viernes, 30 de septiembre de 2011

EL CAMINO DE LA FELICIDAD



Es la historia de un hombre que estaba harto de llorar.
Miró a su alrededor y vio que tenía delante de sus ojos la felicidad.
Estiró la mano y quería cogerla.
La felicidad era una flor.
La cogió.
Y nada más tenerla en su mano, la flor ya se había deshojado.
La felicidad era un rayo de sol.
Levantó sus ojos para calentar su cara y en seguida una nube lo apagó.
La felicidad era una guitarra.
La acarició con sus dedos, las cuerdas desafinaron.
Cuando al atardecer volvía a casa, el hombre seguía llorando.
A la mañana siguiente seguí buscando la felicidad.
A la vera del camino había un niño que lloriqueaba.
Para tranquilizarlo cogió una flor y se la dio.
La fragancia de la flor perfumó a los dos.
Una pobre mujer temblaba de frío, cubierta con sus harapos.
La llevó hasta el sol y también se calentó.
Un grupo de niños cantaba.
Él les acompañó con su guitarra.
También él se deleitó con la melodía.
Al volver a casa de noche, el buen hombre sonreía de verdad.
Había encontrado la felicidad.

domingo, 25 de septiembre de 2011

La Atención


La atención es el punto de partida y el corazón de todos los caminos espirituales. La vida atenta se basa en el reconocimiento de que la realidad sólo puede experimentarse en el aquí y ahora. La práctica de la atención es indispensable para llegar a tener contacto con esa realidad. Nos enseña a hacer con una presencia total lo que hacemos siempre. Nos enseña a vivir cada momento de nuestra vida y, de este modo, a extraer toda la riqueza de ella, Por eso, la atención es la práctica más importante y, al mismo tiempo, la más difícil en el camino espiritual; es la expresión de la sabiduría suprema, como nos muestra esta historia:
Un hombre pregunto al maestro: “Maestro, ¿puedes escribirme algunas reglas fundamentales de la sabiduría suprema?”. El maestro tomó inmediatamente un pincel y papel y escribió: “Atención”. “¿Eso es todo?, preguntó el hombre: “¿No quieres añadir algo más?”. El maestro escribió: “Atención, atención”. Visiblemente molesto, el hombre pregunto si aquello era todo. Entonces el maestro tomó otra vez el pincel y escribió: Atención, atención, atención”.
En el fondo, en el camino espiritual no hacemos nada especial: intentamos llegar al momento y hacernos uno con aquello que en ese momento hacemos. Si practicamos esto reconocemos que la mayoría del tiempo no estamos realmente presentes, sino perdidos en pensamientos que se ocupan del pasado o del futuro. Pero la vida sólo tiene lugar en ese instante. La práctica de la atención nos lleva de nuevo al momento. Es una interrupción constante de la actividad del yo. Entonces ya no somos arrastrados por el torrente de la costumbre. Este ejercicio nos abre el acceso a las profundidades de nuestro ser. Y Dios sólo puede experimentarse en ese momento.

Procedencia: Dad a Dad.http://www.camilos.es/

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Sentido de la vida y felicidad

¿Soy feliz? Mi vida, ¿es una vida feliz? ¿Soy feliz en mi matrimonio? ¿Me siento feliz con mi familia, en mi trabajo, con mi iglesia? ¿Dentro de mi propio pellejo, me siento feliz?
¿Son éstas acaso buenas preguntas para cuestionarnos? No. Son preguntas con las que nos torturamos a nosotros mismos. Cuando confrontamos nuestras vidas con honestidad es más probable que este tipo de preguntas sobre la felicidad nos traiga lágrimas a nuestros ojos, más que solaz a nuestras almas, porque, por muy bien que marchen nuestras vidas, ninguno de nosotros nos sentimos perfectamente realizados. Siempre hay sueños irrealizados. Siempre hay áreas de frustración. Siempre hay tensiones. Siempre hay hambres más profundas que hay que calmar. Y, como dice Karl Rahner tan patéticamente, siempre estamos sufriendo la angustia de la insuficiencia de todo lo que es alcanzable, mientras vamos aprendiendo que aquí en esta vida no hay sinfonía acabada. Siempre vivimos nuestra vida calladamente a la desesperada. Muchísimas veces no es fácil sentirse feliz.
Pero nos estamos formulando las preguntas incorrectas. La pregunta no habría de ser: ¿Soy feliz? Más bien las preguntas habrían de ser: ¿Es mi vida relevante? ¿Tiene sentido mi vida? Mi matrimonio, ¿tiene sentido? ¿Hay sentido en mi familia? ¿Encuentro sentido a mi trabajo? ¿Hay sentido al interior de mi iglesia? Necesitamos preguntarnos las cuestiones profundas sobre nuestra vida, con respecto al sentido más que con respecto a la felicidad, porque, por lo general, tenemos un concepto falso, demasiado idealizado y poco realista de la felicidad.
Solemos equiparar la felicidad con dos cosas, placer y falta de tensión. De ahí que fantaseemos pensando que para ser felices necesitaríamos estar en una situación en la que nos sintiéramos libres de todas las tensiones que normalmente llegan en avalancha a nuestras vidas, como: presión, cansancio, fricciones interpersonales, dolor físico, problemas económicos, desilusión en nuestro trabajo, frustración con nuestras iglesias, decepción con los equipos de nuestros deportes favoritos, y cualquier otro quebradero de cabeza y angustia que puedan aparecer. Felicidad, tal como se la concibe superficialmente, quiere decir salud perfecta, relaciones perfectamente realizadas, puesto de trabajo perfecto, nada de tensión ni de ansiedad en la vida, nada de decepciones; y tiempo y dinero para disfrutar de la buena vida.
Pero no es eso lo que constituye la felicidad. Lo que constituye la felicidad es el sentido que damos a la vida; y el sentido no es contingente, que dependa de la ausencia de dolor o tensión en nuestra vida: Imagínate que alguien se hubiera acercado a Jesús mientras moría en la cruz y le hubiera preguntado: “¿Eh, tú, eres feliz ahí, arriba?” Su respuesta, estoy seguro, habría sido inequívoca: “¡No! ¡Y especialmente hoy no soy feliz!” Sin embargo, la perspectiva es totalmente diferente si le hubieran preguntado a Jesús, mientras pendía en la cruz: “¿Eh, tú, ya tiene sentido lo que estás haciendo ahí, arriba?” Efectivamente, puede darse un sentido profundo en algo, aunque no haya felicidad, en la forma en que nosotros superficialmente la concebimos.
Captamos esto con más facilidad cuando reflexionamos sobre varias etapas pasadas de nuestra propia vida. Mirando hacia atrás, desde la perspectiva de hoy, vemos que a veces ciertos períodos pasados de nuestras vidas, cargados con toda clase de luchas y en los que tuvimos que salir a flote con muy pocos recursos, fueron de hecho tiempos muy felices. Los recordamos ahora con calor y cariño. Eran tiempos significativos, con sentido, y nuestra perspectiva presente limpia el dolor a través del tiempo, depura el sufrimiento y hace resaltar el gozo y la alegría. Y a la inversa, podemos recordar ciertos períodos en los que haya habido placer y satisfacción en nuestra vida, pero esa fase aparece ahora claramente como un tiempo infeliz. Lo recordamos con un cierto remordimiento y pesar. Lo que entonces parecía luz, parece ahora como un tiempo de oscuridad.
C.S. Lewis, escritor y líder cristiano irlandés, enseñó que tanto la felicidad como la infelicidad influyen hacia atrás: Si nuestras vidas acaban en felicidad, nos damos cuenta de que hemos sido siempre felices incluso a través de los tiempos de prueba. Y así mismo, si nuestras vidas acaban en infelicidad, nos damos cuenta de que hemos sido siempre infelices, incluso en los períodos más placenteros de nuestra vida. Donde acabemos finalmente con respecto al sentido de vivir determinará si nuestras vidas han sido felices o no. Mucha gente, incluyendo a Jesús, sufrió gran dolor, pero vivió una vida feliz. Lamentablemente, lo contrario es también cierto. La felicidad tiene mucho más que ver con el sentido que le demos a la vida que con el placer.
En su autobiografía, “Sorprendido por la Alegría”, C. S. Lewis dice a sus lectores que su camino hacia el cristianismo no fue fácil. Según su propia confesión, Lewis fue “el converso más reacio en la historia de la cristiandad”. Pero una de las cosas que finalmente lo atrajeron al cristianismo fue precisamente el percatarse de que el sentido vale más que nuestra concepción normal de felicidad. Llegó a comprender, escribe, que la severidad de Dios es más amable y bondadosa que la blandura y debilidad del hombre; y que el mandamiento y obligación de Dios son nuestra liberación.
El dinero no puede comprar la felicidad. Puede comprar placeres, pero, como la vida misma finalmente nos enseña, el placer no es necesariamente felicidad.



Ron Rolheiser (Trad. Carmelo Astiz cmf) - Lunes 20 de Junio del 2011

miércoles, 14 de septiembre de 2011

VIVIR PERDONANDO


VIVIR PERDONANDO
JOSÉ ANTONIO PAGOLA, vgentza@euskalnet.net

Los discípulos le han oído a Jesús decir cosas increíbles sobre el amor a los enemigos, la oración al Padre por los que nos persiguen, el perdón a quien nos hace daño. Seguramente les parece un mensaje extraordinario pero poco realista y muy problemático.

Pedro se acerca ahora a Jesús con un planteamiento más práctico y concreto que les permita, al menos, resolver los problemas que surgen entre ellos: recelos, envidias, enfrentamientos, conflictos y rencillas. ¿Cómo tienen que actuar en aquella familia de seguidores que caminan tras sus pasos. En concreto: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?».

Antes que Jesús le responda, el impetuoso Pedro se le adelanta a hacerle su propia sugerencia: «¿Hasta siete veces?». Su propuesta es de una generosidad muy superior al clima justiciero que se respira en la sociedad judía. Va más allá incluso de lo que se practica entre los rabinos y los grupos esenios que hablan como máximo de perdonar hasta cuatro veces.

Sin embargo Pedro se sigue moviendo en el plano de la casuística judía donde se prescribe el perdón como arreglo amistoso y reglamentado para garantizar el funcionamiento ordenado de la convivencia entre quienes pertenecen al mismo grupo.

La respuesta de Jesús exige ponerse en otro registro. En el perdón no hay límites: «No te digo hasta siete veces sino hasta setenta veces siete». No tiene sentido llevar cuentas del perdón. El que se pone a contar cuántas veces está perdonando al hermano se adentra por un camino absurdo que arruina el espíritu que ha de reinar entre sus seguidores.

Entre los judíos era conocido un “Canto de venganza” de Lámek, un legendario héroe del desierto, que decía así: “Caín será vengado siete veces, pero Lámek será vengado setenta veces siete”. Frente esta cultura de la venganza sin límites, Jesús canta el perdón sin límites entre sus seguidores.

En muy pocos años el malestar ha ido creciendo en el interior de la Iglesia provocando conflictos y enfrentamientos cada vez más desgarradores y dolorosos. La falta de respeto mutuo, los insultos y las calumnias son cada vez más frecuentes. Sin que nadie los desautorice, sectores que se dicen cristianos se sirven de internet para sembrar agresividad y odio destruyendo sin piedad el nombre y la trayectoria de otros creyentes.

Necesitamos urgentemente testigos de Jesús, que anuncien con palabra firme su Evangelio y que contagien con corazón humilde su paz. Creyentes que vivan perdonando y curando esta obcecación enfermiza que ha penetrado en su Iglesia.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Mi verano es para otros



Muchos jóvenes no conciben un verano sin playa o montaña, pasando gran parte del
mismo con los amigos de fiesta para desconectar de la rutina de todo el año. Sin embargo,
cada
vez son más los que optan por pasar el periodo estival al servicio de los más necesitados
. Así, en
el marco del Año Europeo del Voluntariado, abundan los jóvenes que durante estos meses se
dedican a cuidar a enfermos y ancianos o los que deciden marcharse a países del tercer mundo
para hacer una labor social y humanitaria.
Éste es el caso de Carlos Bravo, maestro de La Ciudad de los Muchachos, que regentan los
salesianos en Madrid. Tras un intento nulo hace dos años de viajar a Guinea Ecuatorial por
problemas de visados, este cruzará el charco y permanecerá durante mes y medio en Cuzco, una
ciudad al sur de Perú. «Desde hace bastante tiempo quería vivir una experiencia de este calibre para poder ver la pobreza desde sus propios ojos», argumenta con ilusión. Su actividad allí será muy intensa, sin descanso. Va a dos proyectos de características bien distintas: «El primero consiste en tareas de reciclaje y apoyo educativo de un colegio cerca de Cuzco que está rozando ya casi con la selva, mientras que el segundo está relacionado con temas de pastoral, que realizaremos junto a los salesianos de la zona».
Los motivos que le llevan a recorrer casi 10.000 kilómetros hasta llegar al país sudamericano son muy realistas y maduros. «No caigo en la idea utópica de viajar para conseguir un mundo más justo y mejor, porque en el poco tiempo en el que esté allí es imposible cambiar nada», comenta.
De este modo, la razón que le mueve es más a nivel personal, más interior y espiritual: «Sentirme una buena persona, valorar más lo que uno tiene y ser mejor cristiano». Además, la idea de poder convivir en comunidad junto a otros salesianos es otro de los atractivos que encuentra en este voluntariado.
Talleres y campamentosDedicar el verano a los demás no es algo nuevo para Carlos. De hecho, es una práctica muy habitual para él. Su faceta de educador en los salesianos siempre le ha ligado a compartir su tiempo libre en actividades con adolescentes y niños pequeños. «Durante todo el año organizamos talleres para los chicos y los veranos programamos colonias y campamentos durante todo el mes de julio», explica con entusiasmo.
Esta dedicación a los demás durante las vacaciones estivales levanta todo tipo de reacciones. Las más favorables y comprensibles son de gente de su entorno laboral: «Ellos lo entienden y lo aceptan, ya que esta labor de ayuda me permite crecer espiritualmente, y ellos este aspecto lo
valoran». No obstante, señala que la gente de fuera de ese ámbito «sí que se sorprende de que des gratuitamente tu tiempo a los demás y no disfrutes las vacaciones como lo hace todo el
mundo».
La misma vocación y ganas de ayudar son las que desprenden las palabras de Francisco Martínez.
Este técnico de asesoramiento y formación de la Cámara de Comercio de Sevilla ha enviado varias solicitudes para poder asistir a una asociación que trabaja con enfermos de síndrome de Down en Barcelona. Está a la espera de optener una respuesta, aunque él confía en repetir una experiencia que lleva viviendo ya los últimos veranos. El año pasado estuvo junto al centro de acogida Padre Damián, que da asilo a personas sin hogar. «Me sentía como en casa, eran una gente estupenda», repite varias veces emocionado, hecho que muestra cómo le marcó personalmente esta iniciativa.
Al igual que les ocurre a miles de voluntarios, su actividad en verano no es más que la continuidad de la labor que realiza durante todo el año. «Es muy importante estar en continuo contacto con asociaciones de este tipo», comenta. No en vano, en los últimos doce meses ha estado en una fundación que trabaja con niños pequeños en riesgo de exclusión social, así como en tareas de refuerzo educativo por las tardes «para que los chavales hagan los deberes».
Francisco está seguro de la empresa y misión que desarrolla: «Con el tiempo me he dado cuenta de que aportas mucho más de lo crees y al final te termina enganchando». Su mentalidad se justifica en que si no hubiera gente como él, los más desafavorecidos no tendrían ese apoyo físico y emocional que les permite luchar y salir adelante. Y es que, sin darse cuenta, las personas que ejercen el voluntariado son un pilar indispensable para quienes tienen algún tipo de problema.
Los sectores más jóvenes de la población están concienciados según Francisco: «Cada vez son más quienes participan en asociaciones sin ánimo de lucro». Es más, como bien apunta este sevillano «incluso ahora hay hasta estudios relacionados con cuidados a enfermos y ancianos, eso
demuestra que hay interés por este tipo de iniciativas». Como muestra del compromiso y la gran
experiencia que supone para él, este sevillano manda un mensaje a la juventud: «Animo a los
jóvenes a que actúen de forma activa en tareas de voluntariado».
Voluntaria adolescente
Teresa González descubrió su vocación de ayudar a gente de la tercera edad hace poco más de
un año cuando visitó, por una iniciativa de su parroquia, un centro de mayores. Desde entonces, y pese a ser aún una adolescente, siempre ha colaborado con el Centro de Humanización Los
Camilos. «Antes venía una vez cada tres semanas, pero ahora suelo pasarme un viernes cada
quince días», explica. Tal es su implicación y sus ganas de darse a los demás, que este verano se
marchará a Jaén a un campamento de trabajo. Su labor allí aún no la sabe a ciencia cierta: «Creo
que íbamos a construir algo...», aunque destaca que «lo importante es ir allí a echar una mano».
Esta joven de 16 años admite que sus homólogos sí que tienen interés en hacer labores sociales
como ella: «A todos les parece bien lo que hago, el problema es que son bastante reacios a tomar
la iniciativa de ponerse en contacto con alguna asociación». A pesar de ello, es muy crítica y no
duda en señalar que es difícil que un joven cambie unas vacaciones en la playa por contribuir a
una causa solidaria. «Viven en su burbuja, ajenos a las necesidades del mundo que les rodea»,
concluye.
Teresa González. (16 años)Puede que sea su corta edad la que le dé vitalidad y le aporte la ilusión necesaria para emprender
labores de voluntariado. Comenzó hace un año gracias a una visita programada por su parroquia a un centro de mayores. Fue el punto de arranque, la chispa que encendió en ella sus ganas de
ayudar. Tanto es así que este verano viajará a Jaén a un campamento de trabajo. Dice que los
jóvenes de hoy en día «son muy vagos a la hora de unirse a tareas de voluntariado», aunque
reconoce que a sus amigos les parece bien las iniciativas que ella lleva a cabo como voluntaria.
Francisco Martínez (33 años)La experiencia que tuvo el verano pasado junto a algunos «sintecho» le ha impulsado a solicitar
este año más voluntariados. Su destino es una asociación de síndrome de Down en Barcelona.
Carlos Bravo. (32 años)Tras varios años intentándolo, por fin este verano se marchará a hacer un voluntariado internacional en Perú. Allí trabajará durante mes y medio en dos proyectos, uno de carácter educativo y otro más religioso. Admite que no cae en la utopía de que va a «cambiar el mundo»