Se aproxima el adviento. Se le puede poner muchos adjetivos. Primero es “camino”, es decir, movimiento, dinamismo, no estancamiento, no rutina, no inercia. Son palabras que todos los años nos proponemos, pero nos cuesta cumplir. Ese camino que hacemos andando tenemos que hacerlo juntos: acompañados por el hermano, pero con la meta en él, es decir, en Dios.
Flaco favor le hacemos a los demás y a nosotros mismos si nuestro adviento se reduce a la celebración litúrgica. Se quedaría en algo externo, superficial, en el sacrificio, evocando las palabras del profeta Oseas: misericordia quiero, no sacrificio (Os 6, 6)
Si recordamos las palabras de Jesús en el último domingo del tiempo ordinario (cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis), el amor al prójimo es exactamente igual al amor de Dios. Por tanto, lo que no hagamos por los necesitados, por los que sufren, por los perseguidos, por los oprimidos, no lo hacemos por Dios. Esas palabras tan radicales nos urgen a que el camino del adviento lo recorramos, lo vivamos de forma activa. Con el hermano en el centro (luego con Dios en el centro). Esas palabras de Mateo son nuestro mapa para el camino; nuestro bastón será el amor de Dios, que damos a los demás.
¿Qué esperamos en este adviento? ¿Qué debemos esperar? Esperamos al Dios hecho hombre, al Dios como nosotros, al Dios sufriente, al Dios cercano, al Dios que es amor.
Para ese acontecimiento tan trascendental en nuestra vida no solo debemos prepararnos en este adviento sino que toda nuestra vida debe ser un viaje de preparación. Pero con la suficiente madurez como para no poner como excusa ese viaje. Para no escudarnos en una eterna preparación. Un viaje es un medio, no un fin. El fin es la llegada, la meta, donde nos esperan paisajes maravillosos, experiencias maravillosas, personas maravillosas. ¿Cómo nos preparamos? No solo litúrgicamente sino estando al lado del que sufre. Estando al lado del necesitado estaremos al lado de Dios, preparados para lo que nos pida, para lo que necesite de nosotros.
Igual que el camino del adviento es un camino activo, la espera también tiene que serlo. Es decir, una espera con esperanza. Si nuestro mapa es el evangelio y nuestro bastón el amor de Dios, nuestra ropa para ese camino es la esperanza. Una ropa maravillosa que Mateo compara con los lirios del campo. ¿A qué si no se refiere el evangelista? ¿Qué es ese mandato de no preocuparse de nada sino tener esperanza?
Esperanza no solo en un paraíso futuro en el que no haya lágrimas ni llantos. La esperanza evangélica es en el prójimo, en el hombre. Esperanza en que este mundo (formado por hombres) es posible que sea mejor. Esperanza en que nuestra participación en este mundo va a ser fructífera, duradera y merecedora de nuestro esfuerzo.
La esperanza teórica no sirve para nada. La esperanza tiene que adaptarse a nuestro cuerpo, ser cómoda, tenemos que estar cómodos con ella, tiene que ser duradera, de calidad.
Con estas vestiduras, dignas del mismísimo Apocalipsis, con estos ingredientes, estaremos preparados para el viaje de nuestra vida. Una vida a ser vivida en común, compartiendo bienes, amores, generosidades, alegrías, sufrimientos,… Una vida compartida y vivida con el otro, con el otro como centro, con Dios en el centro.
JOSÉ GALLARDO ALBERNI, josegallardoalberni@gmail.com
EL PUERTO DE SANTA MARÍA (CÁDIZ).
ECLESALIA,
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