lunes, 6 de junio de 2011

La verdadera ALEGRÍA


"La Madre Mª Rosa y la hermana Isabel caminaban por los angostos pasillos del hospital, apenas iluminados por la leve luz que regalaban las pequeñas lámparas de aceite, despidiendo un olor característico,..el olor del que se quema para dar luz. Iban en silencio, como gustaban ambas hacer cuando caminaban por el hospital, mirando a las hermanas que sonreían a su paso con una sonrisa que decía : “Soy feliz, estoy cansada,.. pero no hay cansancio que venza al que es mi descanso…soy feliz”.

De repente la Madre se dirigió a la hermana Isabel que caminaba un poco adelantada. La hermana Isabel era joven, recién entrada en el Instituto. Quería comerse el mundo; quería, en un momento, curar del mal de la tristeza a quienes le rodeaban y pensaba que Dios le había dado la capacidad: era risueña, alegre y trasmitía. En la simplicidad juvenil creía saberlo todo, y saberlo bien. Y creía que lo único que le faltaba era hacer, poner en práctica lo que creía sabido. Y la Madre la miraba caminar. La miraba con la ternura de una Madre, preguntándose cómo hacer para llevar hacia Dios aquella alma que estaba empezando el nuevo camino del AMOR. Nuevo cada día para quien lo recorre siempre con amor, buscando al Amor mismo. Y la Madre la miraba sonreír, con esa risa de quien ha probado la dulzura del amor divino, pero también con la sonrisa de aquel que le falta experimentar que esa dulzura es la que día a día da fuerzas, hace ser fiel al que es FIEL por excelencia; es la dulzura que no deja apartarse del que es Dulce, aunque se camine por valles oscuros y cavernas profundas. Es la dulzura del que se quema por nosotros, del que se entrega para dar luz a nuestra oscuridad.

Y dijo la Madre: -“ Hermana Isabel, usted es feliz, ¿verdad?”. –“Sí, Madre, muy feliz”.

- “Hermana Isabel, ¿podría usted decirme en qué consiste su alegría?”- preguntó la Madre con ternura.

-“Madre, mi alegría consiste…” - se detuvo un momento y llevó todo lo deprisa que pudo a la Madre hacia la sala donde estaban los ancianos y vagabundos del hospital- “Madre, en esto consiste mi alegría: en sonreír al anciano; en decirle al señor Miguel que Dios le ama y que nosotras también le queremos, en secarle las lágrimas al señor Ignacio, en curarle las llagas al señor Manuel. Ésa es mi alegría, Madre”.

Le sonrió la Madre y le dijo:

- “Hermana Isabel, ¿y si yo le dijera que no es ésa la perfecta alegría, la alegría completa?”

- “Madre, es que aún hay más” – dijo, y la condujo a la sala de los niños abandonados del hospital. “Aquí también está mi alegría: en hacer reír a Pepito y acariciar al niño ése que por no tener no tiene ni nombre; y –continuó cogiendo entre sus brazos a Amparo que desde el otro extremo de la habitación corría hacia ella- en ser la madre de los que no tienen madre y la hermana de los que no tienen hermanos. En eso consiste mi alegría”

Le volvió a sonreír la Madre y le dijo:

- “Hermana Isabel,¿y si yo le volviera a decir que no es ésa la perfecta alegría, la alegría completa?”.

- “Madre, es que aún hay más”. Y se dirigió a casa de las hermanas donde una de ellas estaba preparando la comida para sus asilados. “En esto también, Madre, consiste mi alegría: en hacer feliz a esta hermana, en alegrarame por compartir con ella la vida religiosa. Mi alegría es vivir en una comunidad en la cual quiero amar a Dios y a mis hermanos más pobres”.

- “Muy bien dices todo; pero aún no está ahí la perfecta alegría, la alegría completa”

Un tanto entristecida la hermana Isabel preguntó:

- “Madre, entonces ¿dónde puedo buscar y cómo puedo hallar la perfecta alegría?”.

La Madre la miró con cariño y comenzó a caminar muy despacio. La hermana Isabel la miró en silencio, sin llegar a entender y como quien sigue a quien enseña con la vida y no con las palabras.

Entró la Madre en el minúsculo y acogedor oratorio de la comunidad. Se arrodilló y permaneció allí un rato. Luego se levantó y con paso lento pero firme se dirigió al sagrario. Con sumo cuidado y delicadeza tomó entre sus manos al que desde lo eterno la tenía asida entre las suyas. Caminó hacia el pequeño altar y sobre el corporal dejó a su Señor, casi temblándole las manos, como cada vez que lo cogía, porque se creía indigna y le desbordaba el Misterio del que se dejaba acoger en manos tan impuras siendo tan grande. Y delante del altar se arrodilló. La hermana Isabel la miraba como se mira a quien ha sido tomado y seducido por el Misterio del Amor y se ha transformado en el amor mismo. Así pasó un rato,… tal vez casi una hora, de silencio lleno. Luego, con la misma reverencia, la Madre se levantó volvió a tomar entre las manos a su Señor y, después de introducirlo en el sagrario y de hacer la genuflexión, salió con paso lento y como meditando, continuando su oración en el caminar sosegado y sereno. Cuando ya había andado unos pasos, se detuvo y se volvió hacia la hermana Isabel mirándola fijamente y con más amor si era eso posible, pues siempre su mirada derrochaba todo el amor de que era capaz. Y le dijo:

-“ ¿Has visto ya en qué consiste la alegría completta, la perfecta alegría? La perfecta alegría consiste en ver a ese Cristo que hemos adorado en el rostro del señor Manuel, en tratar con reverencia a cada hermano, en sentir que es el mismo Jesucristo el que sufre por las llagas del señor Bartolo, en sentir que es también nuestro Señor el que se esconde detrás del vagabundo que llegó ayer y no ha hecho más que blasfemar y escupirnos al rostro y tirarnos la comida y pelear con todos los asilados. La verdadera alegría es la que descubre que detrás del niño que no tiene padres está el mismo Jesucristo. No nos podemos quedar en el romanticismo de una caricia o en cogerlo en brazos. Es Nuestro Señor que busca ser amado y hemos de intentar llegar al corazón, donde llega la verdadera consolación. La verdadera alegría es ver en cada persona que nos rodea al mismo Señor que ríe o llora o sufre y que nos pide que le acompañemos. La verdadera alegría, hermana Isabel, es experimentar que Cristo sigue viviendo, sigue sufriendo y, aún siendo indigna siquiera de mirarle a los ojos, he de tratar de consolarle con el consuelo que de Él recibo. Hermana Isabel, la verdadera alegría es saber que Dios es Dios y que habita en mí y habita en mis hermanos. La perfecta alegría es usted y soy yo y es el señor Juanito, y Domingo y Pepe y la hermana Soledad. La verdadera alegría es el Misterio del Amor que nos habita. Ésa y no otra es la perfecta alegría”.

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