martes, 14 de febrero de 2012

Desde la Montaña hasta Emaus


Desde la Montaña hasta Emaús. La comunidad vista por un religioso joven.

A modo de introducción o la comunidad que Jesús quiere.

Cuando yo, religioso joven, me sitúo delante del ordenador para intentar escribir unas líneas sobre la comunidad de vida fraterna que quiero y con la que me comprometo, me brota un vértigo algo paralizador y un sentimiento de responsabilidad ante el peligro de proyectar idílicamente una comunidad de ensueño según mis planes y mis aspiraciones. Unos planes y unas aspiraciones que no tienen por qué flaquear en nobleza y sinceridad, que perfectamente pueden considerarse como loables y enriquecedores, pero que no dejan de ser míos, nacen de mí.

Ante la invitación de reflexionar sobre la comunidad religiosa que quiero, la comunidad con la que sueño, la comunidad con la que me comprometo a vivir mi vocación… creo que es más coherente con la naturaleza de esta comunidad y más evangélico por mi parte, si el punto de vista no lo fijo en mis proyectos y anhelos sino en los deseos y propuestas de Aquel que convoca y da sentido a la comunidad religiosa: el Dios de la Vida, el Dios de Jesús. De modo que, en la medida en que la Vida Religiosa ponga los ojos en el proyecto comunitario de Jesús, así descubrirá la mejor forma de ser fiel a su vocación y su misión.

No es ninguna revelación novedosa constatar que Jesús en ningún momento de su ministerio describió de forma sistemática cómo debía ser una comunidad religiosa; es más, en ningún momento dejó constancia de un tratado de eclesiología, ni de ningún modelo de proyecto comunitario. Sin embargo, sí podemos vislumbrar a lo largo de su vida pública numerosas pistas que nos empujan a intuir cómo era el grupo de seguidores de Jesús. Atendiendo a su día a día, a sus acciones y palabras, podemos sacar a la luz las notas maestras de su propuesta de vida comunitaria. Por ello, y a modo de un Sherlock Holmes bíblico (eso siempre me han parecido los biblistas), voy a intentar acercarme someramente a cuatro de esos matices. Y así poder dar respuesta al objeto de este artículo: cuál es la comunidad de vida fraterna que un religioso joven quiere y con la que se compromete.

La comunidad de la Montaña (Mc 3, 13-19).

En la invitación a la vida comunitaria la iniciativa es radicalmente de Jesús. Es el Maestro el que convoca. De manera que no podemos sino fundamentar la razón de ser de la comunidad fraterna en la voluntad de un Dios que nos llama a compartir vida y misión. La comunidad religiosa tiene un origen teologal, si se pierde de vista, este grupo humano puede quedar reducido a un simple corporativismo.

La razón última que une a las personas que formamos la comunidad no son nuestros gustos parecidos, nuestras afinidades políticas, nuestros intereses económicos o nuestras aficiones compartidas. Lo que nos une es una misma vocación, una misma llamada a seguir a Jesús. De modo que la comunidad fraterna que Jesús quiere es la formada por personas con los ojos fijos en Él, enamoradas de Él y de su causa, personas seducidas y transfiguradas. Personas que han aceptado la invitación a «estar con Él». Dicho con otras palabras: Jesús nos invita a hacer de nuestra vida comunitaria una verdadera montaña, es decir, un lugar de encuentro con el Misterio, lugar de oración, lugar donde profundizamos en nuestra raíz más honda, donde tocamos el corazón de nuestra vocación, de manera que nos descubramos como hombres y mujeres de Dios.

La comunidad de Cafarnaúm (Mc 2, 1-5).

No podemos claudicar ante el riesgo de convertir la vida comunitaria en una “estufa” que adormece o en una “pecera” que aísle de la cruda realidad que nos rodea. La comunidad de la Montaña, llamada a «estar con Jesús», encuentra su contrapunto necesario en la llanura, a la orilla del lago, en Cafarnaúm, donde se lleva a cabo el ser «enviados a predicar».

Cafarnaúm es el lugar de la misión, de la donación continua en medio de la cotidianeidad, el lugar privilegiado para hacer extraordinario cualquier tiempo ordinario. La comunidad orante y contemplativa se expresa en una vida entregada y apostólica. Cafarnaúm es reflejo de una comunidad con las ventanas y las puertas bien abiertas al mundo, sensible a las necesidades del hombre. Una comunidad que sabe de dolencias y flaquezas, que sabe de luchas e intemperies, que conoce la hondura de una vida desde abajo. Una comunidad que, cuando llega la noche, acaricia el cansancio de un tiempo entregado para y con los demás.

La comunidad de Betania (Jn 11, 1-44; 12, 1-11).

La comunidad de vida fraterna que Jesús quiere está bañada por la ternura y la acogida del hogar. Donde se puede respirar el mismo aroma que embriagó cada esquina de Betania, el aroma de la hospitalidad y el encuentro que convierte al otro en tu hermano y amigo. Así es la comunidad de Betania, espacio fraguado al calor de un fuego vivo que une lo que pueda estar distante, que cauteriza heridas y lima asperezas, que invita a sentarse a la misma mesa y crea lazos que sólo pueden brotar de Dios.

La comunidad religiosa está llamada a ser el espacio privilegiado donde sus miembros puedan compartir lo que son y lo que sueñan, lo que sufren y lo que les preocupa. Una comunidad hogareña más que empresarial. Donde te duele y te entristece el sufrimiento de tu hermano, donde te alegra y te enorgullecen sus logros. En el fondo, una vida significativa en comunidad tiene la exigente vocación de ser Betania en medio de tanto desierto solitario.

La comunidad de Emaús (Lc 24, 13-35).

A modo de conclusión e intentando recopilar lo dicho hasta ahora, una comunidad de vida fraterna que quiera ser fiel al proyecto de Jesús no puede sino ser reflejo de la comunidad de Emaús. Una comunidad que, en medio de tanto signo de muerte, se convierte para el mundo en signo de vida plena.

Emaús es sinónimo de giro inesperado, de cambio de rumbo, de conversión profunda que brota del encuentro con Cristo Resucitado. Por ello, una comunidad que viva en clave de Emaús, es una comunidad que hace de cada instante una verdadera experiencia de Dios. Una comunidad que sale a los cruces a proclamar que la esperanza ha tomado la palabra. Una comunidad que crea a cada paso pequeños oasis de hospitalidad y acogida. Una comunidad en clave de Emaús es un verdadero testimonio profético de que hoy el amor sigue siendo más fuerte que la muerte. Emaús es el convencimiento de que, en medio de tanto viernes santo, la comunidad religiosa está llamada a ser auténtico Domingo de Pascua.

Este es el estilo de vida comunitaria que quiero y con la que me comprometo, la comunidad de vida fraterna donde desarrollar mi vocación, la forma de vida en común que me alegro de profesar y la que me hace tremendamente feliz… Y esto es así, sencillamente, porque creo que es la comunidad que quiere Jesús.


Manuel Ogalla cmf, «Desde la Montaña hasta Emaús. La comunidad vista por un religioso joven»

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