miércoles, 20 de febrero de 2013

Hubo un tiempo


Hubo un tiempo de mi vida
en el que estuve convencida de la fuerza de la denuncia,
en el que creía que había que desenmascarar injusticias,
cayera quien cayera.
Hay que enfrentar a cada persona con su verdad, pensaba,
hay que ser exigentes , firmes, claros;
Para cambiar a una persona, hay que hacerle ver sus fallos,
hay que ayudarle a conocer
sus obligaciones y responsabilidades.
Sin darme cuenta, me situaba en el grupo sombrío
de los que juzgan, exigen y condenan,
de los que murmuran de Jesús
porque comía con gentuza
y no les recordaba el cumplimiento de la Ley
ni les reprochaba su conducta.

La vida y, sobre todo el Evangelio, su Palabra, me han ido enseñando
que ese es un camino cojo
porque la verdad, sin amor, deja de ser verdad.
He ido aprendiendo que todos nos defendemos y nos blindamos
cuando, desde fuera, pretenden invadirnos o cambiarnos.
En cambio, cuando alguien se nos acerca
sin pretender nada de nosotros, gratuitamente,
cuando alguien nos ofrece su respeto y su confianza,
cuando el mensaje que leemos en sus ojos
es que está dispuesto a querernos tal como somos
y a aceptarnos sin condiciones,
entonces se esponja en nosotros
nuestra identidad más verdadera,
y florece lo mejor que llevamos dentro.
Sólo entonces comenzamos a creer que nos es posible cambiar,
sólo entonces recobramos la confianza en nosotros mismos,
sólo entonces se realiza el milagro
de ser también nosotros capaces de confiar en los demás.

Sólo entonces Alguien nos llama por nuestro nombre
y nos invita a transformar este mundo,
lleno de zarzas y de maleza en una tierra acogedora,
en la que nadie se sienta excluido.
Sólo entonces mi vida entera y la de mis hermanos se convierte
en un camino duro y trabajoso, lento y paciente, hacia esa meta.
Pero en medio del esfuerzo y las dificultades,
contamos con una ráfaga que nos viene de otra parte,
con el Espíritu de Dios mismo
que impulsa nuestro peregrinar hacia el horizonte.
Y no tengo otra misión que la de convertirme
en cauce de ese amor, en canal de acogida, comprensión,
que no es mía, que no es nuestra
pero que nos habita.

 

 

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