miércoles, 19 de octubre de 2011

El mercader, “cuando ENCUENTRA una de gran valor...”

El mercader de la parábola encontró porque buscaba, pero también encontró porque la “perla de gran valor” existía. La búsqueda de Dios en el corazón del hombre es válida y puede llegar felizmente a buen fin porque existe otra realidad fundamental: Dios.

La persona humana tiene sed de Dios. Eso es una realidad que se da en todo hombre. Algunos pensadores han llegado a afirmar que Dios ha sido creado por esta sed de infinito. ¡Qué barbaridad tan grande! Es como si dijéramos que porque el hombre tiene sed ha hecho el agua. En nosotros, la sed física encuentra respuesta en el agua física. Podemos decir que tenemos sed porque el agua satisface nuestra necesidad. También tenemos que decir que la sed o la búsqueda de Dios, en nosotros, tiene una premisa previa: Dios es el único que puede saciar nuestra sed de infinito que Él mismo ha colocado en nuestro corazón.

Ante los retos que existen en el corazón del joven, la fe cristiana, más actual que nunca, ofrece la novedad y la fuerza capaces de dar sentido a la vida. La fe cristiana siempre es Buena Noticia.

Pero, ¿En qué consiste esta fe? ¿Cuál es su contenido? Simplemente, Jesús. La fe, en su realidad primera y principal, no es una teoría, ni unas ideas, ni unos valores o unos dogmas. Su contenido es Dios mismo, que nos busca y se da a conocer en Jesús, su Hijo amado. Él, porque nos quiere, llama a la puerta de nuestra libertad.

La respuesta libre de la fe da plenitud a nuestra persona. Entonces vemos que nuestra libertad, que nos empuja a buscar, tiene una finalidad última: llegar a ser, a través de la respuesta libre de la fe, hijo de Dios, en Jesucristo, el Hijo amado del Padre.

Quizás ahora hemos hecho un salto mortal. Soy consciente de ello. Aún así, te pido que no desconectes. Como puedes comprobar, tener fe es responder a la propuesta que Dios nos ha hecho en Jesucristo. Tener fe nos lleva a conocer más y más a esta persona, el Hijo de Dios, que se ha hecho uno de nosotros, compartiendo nuestra condición humana.

Ahora bien, para conocer bien a una persona hace falta tratarla, mantener una relación personal. Para conocer verdaderamente a alguien, hay que mirarlo con simpatía, con proximidad. Me atrevería a decir que hace falta quererlo, porque a las personas las conocemos con el corazón y con la cabeza. Si no, fíjate: ¿cuáles son las personas que te conocen mejor? y ¿cuáles son las que te quieren más? ¿Coinciden?

Con Dios pasa algo parecido. Nadie puede suplirte para conocerlo. Hay que hacer la experiencia con el corazón y con la cabeza. Si no lo haces así, te quedarás solamente en lo externo. Y con un conocimiento sólo superficial, permanecerás muy lejos del núcleo de la persona de Jesús, que por todas las partes del mundo cautiva, también hoy, a muchos jóvenes.

Dicho esto, más que con teorías, prefiero animarte a acercarte a Dios, a descubrir quién es Jesucristo. Tu corazón, lo digo con todo el convencimiento, es capaz de alcanzarlo, porque Él, que nos busca, lo ha hecho capaz.

Pero ¿dónde puedes encontrar a Jesús? Actualmente, ¿dónde puedes hacer la experiencia del encuentro con Jesús viviente? Te lo digo con toda sinceridad y desde mi experiencia de vida: el lugar, la casa y la familia donde nos encontramos con Jesús es la Iglesia.

1 comentario:

fari dijo...
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