Frente a la brutal crisis actual, infinidad de entidades católicas y cristianos comprometidos desgastan sus vidas para que otras las puedan tener o mejorar. El 5 de diciembre se celebra el Día Internacional del Voluntariado, en el año designado por la ONU para llamar la atención sobre esta realidad tan bien valorada comúnmente por su benéfico impacto en la sociedad y de tan profundo arraigo en el cristianismo.
La mayoría de las actividades de la comunidad cristiana esteán en manos de personas que desinteresadamente aportan su granito de arena para sostener sus actividades fundamentales. No obstante, Cáritas Española concita la mayor atención, por su impagable e insobornable labor en el ámbito social.
Desde la irrupción definitiva de la crisis, en 2008, unos 5.000 voluntarios se han sumado a esta institución. Su última Memoria anual, referida a 2010, cifra su número total en 61.000, un 8% más con respecto a 2008.
El director del Instituto Universitario de la Familia de la Universidad Pontificia Comillas, Fernando Vidal, se muestra rotundo: “El mundo cristiano tiene un compromiso muy fuerte con las personas en dificultad de nuestra sociedad. Es algo muy propio de los cristianos, algo que forma parte íntimamente de su proceso educativo y vivencial”.
Lo cierto es que numerosas comunidades religiosas, parroquias y asociaciones siguen dando la batalla contra las injusticias en las zonas más deprimidas de nuestro país, gracias, en buena parte, a miles de voluntarios convocados a traducir su fe en la atención a los preferidos de Dios. Fernando Vidal confiesa que “conocer a Jesús, sin relacionarse con personas en dificultad parece difícil”.
Ahora que las demandas de ayudas se han triplicado, la Iglesia está consiguiendo aunar nuevas voluntades. Emilio López, responsable de Voluntariado de Cáritas, apunta dos hipótesis para explicar la llegada de nuevos colaboradores: “Por un lado, el incremento del desempleo ha podido convencer a ciertas personas de la conveniencia de ocupar su tiempo y poder así adquirir una experiencia útil en una institución a la que tienen como referencia; y por otro, ante la situación de pobreza y exclusión creciente, otros han decidido dar el paso para echar una mano”.
El grueso de estas nuevas incorporaciones se ha implicado en el “trabajo de base”, la primera acogida, la atención en las Cáritas parroquiales; y menos, en las tareas estructurales y organizativas. En la misma dirección se expresa Carlos Lafarga, responsable de Voluntarios de la Sociedad de San Vicente de Paúl (SSVP): “La gente se ha sensibilizado más con la situación que atravesamos, y los propios desempleados, ahora que disponen de tiempo, se han sumado a la labor, no en una cantidad muy grande, pero sí de manera muy interesante”.
Los voluntarios de Cáritas son, en su mayoría, mujeres, en un porcentaje algo superior al de la media del denominado ‘tercer sector’ (el 67% frente al 63%), y también algo más mayores (el 50% tiene más de 50 años). El perfil de su voluntariado no ha variado sustancialmente en los últimos años, con la incorporación de gente de mediana edad, principalmente. Su permanencia en la entidad supera lo habitual en este tipo de organizaciones. “Mientras que aquí es normal oír a la gente decir que solo lleva tres años de voluntario, en otras entidades la media de permanencia se sitúa precisamente en esos tres años”, relata el responsable de voluntarios de Cáritas.
“Es algo muy propio de los cristianos
comprometerse con las personas en dificultad,
forma parte íntimamente de
su proceso educativo y vivencial”.
Fernando Vidal.
Pero los rasgos distintivos de este personal tienen que ver con la esencia misma de una realidad nuclear en la Iglesia. Emilio López indica, como características especiales, “el sentido de gratuidad que tienen incorporado, siguiendo la máxima evangélica de ‘dar gratis lo que has recibido gratis’, sin buscar contraprestación alguna; y el colocar a los excluidos, al otro, en el centro de las acciones, frente a un modelo social que prima el individualismo y la obtención egoísta de recompensas”.
El 99% de las personas que sostienen las obras sociales de la SSVP entregan desinteresadamente su tiempo para llegar a entre 90.000 y 100.000 beneficiarios. También aquí son mayoría las mujeres y las personas de edad media, algo que, en parte, se explica por “la mayor disponibilidad de tiempo, pero también por el tipo de proyectos que son mayoritarios: roperos, bancos de alimentos, albergues para los sin hogar, visitas hospitalarias…”.
“La gente joven opta más por el compromiso con menores y el tiempo libre, algo de lo que históricamente no se ha encargado la SSVP, tal vez porque ha puesto más su foco en la atención a las familias”, matiza Lafarga, aunque insiste en que en su nuevo servicio de asistencia jurídica gratuita, abierto en Madrid, “la mayoría son jóvenes, estudiantes o recién licenciados”.
El alimento de la fe
Miguel García, joven investigador universitario, ayuda desde hace cuatro años a chavales del madrileño barrio de la Ventillaa sacar adelante los estudios que cursan. Su compromiso se desarrolla en la ONG Pueblos Unidos, creada por los jesuitas.
“El mundo no está lo bien que debería,
y todos tenemos que echar una mano
en la medida que podamos”.
Miguel García, voluntario.
“El mundo no está lo bien que debería, y todos tenemos que echar una mano en la medida que podamos”. “He tenido la suerte de nacer en un país desarrollado, con un montón de oportunidades. ¿Qué pasa con la gente que no las ha tenido? No podemos quedarnos de brazos cruzados, no es justo. Ciertamente la suerte existe, la suerte de nacer aquí o allí, pero es responsabilidad de todos el repartirla”, apunta este físico de 26 años.
“La fe me da un horizonte que no tendría de otra manera”, sostiene Miguel. Gracias a este don, y a pesar de los sinsabores, que siempre llegan, mantiene su compromiso porque “no estoy para recoger, sino para sembrar. ¡Así que a sembrar como locos! Y a confiar, con mayúsculas, en que Otro se encargará de hacer que los frutos salgan”
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