afrontar los demás problemas.
La vocación es siempre apostólica
Dios llama a quien quiere, por libre iniciativa de
su amor. Pero quiere llamar a través de otras personas. Así quiere
hacerlo el Señor Jesús. Fue Andrés quien condujo a Jesús a su hermano Pedro.
Jesús llamó a Felipe, y Felipe a Natanael.
No debe existir ningún temor en proponer
directamente a una persona joven o menos joven la llamada del Señor. Es un acto
de estima y de confianza. Puede ser un momento de luz y de gracia.
Ningún cristiano está exento de su responsabilidad
apostólica, ninguno puede ser sustituido en las exigencias de su apostolado
personal. ¡Ninguna actividad humana puede quedar ajena a vuestra pasión
apostólica!
Ciertamente, la mies es mucha, y se necesitan
obreros en abundancia. Cristo confía en vosotros y cuenta con vuestra
colaboración. Os invito, pues, a renovar vuestro compromiso apostólico. ¡Cristo
tiene necesidad de vosotros! Responded a su llamamiento con el valor y el
entusiasmo característicos de vuestra edad.
LA ENTREGA TOTAL
EN MEDIO DEL MUNDO
No hay vocación más religiosa que el trabajo. Un cristiano,
hombre o mujer, es alguien que toma el trabajo en serio. Sólo el cristianismo
ha dado un sentido religioso al trabajo y reconoce el valor espiritual del
progreso tecnológico.
Tenéis como finalidad la santificación de la vida
permaneciendo en el mundo, en el propio puesto de trabajo y de profesión: vivir
el Evangelio en el mundo, viviendo verdaderamente inmersos en el mundo, pero
para transformarlo y redimirlo con el propio amor de Cristo. Realmente es un
gran ideal el vuestro.
Tal es vuestro mensaje y vuestra espiritualidad:
vivir unidos a Dios en medio del mundo, en cualquier situación, cada uno
luchando por ser mejor con la ayuda de la gracia, y dando a conocer a
Jesucristo con el testimonio de la propia vida.
¿Hay algo más bello y más apasionante que este
ideal? Vosotros, insertos y mezclados en esta humanidad alegre y dolorosa,
queréis amarla, iluminarla, salvarla: ¡benditos seáis y siempre animosos en
este vuestro intento! Vale la pena dedicarse al hombre por Cristo
Sed testigos de Cristo frente a vuestros coetáneos.
De este modo fortaleceréis vuestra vida de creyentes seguros de comprometeros
en una causa grande y podréis seguir la voz del Espíritu Santo. Y si esta voz
os llama a un amor más elevado y generoso no tengáis miedo.
Con el corazón encendido. En diálogo con el Señor,
tal vez alguno de vosotros se dé cuenta de que Jesús le pide más, de que le
llama a que, por su amor, se lo entregue todo. Queridos jóvenes, quisiera
deciros a cada uno: Si tal llamada llega a tu corazón, no la acalles. Deja que
se desarrolle hasta la madurez de una auténtica vocación. Colabora con esa llamada
a través de la oración y la fidelidad a los mandamientos. Hay—lo sabéis
bien—una gran necesidad de vocaciones, de personas consagradas comprometidas
que sigan más de cerca a Jesús. La mies
es mucha, pero los obreros pocos. Rogad,
pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Con este programa la
Iglesia se dirige a vosotros, jóvenes. Rogad también vosotros. Y, si el fruto
de esta oración de la Iglesia llega a nacer en lo íntimo de vuestro corazón,
escuchad al Maestro que os dice: Sígueme.
No tengáis miedo y dadle, si os lo pide, vuestro corazón y vuestra vida entera.
VOCACION MATRIMONIAL
Toda la historia de la humanidad es la historia de
la necesidad de amar y de ser amado.
E1 corazón —símbolo de la amistad y del amor—tiene
también sus normas, su ética y... nada tiene que ver con la sensiblería y menos
aún con el sentimentalismo.
Jóvenes, ¡alzad con frecuencia los ojos a
Jesucristo! ¡No tengáis miedo! Jesús no vino a condenar el amor, sino a liberar
el amor de sus equívocos y falsificaciones.
E1 ser humano es un ser corporal; no es un objeto
cualquiera. Es, ante todo, alguien; en el sentido de que es una manifestación
de la persona, un medio de presencia entre los demás, de comunicación. E1
cuerpo es una palabra, un lenguaje. ¡Qué maravilla y qué riesgo al mismo
tiempo! ¡Tened un gran respeto de vuestro cuerpo y del de los demás! ¡Que
vuestros gestos, vuestras miradas, sean siempre el reflejo de vuestra alma!
Jóvenes, la unión de los cuerpos ha sido siempre el
lenguaje más fuerte con el que dos seres pueden comunicarse entre sí. Y por eso
mismo, un lenguaje semejante, que afecta al misterio sagrado del hombre y de la
mujer, exige que no se realicen jamás los gestos del amor sin que se aseguren
las condiciones de una posesión total y definitiva de la pareja, y que la
decisión sea tomada públicamente mediante el matrimonio.
Y a aquellos a los que Cristo llama a la vocación
matrimonial les digo: estad seguros del amor de la Iglesia hacia vosotros. La
vida familiar cristiana y la fidelidad de toda la vida en el matrimonio son
también hoy necesarios para el mundo.
Escucha, en el fondo del corazón a tu conciencia que
te llama a ser puro: al serio compromiso del matrimonio que es cimiento de un
sólido edificio. No se puede alimentar un hogar con el fuego del placer que se
consume rápidamente, como un puñado de hierba seca. Los encuentros ocasionales
son simples caricaturas del amor, hierven los corazones y descarnan el plan
divino.
¿Qué quiere Jesús de mí? ¿A qué me llama? ¿Cuál es
el sentido de su llamada para mí?
Para la gran mayoría de vosotros, el amor humano se
presenta como una forma de autorrealización en la formación de una familia. Por
eso, en el nombre de Cristo deseo preguntaros: ¿Estáis dispuestos a seguir la
llamada de Cristo a través del sacramento del matrimonio, para ser procreadores
de nuevas vidas, formadores de nuevos peregrinos hacia la ciudad celeste?
La familia es un misterio de amor, al colaborar
directamente en la obra creadora de Dios. Amadísimos jóvenes, un gran sector de
la sociedad no acepta las enseñanzas de Cristo, y, en consecuencia toma otros
derroteros: el hedonismo, el divorcio, el aborto, control de la natalidad, los
medios contraceptivos. Estas formas de entender la vida están en claro
contraste con la Ley de Dios y las enseñanzas de la Iglesia.
Seguir fielmente a Cristo quiere decir poner en
práctica el mensaje evangélico, que implica también la castidad, la defensa de
la vida, así como la indisolubilidad del vínculo matrimonial, que no es un mero
contrato que se pueda romper arbitrariamente.
Viendo el permisivismo
del mundo moderno, que niega o minimiza la autenticidad de los principios
cristianos, es fácil y atrayente respirar esta mentalidad contaminada y
sucumbir al deseo pasajero. Pero tened en cuenta que los que actúan de este
modo no siguen ni aman a Cristo. En esta decisión cristiana, el amor es más
fuerte que la muerte. Por eso os pregunto nuevamente: ¿Estáis dispuestos y
dispuestas a salvaguardar la vida humana con el máximo cuidado en todos los
instantes, aún en los máss difíciles? ¿Estáis dispuestos como jóvenes
cristianos a vivir y a defender el amor a través del matrimonio indisoluble, a
proteger la estabilidad de la familia, la educación equilibrada de los hijos,
al amparo del amor paterno y materno que se complementan mutuamente? Este es el
testimonio cristiano que se espera de la mayoría de vosotros y de vosotras.
VOCACION SACERDOTAL
Muchas veces me preguntan, sobre todo la gente
joven, por qué me hice sacerdote. Quizá alguno de vosotros queráis hacerme la
misma pregunta. Os contestaré brevemente.
Pero tengo que empezar por decir que es imposible
explicarla por completo. Porque no deja de ser un misterio hasta para mí mismo.
¿Cómo se pueden explicar los caminos del Señor? Con todo, sé que en cierto
momento de mi vida me convencí de que Cristo me decía lo que había dicho a
miles de jóvenes antes que a mi: ¡Ven y sígueme! Sentí muy claramente que
la voz que oía en mi corazón no era humana ni una ocurrencia mía. Cristo me
llamaba para servirle como sacerdote.
Y como ya lo habréis adivinado, estoy profundamente
agradecido a Dios por mi vocación al sacerdocio. Nada tiene para mí mayor
sentido ni me da mayor alegría que celebrar la Misa todos los días y servir al
Pueblo de Dios en la Iglesia. Ha sido así desde el mismo día de mi ordenación
sacerdotal. Nada lo ha cambiado, ni siquiera el llegar a ser Papa.
Recuerdo con profunda emoción el encuentro que tuvo
lugar en Nagasaki entre un misionero que acababa de llegar y un grupo de
personas que, una vez convencidas de que era un sacerdote cató1ico, le dijeron:
Hemos estado esperándote durante siglos.
Habían estado sin sacerdote, sin iglesias y sin culto durante más de doscientos
años. Y sin embargo, a pesar de circunstancias adversas, la fe cristiana no
había desaparecido; se había transmitido dentro de la familia de generación en
generación.
La vocación sacerdotal es esencialmente una llamada
a la santidad según la forma que nace del sacramento del Orden. Santidad es
intimidad con Dios, es imitación de Cristo pobre, casto y humilde, es amor sin
reservas a las almas y entrega a un bien verdadero, es amor a la Iglesia que es
santa y nos quiere santos porque tal es la misión que Cristo le ha confiado.
Cada uno debe ser santo para ayudar a los demás a seguir su vocación a la
santidad.
Deseáis descubrir si verdaderamente sois llamados al
sacerdocio. La cuestión es seria, porque requiere prepararse bien, con rectitud
de intención y exige una seria formación.
Su llamada es una declaración de amor. Vuestra
respuesta es entrega, amistad, amor manifestado en la donación de la propia
vida, como seguimiento definitivo y como participación permanente en su misión
y en su consagración. Decidirse es amarlo con toda el alma y con todo el
corazón, de forma que ese amor sea la norma y el motor de vuestras acciones.
Vivid desde ahora plenamente la Eucaristía; sed personas para quienes el centro
y el culmen de toda la vida sea la santa misa, la comunión y la adoración
eucarística. Ofreced a Cristo vuestro corazón en la meditación y en la oración
personal que es el fundamento de la vida espiritual. !El mundo mira al
sacerdote porque mira a Jesús! Nadie puede ver a Cristo, pero todos ven al
sacerdote y por medio de él quieren ver al Señor! ¡Qué inmensa la grandeza y
dignidad del sacerdote!
Considerando que la Eucaristía es el don más grande
que da el Señor a la Iglesia, es preciso pedir sacerdotes, puesto que el
sacerdocio es un don para la Iglesia. Se debe rezar con insistencia para
conseguir ese regalo.
Llamados, consagrados, enviados. Esta triple
dimensión explica y determina vuestra conducta y vuestro estilo de vida. Estáis
puestos aparte; segregados, pero no separados.
Más bien os separaría olvidar o descuidar el sentido de la consagración que
distingue vuestro sacerdocio. Ser uno más en la profesión, en el estilo de
vida, en el modo de vivir, en el compromiso político, no os ayudaría a realizar
plenamente vuestra misión; defraudaríais a vuestros propios fieles, que os
quieren sacerdotes de cuerpo entero.
VOCACION RELIGIOSA
Y si alguno o alguna de vosotros advierte la llamada
de Cristo al don total de sí en la vida religiosa, no rechace una propuesta tan
elevada, aunque sea exigente. Que encuentre la valentía de un sí generoso y
fuerte, que pueda dar una inigualable plenitud de sentido a toda la vida.
La vocación religiosa es un don libremente ofrecido
y libremente aceptado. Es una profunda expresión del amor de Dios hacia
vosotros y, por vuestra parte, requiere a cambio un amor total a Cristo. Por
tanto, toda la vida de un religioso está encaminada a estrechar el lazo de amor
que fue primero forjado en el sacramento del bautismo. Estáis llamados a
realizar esto en la consagración religiosa mediante la profesión de los
consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia.
Me es grato reafirmar con fuerza el papel
eminentemente apostólico de las monjas de clausura. Dejar el mundo para
dedicarse a una oración más profunda y constante. Sería un error considerar a
las monjas de clausura como criaturas separadas de sus contemporáneos, aisladas
y como apartadas del mundo y de la Iglesia; están, por el contrario, presentes
de la manera más profunda posible, con la misma ternura de Cristo. Es por ello,
1ógico que los Obispos de las nuevas Iglesias soliciten como una gracia
especial, la posibilidad de acoger un monasterio de religiosas contemplativas,
aún cuando el número de las activas sea todavía insuficiente.
La juventud contemporánea no está cerrada al
llamamiento evangélico, como se afirma con excesiva facilidad. Claro está que
puede encaminarse espontáneamente a caminos nuevos; de todos modos se siente
igualmente atraída por las congregaciones antiguas que les presentan un rostro
vivo y siguen fieles a exigencias radicales y presentadas con sensatez.
Quiero recordar aquí de modo particular a las 400
jóvenes religiosas de vida contemplativa de España que me han manifestado sus
deseos de estar con nosotros. Sé ciertamente que están muy unidas a todos
nosotros a través de la oración en el silencio del claustro. Hace siete años,
muchas de ellas asistieron al encuentro que tuve con los jóvenes en el estadio
Santiago Bernabeu de Madrid. Después respondiendo generosamente a la llamada de
Cristo, le han seguido de por vida. Ahora se dedican a rezar por la Iglesia,
pero sobre todo por vosotros y vosotras, jóvenes, para que sepáis responder
también con generosidad a la llamada de Jesús.
EL EJEMPLO DE MARIA
Para los jóvenes sobre todo, mi mensaje se hace
invitación y exhortación. Quisiera que la juventud del mundo entero se acercase
más a María Ella es portadora de un signo indeleble de juventud y belleza que
no pasan jamás. Que los jóvenes tengan cada vez más su confianza en Ella y que
confíen a Ella la vida que se abre ante ellos.
¿Qué nos dirá María, nuestra Madre y Maestra? En el
Evangelio encontramos una frase en la que María se manifiesta realmente como
Maestra. Es la frase que pronunció en las bodas de Caná. Después de haber dicho
a su Hijo: No tienen vino, dice a los
sirvientes: Haced lo que El os diga.
Y estas palabras encierran un mensaje muy importante,
válido para todos los hombres de todos los tiempos. Ese Haced lo que Él os diga significa: escuchad a Jesús, mi Hijo;
actuad según su palabra y confiad en El. Aprended a decir que Sí al Señor en cada circunstancia de
vuestra vida. Es un mensaje muy reconfortante, del cual todos tenemos
necesidad.
Haced lo que Él os diga. En estas palabras María expresa,
sobre todo, el secreto más profundo de su vida. En estas palabras está toda
Ella. Su vida, de hecho, ha sido un Sí profundo
al Señor. Un Sí lleno de gozo y de
confianza.
Es preciso, pues, que acojáis a María en vuestras
jóvenes vidas, igual que el Apóstol Juan la acogió en su casa. Que le permitáis ser vuestra Madre. Que abráis ante
Ella vuestros corazones y vuestras conciencias. Que Ella os ayude a encontrar
siempre a Cristo, para seguirlo, por
cada uno de los caminos de vuestra vida.
He aquí la
esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.
Este fue el momento de la vocación de María. Y de
ese momento dependió la posibilidad misma de la Navidad. Sin el sí de María, Jesús no hubiera nacido.
Juan Pablo II.
No hay comentarios:
Publicar un comentario