En los primeros compases del
pontificado del Papa Francisco nos habló de un libro que algunos ya habíamos
leído (W. Kasper, La misericordia. Clave del Evangelio y de la vida cristiana,
ST, Santander 2012), en el que se nos ilustra la importancia de la misericordia
para nuestra vida de creyentes, especialmente en este siglo XXI.
Después de un recorrido por los
escritos de los últimos tres papas, concluye el cardenal Kasper: «Así pues,
tres papas de la segunda mitad del siglo XX y comienzos del siglo XXI nos han
propuesto el tema de la misericordia. Verdaderamente, no se trata de un tema
secundario, sino de un tema fundamental del Antiguo y del Nuevo Testamento, de
un tema fundamental para el siglo XXI como respuesta a los “signos de los
tiempos”». ¿Qué es la misericordia? En otro pasaje del libro el cardenal Kasper
nos dice que la misericordia en su sentido originario apunta a un «corazón compasivo
[…] denota la actitud de quien trasciende el egoísmo y el egocentrismo y no
tiene el corazón cabe a sí mismo, sino cabe a los demás, en especial junto a
los pobres y afligidos por toda clase de miserias. La literatura al respecto
podría seguir añadiéndonos cosas, aportando datos, pero nosotros encontramos en
el evangelio de Lucas y en las lecturas que lo preceden y nos ofrece la
liturgia de este Domingo pasado un pequeño tratado sobre dicha virtud universal.
En el libro del Éxodo se nos
presenta a un pueblo idólatra que ha encendido la ira de Dios. Dios entra en
diálogo con Moisés para que siendo consciente de ello pueda reconvenir y
reconducir al pueblo a la fe verdadera. Moisés una vez más hace de intermediario,
de profeta, de interlocutor entre Dios y el pueblo y le recuerda las «magnalia
Dios» (las cosas grandes, los prodigios que Dios ha hecho por pueblo), lo que es
suficiente para que cambie de actitud y se «arrepienta». En la segunda lectura,
tomada de primera a Timoteo, Pablo expone lo que es la misericordia ya
realizada en él. Pablo nos recuerda brevemente lo que ha sido su vida
(blasfemo, perseguidor,insolente) y cómo Dios tuvo compasión de él y
derrochó su gracia para convertirle en Apóstol y creyente. A las luz de estas
dos lecturas se me ocurre que cada uno de nosotros podemos hacer un pequeño
examen de conciencia de cómo vivimos en primera persona dicha misericordia y
compasión, tanto en lo personal (haciendo lectura creyente de nuestra vida),
como en nuestra vida de fe y trabajo pastoral, es decir, en cuanto apóstoles
que hacemos de intermediarios para que la misericordia y la compasión fluyan
hacia nuestros destinatarios. El Evangelio nos presenta un «tratadito» de la
misericordia (oveja perdida, moneda perdida, el hijo pródigo). Yo creo que aquí
no cabe añadir mucho a lo que señalaba en la motivación.Estamos ante una
de las páginas más bellas de la literatura universal, como se ha dicho de muy diversas
maneras.
José Luis Guzón, sdb
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