Muchos jóvenes no conciben un verano sin playa o montaña, pasando gran parte del
mismo con los amigos de fiesta para desconectar de la rutina de todo el año. Sin embargo, cada
vez son más los que optan por pasar el periodo estival al servicio de los más necesitados. Así, en
el marco del Año Europeo del Voluntariado, abundan los jóvenes que durante estos meses se
dedican a cuidar a enfermos y ancianos o los que deciden marcharse a países del tercer mundo
para hacer una labor social y humanitaria.
Éste es el caso de Carlos Bravo, maestro de La Ciudad de los Muchachos, que regentan los
salesianos en Madrid. Tras un intento nulo hace dos años de viajar a Guinea Ecuatorial por
problemas de visados, este cruzará el charco y permanecerá durante mes y medio en Cuzco, una
ciudad al sur de Perú. «Desde hace bastante tiempo quería vivir una experiencia de este calibre para poder ver la pobreza desde sus propios ojos», argumenta con ilusión. Su actividad allí será muy intensa, sin descanso. Va a dos proyectos de características bien distintas: «El primero consiste en tareas de reciclaje y apoyo educativo de un colegio cerca de Cuzco que está rozando ya casi con la selva, mientras que el segundo está relacionado con temas de pastoral, que realizaremos junto a los salesianos de la zona».
Los motivos que le llevan a recorrer casi 10.000 kilómetros hasta llegar al país sudamericano son muy realistas y maduros. «No caigo en la idea utópica de viajar para conseguir un mundo más justo y mejor, porque en el poco tiempo en el que esté allí es imposible cambiar nada», comenta.
De este modo, la razón que le mueve es más a nivel personal, más interior y espiritual: «Sentirme una buena persona, valorar más lo que uno tiene y ser mejor cristiano». Además, la idea de poder convivir en comunidad junto a otros salesianos es otro de los atractivos que encuentra en este voluntariado.
Talleres y campamentosDedicar el verano a los demás no es algo nuevo para Carlos. De hecho, es una práctica muy habitual para él. Su faceta de educador en los salesianos siempre le ha ligado a compartir su tiempo libre en actividades con adolescentes y niños pequeños. «Durante todo el año organizamos talleres para los chicos y los veranos programamos colonias y campamentos durante todo el mes de julio», explica con entusiasmo.
Esta dedicación a los demás durante las vacaciones estivales levanta todo tipo de reacciones. Las más favorables y comprensibles son de gente de su entorno laboral: «Ellos lo entienden y lo aceptan, ya que esta labor de ayuda me permite crecer espiritualmente, y ellos este aspecto lo
valoran». No obstante, señala que la gente de fuera de ese ámbito «sí que se sorprende de que des gratuitamente tu tiempo a los demás y no disfrutes las vacaciones como lo hace todo el
mundo».
La misma vocación y ganas de ayudar son las que desprenden las palabras de Francisco Martínez.
Este técnico de asesoramiento y formación de la Cámara de Comercio de Sevilla ha enviado varias solicitudes para poder asistir a una asociación que trabaja con enfermos de síndrome de Down en Barcelona. Está a la espera de optener una respuesta, aunque él confía en repetir una experiencia que lleva viviendo ya los últimos veranos. El año pasado estuvo junto al centro de acogida Padre Damián, que da asilo a personas sin hogar. «Me sentía como en casa, eran una gente estupenda», repite varias veces emocionado, hecho que muestra cómo le marcó personalmente esta iniciativa.
Al igual que les ocurre a miles de voluntarios, su actividad en verano no es más que la continuidad de la labor que realiza durante todo el año. «Es muy importante estar en continuo contacto con asociaciones de este tipo», comenta. No en vano, en los últimos doce meses ha estado en una fundación que trabaja con niños pequeños en riesgo de exclusión social, así como en tareas de refuerzo educativo por las tardes «para que los chavales hagan los deberes».
Francisco está seguro de la empresa y misión que desarrolla: «Con el tiempo me he dado cuenta de que aportas mucho más de lo crees y al final te termina enganchando». Su mentalidad se justifica en que si no hubiera gente como él, los más desafavorecidos no tendrían ese apoyo físico y emocional que les permite luchar y salir adelante. Y es que, sin darse cuenta, las personas que ejercen el voluntariado son un pilar indispensable para quienes tienen algún tipo de problema.
Los sectores más jóvenes de la población están concienciados según Francisco: «Cada vez son más quienes participan en asociaciones sin ánimo de lucro». Es más, como bien apunta este sevillano «incluso ahora hay hasta estudios relacionados con cuidados a enfermos y ancianos, eso
demuestra que hay interés por este tipo de iniciativas». Como muestra del compromiso y la gran
experiencia que supone para él, este sevillano manda un mensaje a la juventud: «Animo a los
jóvenes a que actúen de forma activa en tareas de voluntariado».
Voluntaria adolescente
Teresa González descubrió su vocación de ayudar a gente de la tercera edad hace poco más de
un año cuando visitó, por una iniciativa de su parroquia, un centro de mayores. Desde entonces, y pese a ser aún una adolescente, siempre ha colaborado con el Centro de Humanización Los
Camilos. «Antes venía una vez cada tres semanas, pero ahora suelo pasarme un viernes cada
quince días», explica. Tal es su implicación y sus ganas de darse a los demás, que este verano se
marchará a Jaén a un campamento de trabajo. Su labor allí aún no la sabe a ciencia cierta: «Creo
que íbamos a construir algo...», aunque destaca que «lo importante es ir allí a echar una mano».
Esta joven de 16 años admite que sus homólogos sí que tienen interés en hacer labores sociales
como ella: «A todos les parece bien lo que hago, el problema es que son bastante reacios a tomar
la iniciativa de ponerse en contacto con alguna asociación». A pesar de ello, es muy crítica y no
duda en señalar que es difícil que un joven cambie unas vacaciones en la playa por contribuir a
una causa solidaria. «Viven en su burbuja, ajenos a las necesidades del mundo que les rodea»,
concluye.
Teresa González. (16 años)Puede que sea su corta edad la que le dé vitalidad y le aporte la ilusión necesaria para emprender
labores de voluntariado. Comenzó hace un año gracias a una visita programada por su parroquia a un centro de mayores. Fue el punto de arranque, la chispa que encendió en ella sus ganas de
ayudar. Tanto es así que este verano viajará a Jaén a un campamento de trabajo. Dice que los
jóvenes de hoy en día «son muy vagos a la hora de unirse a tareas de voluntariado», aunque
reconoce que a sus amigos les parece bien las iniciativas que ella lleva a cabo como voluntaria.
Francisco Martínez (33 años)La experiencia que tuvo el verano pasado junto a algunos «sintecho» le ha impulsado a solicitar
este año más voluntariados. Su destino es una asociación de síndrome de Down en Barcelona.
Carlos Bravo. (32 años)Tras varios años intentándolo, por fin este verano se marchará a hacer un voluntariado internacional en Perú. Allí trabajará durante mes y medio en dos proyectos, uno de carácter educativo y otro más religioso. Admite que no cae en la utopía de que va a «cambiar el mundo»