viernes, 22 de febrero de 2013

Amar Peligrosamente , Pelicula



       El cómodo mundo de Sarah Jordan (Angelina Jolie), una ingenua americana residente en Londres, da un vuelco cuando Nick Callahan (Clive Owen) se cuela en un baile para recaudar fondos y hace un apasionado alegato a favor de los niños hambrientos de África. Atraída por Nick y su causa, Sarah abandona las comodidades de su residencia londinense para viajar a aquel destrozado continente, decidida a ver la realidad del mundo y experimentar la pasión que Nick ha despertado en ella. Pero Sarah no tarda en darse cuenta de la dura realidad de la vida de Nick cuando ve las condiciones en las que trabaja. Asombrada por el peligro al que se enfrenta todos los días, Sarah se compromete cada vez más con este hombre cautivador y absolutamente entregado a su trabajo. Sarah regresa a Londres y se dedica a recaudar fondos mientras intenta resucitar su matrimonio...

miércoles, 20 de febrero de 2013

Hubo un tiempo


Hubo un tiempo de mi vida
en el que estuve convencida de la fuerza de la denuncia,
en el que creía que había que desenmascarar injusticias,
cayera quien cayera.
Hay que enfrentar a cada persona con su verdad, pensaba,
hay que ser exigentes , firmes, claros;
Para cambiar a una persona, hay que hacerle ver sus fallos,
hay que ayudarle a conocer
sus obligaciones y responsabilidades.
Sin darme cuenta, me situaba en el grupo sombrío
de los que juzgan, exigen y condenan,
de los que murmuran de Jesús
porque comía con gentuza
y no les recordaba el cumplimiento de la Ley
ni les reprochaba su conducta.

La vida y, sobre todo el Evangelio, su Palabra, me han ido enseñando
que ese es un camino cojo
porque la verdad, sin amor, deja de ser verdad.
He ido aprendiendo que todos nos defendemos y nos blindamos
cuando, desde fuera, pretenden invadirnos o cambiarnos.
En cambio, cuando alguien se nos acerca
sin pretender nada de nosotros, gratuitamente,
cuando alguien nos ofrece su respeto y su confianza,
cuando el mensaje que leemos en sus ojos
es que está dispuesto a querernos tal como somos
y a aceptarnos sin condiciones,
entonces se esponja en nosotros
nuestra identidad más verdadera,
y florece lo mejor que llevamos dentro.
Sólo entonces comenzamos a creer que nos es posible cambiar,
sólo entonces recobramos la confianza en nosotros mismos,
sólo entonces se realiza el milagro
de ser también nosotros capaces de confiar en los demás.

Sólo entonces Alguien nos llama por nuestro nombre
y nos invita a transformar este mundo,
lleno de zarzas y de maleza en una tierra acogedora,
en la que nadie se sienta excluido.
Sólo entonces mi vida entera y la de mis hermanos se convierte
en un camino duro y trabajoso, lento y paciente, hacia esa meta.
Pero en medio del esfuerzo y las dificultades,
contamos con una ráfaga que nos viene de otra parte,
con el Espíritu de Dios mismo
que impulsa nuestro peregrinar hacia el horizonte.
Y no tengo otra misión que la de convertirme
en cauce de ese amor, en canal de acogida, comprensión,
que no es mía, que no es nuestra
pero que nos habita.

 

 

domingo, 3 de febrero de 2013

Dios te llama.



La llamada del Señor es personal, dirigida en concreto a mí. No es una pura invitación a voleo. La Biblia subraya este carácter personal llamando a los elegidos por su nombre: Abraham, Moisés, Samuel, Simón, María… Yo con mis deseos y mis miedos, con mis cualidades y limitaciones, con mi historia pasada y mi futuro abierto, he sido lla-mado por una llamada que aconteció en un momento de mi vida, pe-ro permanece para siempre. "Señor: tú has dicho mi nombre".

Esta llamada del Señor hace diana en el centro de la persona y desde allí va transformando toda la vida del llamado por fuera y por dentro. Por fuera se rompen los planes previos (profesión, vida afectiva). Por dentro, el corazón queda "tocado". Nacen otros objetivos, otros moti-vos, otros valores. Nace un hombre nuevo, una mujer nueva. La Bi-blia refleja en ocasiones este nuevo nacimiento con un recurso: Dios cambia el nombre al llamado: Abrán es ya Abraham, Jacob es Israel, Simón es Pedro, Saulo es Pablo.

La llamada del Señor hace que los llamados, siendo iguales, seamos "diferentes". Nos convertimos como los profetas, como Jesús, en ex-traños entre los nuestros. Nuestro criterio y nuestra sensibilidad ante los bienes materiales, el poder, el éxito personal son diferentes de los imperantes. Nos entristecen la superficialidad religiosa, los ídolos de la gente, la insensibilidad para con los pobres. Esta extrañeza nos hace sufrir (cfr. Jn. 20,7-9)

La llamada del Señor postula la entrega de todo el corazón y de toda la vida del llamado. La irrupción de Jesús en nuestra vida es tal que ya no sabemos ni queremos ni podemos existencialmente dedicar nuestras energías a otros intereses que los vinculados a la llamada. Este es el caso de Pablo y de tantos otros. El Nuevo Testamento no conoce para los llamados una "electrólisis" entre mi vida privada y el cumplimiento de mi ministerio. Todo queda consagrado. Consagrarse es entregarse totalmente (toda la persona) definitivamente (para to-da la vida) y exclusivamente (para un único servicio)

Una llamada tan radical despierta simultáneamente en nosotros el atractivo y el miedo, el deseo y la resistencia, el acelerador y el fre-nado del corazón humano.
"Soy tartamudo" dirá Moisés. "Soy todavía un niño que no sabe hablar" responderá Jeremías. "Otro te ceñirá y te llevará a donde tú no quieres" escuchará Pedro. El miedo a "perderse a sí mismo" y el sentimiento de desproporción entre la magnitud de la tarea y la limitación e indignidad convierten el corazón del llamado en un campo de batalla. "Quiero vivir a mi aire, ser como todos". Y a pesar de todo vuelve la pregunta, el atractivo, el consuelo, la volun-tad de entregarse.

Llamada acompañada de una promesa que se repite en el Antiguo y Nuevo Testamento:
"yo estaré contigo, con vosotros, hasta el final". No nos promete éxitos ni comodidades. Sí su apoyo y compañía cons-tantes. Más bien nos asegura que habrá cruz. Pero también la alegría como estado habitual

Hermanos y amigos: hemos sido llamados, convocados. Seamos también vocantes e invocantes.