lunes, 28 de enero de 2013

Oración


NUESTRA VIDA DE ORACIÓN

Hablar sobre la oración es paradójico. ¿Por qué? Jesús habló bien poco de la oración, pero en las narraciones del evangelio vemos que oró mucho. En todo momento elevaba su mirada al Padre para buscar su rastro en los acontecimientos, en las personas, en sí mismo.

ü  Nuestra oración quiere ser un dejarnos en manos de Dios cada vez con mayor confianza, para que sea Él quien guíe nuestros pasos hacia los hermanos.

ü  Nuestra oración quiere ser cada vez más gratuita, no dependiente de lo que encontremos en ella (¿por qué siempre queremos hallar gusto, comprobar que Dios está, o experimentar que la Palabra nos da soluciones?) Como decía S. Francisco: “Dios es, y eso basta”.

ü  Nuestra oración queremos que incida realmente hasta en las más pequeñas decisiones de la vida, invadiendo de los mismos sentimientos de Cristo nuestro pensar, sentir, obrar.

Ya está bien de hablar, y vamos a escuchar momentos de esa oración en algunos ‘compañeros de camino’ de esta aventura apasionante que es hallar a Dios en todas las cosas, de tal manera que vivamos como Mª Rosa Molas: “Sólo deseo que el pobre sea servido y Dios loado”


                       1
   No hay nada más práctico
que encontrar a Dios.
Es decir, enamorarse profundamente
y sin mirar atrás.
Aquello de lo que te enamores,
lo que arrebate tu imaginación,
afectará todo.
Determinará lo que te haga levantar por la mañana,
lo que harás con tus atardeceres,
cómo pases tus fines de semana,
lo que leas,
a quién conozcas,
lo que te rompa el corazón...
y lo que te llene de asombro con alegría y agradecimiento.
Enamórate, permanece enamorado
y esto lo decidirá todo.
 Pedro Arrupe, S. J.

                          2

Padre, me pongo en tus manos.
Haz de mí lo que quieras.
Sea lo que sea, por ello te doy las gracias.
Estoy dispuesto a todo.
Lo acepto todo,
con tal de que se cumpla Tu voluntad en mí
y en todas tus criaturas.
No deseo nada más, Padre.
Te confío mi alma.
Te la entrego con todo el amor de que soy capaz.
Porque te amo y necesito darme,
ponerme en tus manos sin medida,
con infinita confianza. Porque Tú eres mi Padre.
                                                                                                                 Charles de Foucauld


                              3
Tarde te amé
¡Tarde te amé,
hermosura tan antigua y tan nueva,
tarde te amé!
Y ves que tú estabas dentro de mí y yo fuera,
Y por fuera te buscaba;
Y deforme como era,
Me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste.
Tú estabas conmigo mas yo no lo estaba contigo.
Me retenían lejos de ti aquellas cosas
Que, si no estuviesen en ti, no serían.
Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera:
Brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera;
Exhalaste tu perfume y respiré,
Y suspiro por ti;
Gusté de ti, y siento hambre y sed;
Me tocaste y me abrasé en tu paz.
                                                   San Agustín.

                                  4
LA HUELLA

¿Cuál será la huella
que me lleve hasta tu encuentro?
No quiero vivir errante y vacío
quedándome sólo en tus huellas.

¿Se llamará salud, o enfermedad?
¿Se presentará con el rostro del éxito
o con el cansancio golpeado del fracaso?
¿Será seca como el desierto
o rebosante de vida como el oasis?
¿Brillará con la transparencia del místico
o se apagará en el despojo del oprimido?
¿Caerá sobre mí como golpe de látigo
o se acercará como caricia de ternura?
¿Brotará en comunión con un pueblo festivo
o en mi indecible soledad original?
¿Será la historia brillante de los libros
o el revés oprimido de la trama?

No importa cuál sea el camino
que me conduzca hasta tu encuentro.
No quiero apoderarme de tus huellas
cuando son reflejo fascinante de tu gloria,
ni quiero evadirlas fugitivo
cuando son golpe y angustia.

No importa lo que tarde en abrirse
el misterio que te esconde,
y toda huella tuya me anuncia.
Todo mi viaje llega
al silencio y a la espera
de mi “no saber” más hondo.
Pero “yo sé” que ya estoy en ti
cuando aguardo ante tu puerta.

                                                                                    Benjamín González Buelta

LA PALABRA DE DIOS

La Biblia es la Palabra de Dios. En ella podemos encontrar con seguridad al Dios que buscamos con todo nuestro ser. Sin embargo, no es sencillo entender esta Palabra inmediatamente. Es necesario hacer como María, la madre de Jesús: guardarla en el corazón, meditarla, conocerla, amarla para descubrir la presencia de ese Dios cercano que nos ama con locura y quiere que vivamos con mayúsculas. Es imprescindible dedicar tiempos de nuestro día a desentrañar su mensaje con calma. La Palabra se dirige hoy a mí y me quiere decir algo de parte de Alguien. Te ofrecemos algunos textos de esa Palabra que pueden ayudarte en tus tiempos de oración.

1
El Señor me dirigió la palabra:-Antes de formarte en el vientre te escogí; antes de salir del seno materno te consagré y te nombré profeta de las naciones-.Yo repuse:-¡Ay, Señor mío! Mira que no sé hablar, que soy un muchacho-.El Señor me contestó: -No digas que eres un muchacho, que adonde yo te envíe, irás; y dirás lo que yo te mande. No les tengas miedo, pues yo estoy contigo para librarte --oráculo del Señor--.El Señor extendió la mano, me tocó la boca y me dijo: -Mira, yo pongo mis palabras en tu boca, hoy te establezco sobre pueblos y reyes, para arrancar y arrasar, destruir y demoler, edificar y plantar-.                                                                    Jer.1, 4-10
2
El niño Samuel oficiaba ante el Señor con Elí. La Palabra del Señor era rara en aquel tiempo y no abundaban las visiones. Un día Elí estaba acostado en su habitación. Sus ojos empezaban a apagarse y no podía ver. Aún no se había apagado la lámpara de Dios, y Samuel estaba acostado en el santuario del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó: -¡Samuel, Samuel!- Y éste respondió: -¡Aquí estoy!- Fue corriendo adonde estaba Elí, y le dijo: -Aquí estoy; vengo porque me has llamado-. Elí respondió: -No te he llamado, vuelve a acostarte-. Samuel fue a acostarse, y el Señor lo llamó otra vez. Samuel se levantó, fue a donde estaba Elí, y le dijo: -Aquí estoy; vengo porque me has llamado-. Elí respondió: -No te he llamado, hijo; vuelve a acostarte-. Samuel no conocía todavía al Señor; aún no se le había revelado la Palabra del Señor. El Señor volvió a llamar por tercera vez. Samuel se levantó y fue a donde estaba Elí, y le dijo: -Aquí estoy; vengo porque me has llamado-. Elí comprendió entonces que era el Señor quien llamaba al niño, y le dijo: -Anda, acuéstate. Y si te llama alguien, dices: Habla, Señor, que tu siervo escucha-. Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se presentó y lo llamó como antes: -¡Samuel, Samuel!-. Samuel respondió: -Habla, que tu siervo escucha-.      1Sm. 3, 1-10
3
Jesús los quedó mirando y les dijo:
-          ”Para los hombres es imposible, no para Dios; todo es posible para Dios”.
Pedro entonces le dijo:
-           Mira, nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido.
Jesús le contestó:
-          Os aseguro que todo el que deje casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o campos por mí y por la Buena Noticia ha de recibir en esta vida cien veces más en casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y campos, con persecuciones, y en el mundo futuro vida eterna. Pero muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros.
Iban de camino, subiendo hacia Jerusalén. Jesús iba adelante y ellos se sorprendían; los que seguían iban con miedo. Él reunió otra vez a los Doce y se puso a anunciarles lo que le iba a suceder:
Mc 10, 27-32
4
El sexto mes envió Dios al ángel Gabriel a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen prometida a un hombre llamado José, de la familia de David; la virgen se llamaba María. Entró el ángel a donde estaba ella y le dijo: ---Alégrate, favorecida, el Señor está contigo. Al oírlo, ella se turbó y discurría qué clase de saludo era aquél. El ángel le dijo: ---No temas, María, que gozas del favor de Dios. Mira, concebirás y darás a luz un hijo, a quien llamarás Jesús. Será grande, llevará el título de Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, para que reine sobre la Casa de Jacob por siempre y su reinado no tenga fin. María respondió al ángel: --- ¿Cómo sucederá eso si no convivo con un varón? El ángel le respondió: ---El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te hará sombra; por eso, el consagrado que nazca llevará el título de Hijo de Dios. Mira, también tu pariente Isabel ha concebido en su vejez, y la que se consideraba estéril está ya de seis meses. Pues nada es imposible para Dios. Respondió María: ---Aquí tienes a la esclava del Señor: que se cumpla en mí tu palabra. El ángel la dejó y se fue.

Lc 1, 26-38

 

 

 

 

 

jueves, 24 de enero de 2013

Super Antonio. Amar a Dios y al Hermano



  La diversidad nos une, la diversidad nos hace "ricos" ante Dios... Ojalá el mundo y cada persona nos dieramos cuenta que el diferente es una riqueza...El Señor nos haga vez la luz...

viernes, 18 de enero de 2013

Tu eres Señor mi fortaleza, mi Roca, mi Luz...

A veces la vida nos lleva por caminos dificiles, nos hace vivir experiencias de tristeza; la muerte de alguien querido, la enfermedad de quien amamos, la incomprensión de otros... Pero como Consuela dormirse sabiendo que el Señor es el guardian de nuestra Vida... 
 
Señor, ayúdame a vivir seguro de que Tú eres para mí guardián que nunca duerme, almena y escudo que me defiende, manos en cuya palma está escrito mi nombre.

            Quiero avanzar ha ia lo desconocido contando no con mis propias fuerzas, sino con la que me da la fe de que Tú sostienes a todos los que se atreven a fiarse de ti.

            Que tu palabra disipe todo lo que en mi cause cualquier temor, angustia o ansiedad, que me atreva a entregarte una confianza total, seguro de que esa firmeza que me ofreces no es una recompensa a mi esfuerzo, ni se deja conquistar, sino que es un don que Tú concedes gratuitamente a quien se atreve a fiarse de ti en medio de las tormentas de la vida.

            Haz que cuente siempre con tu presencia, que me fíe de ti antes de recibir signos, que acepte los medios débiles que Tú me ofreces y que recuerde siempre que eres Tú la Roca firme en la que se asienta mi debilidad y que sólo en ella voy a encontrar la fortaleza que necesito para construir mi propia existencia y para sostener y apoyar a otros.

            “¡Cuánto te amo, Señor, mi fortaleza!
            Señor, mi peña, mi alcázar, mi libertador, Dios mío, roca mía, refugio mío!
            ¿Mi fuerza salvadora, mi baluarte famoso!

            Señor, Tú enciendes mi lámpara; Dios mío Tú alumbras mis tinieblas. Fiado en ti me meto en la refriega, fiado en mi Dios asalto la muralla. Dios me ciñe de valor y hace perfecta mi conducta: Ensanchaste el camino ante mis pasos, y no flaquearon mis tobillos; me ceñiste de valor para la lucha, doblegaste a los que se me resistían; ¡Viva el Señor, bendita sea mi Roca, sea ensalzado mi Dios y Salvador!” (Del salmo 18).

miércoles, 16 de enero de 2013

SEGUIR A JESÚS EN MI HERMANO


«... El maestro de la Ley contestó: 'Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con
toda tu alma, con toda tu fuerza y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo'.

Jesús le dijo: 'Tu respuesta es exacta; haz eso y vivirás'. Pero él quiso dar el motivo de su pregunta y dijo a Jesús: '¿Quién es mi prójimo...'» (/Lc/10/27-29).

La predicación de Jesús, cuyo tema central es el Reino de Dios, tiene por objeto hacer de los hombres una fraternidad. Nos reveló que Dios es nuestro Padre, haciendo de esta paternidad común la raíz de nuestra hermandad. Esta es una posibilidad real desde que Cristo aparece en la historia como nuestro Hermano universal. Al insistir absolutamente en el amor fraterno y en que todos
somos hermanos (Jn 13,34; Mt 23,8-9), y al subrayar el segundo mandamiento de la Ley
(«Amarás a tu prójimo como a ti mismo»; «amaos como yo os he amado»,
 Lc 10,27; Jn 15,12), ha hecho del amor al prójimo el signo de la identidad cristiana y la prueba decisiva de su seguimiento.
 
 Sus oyentes se plantearon sin duda la cuestión de saber quién era para el Maestro el
prójimo; qué extensión le daba a esa idea y cómo había que concretarla en la vida diaria.
Indudablemente, Jesús iba más allá del concepto veterotestamentario, en que el prójimo (el
hermano) era el amigo, el que participaba de la religión y la nacionalidad judía. La inquietud
de precisar «quién es mi prójimo», al cual debemos amar en hechos y no en palabras, creo
que es hoy igualmente importante para los cristianos y para los que sin serlo aceptan esta
exigencia básica de Jesús.
 Porque, en realidad, ¿quién es prójimo para nosotros en lo concreto de nuestra historia
personal? ¿Son nuestros amigos? ¿Los cristianos? ¿Nuestros ciudadanos? ¿O también los
habitantes de otros países (a los que nunca vemos), es decir, todos los hombres?
 
 Esta pregunta, que inquietaba especialmente a los oyentes de Cristo más críticos,
emerge en los labios de un doctor de la Ley como un cuestionamiento y una prueba de la
idea de prójimo que Jesús predicaba.
«Para ponerlo en apuros» (Lc 10,25ss) el letrado lo interroga sobre el segundo mandamiento de la Ley, semejante al primero: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Pero ésa no era la pregunta decisiva. Lo que al doctor de la Ley le interesaba saber era la idea que Jesús se hacía del «prójimo», idea hasta ahora, al parecer, nunca explicitada
claramente: «Queriendo dar el motivo de su pregunta, dijo a Jesús: '¿Quién es mi prójimo?'» (Lc 10,29).
 
 Jesús no responde con una definición, sino con una parábola. Con un relato en que
todos nos sentimos aludidos. Lo propio de todo relato evangélico es que en los personajes
que ahí aparecen nos identificamos cada uno de nosotros. Por eso su valor universal y
extratemporal. En este caso, el relato es la parábola del Buen Samaritano, y las
consecuencias que ahí se desprenden sobre el concepto del prójimo son válidas para
todos. El «vete y haz tú lo mismo» (Lc 10,37) no es sólo una exigencia para el doctor de la
Ley, sino también para mí. La meditación de esta parábola (/Lc/10/30-35) nos conduce al descubrimiento del prójimo según el criterio de Jesús.

 El prójimo como pobre


Mi prójimo es aquel que tiene derecho a esperar algo de mí. Aquel que Dios pone en el camino de mi historia personal. En algún sentido todo hombre es potencialmente prójimo (aunque viva en otro continente y yo nunca lo haya encontrado), pero prójimo real e históricamente es el que yo encuentro en mi vida pues sólo en este caso hay derecho al acto del amor fraterno. La fraternidad cristiana es una disposición a hacer de cualquier persona (mi prójimo), si se presenta la ocasión.
El prójimo es el necesitado. En la parábola del samaritano el necesitado es un judío
expoliado y herido. En la parábola del juicio final (Mt 25,31ss) es el hambriento, el sediento,
el enfermo, el exiliado, el encarcelado. En forma muy especial, el prójimo es el pobre, en el
cual Jesús se revela como necesitado. «Lo que hicieron con algunos de estos mis
hermanos más pequeños, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40).
 
 Hay necesitados (pobres) «ocasionales» y «permanentes». No sabemos si el judío herido de la parábola era sociológicamente pobre; podemos incluso presumir que no lo era,
ya que si fue robado es porque llevaba dinero. Pero en el momento del encuentro con el
samaritano era un pobre y necesitado. Tenía derecho a ser tratado como prójimo. Los ricos
y poderosos son mis prójimos cuando necesitan de mí, aunque sea ocasionalmente. Dar
ayuda a un capitalista o un gobernante perseguido por cambios políticos, cualquiera que
sea su ideología, es un deber cristiano; es tratarlo como prójimo.
Pero la mayoría son pobres y necesitados «permanentes». Son  explotados, marginados y empobrecidos por la sociedad. Son los discriminados por las ideologías y por el poder. La opción por el pobre que nos ordena el Evangelio es servir a ese prójimo no sólo  como personas, sino como situaciones sociales. Hoy nuestro prójimo es también colectivo. El judío herido y empobrecido es una situación permanente. Son los obreros, los campesinos, los indios, los subproletarios...

 La opción cristiana no es por la pobreza, porque la pobreza no existe como tal. La opción
es por el pobre, sobre todo el pobre «permanente», que está en mi camino y que forma
parte de mi sociedad, el cual tiene derecho a esperar de mí. El hecho del pobre como prójimo colectivo le da a la caridad fraterna su exigencia social y política. Para el Evangelio
el compromiso sociopolítico del cristiano es a causa del pobre. La política es la liberación
del necesitado.

 La exigencia de «hacerse hermano»


 Al terminar de contar la parábola al doctor de la Ley, Jesús le dirige una pregunta que
nos podría sorprender: «¿Cuál de estos tres se portó como prójimo (hermano) del hombre que cayó en manos de los salteadores?» (/Lc/10/36).
 
 Quiere decir que los tres no fueron hermanos del herido. Podrían haberlo sido, pero de hecho lo fue «el que se mostró compasivo con él» (Lc 10,37). El sacerdote no es hermano del judío, y tampoco el levita. El samaritano, sí. Para Jesús, el ser hermano de los demás no es algo «automático», como un derecho adquirido. No somos hermanos de los otros mientras no actuemos como tales. Debemos hacernos hermanos de los demás.

   El cristianismo no nos enseña que «de hecho» ya somos hermanos. Querrá decir entonces que enseña una irrealidad. La experiencia del odio, la división, la injusticia y la violencia que vemos cada día nos hablan de lo contrario. No somos hermanos, pero podemos serlo. Esa es la enseñanza y la capacidad que nos da el Evangelio: Jesús nos exige, y nos da la fuerza para «hacernos hermanos». Pero el serlo de hecho depende de nuestra actitud de «mostrarnos caritativos», comprometiéndonos con el otro. El pecado del sacerdote y del levita no fue el no tener sentimientos de compasión. Habitualmente, todo hombre los tiene. Fue el haber evitado el encuentro con el necesitado, poniéndose en situación de no tener que comprometerse («... al verlo pasó por el otro lado de la carretera y siguió de largo...», Lc 10,31). Esta actitud les impidió hacerse hermanos prójimos) del judío herido.

 El samaritano fue hermano del herido. No por su religión (el sacerdote, el levita y el judío
tenían la misma religión; el samaritano era un hereje), ni por su raza o nacionalidad o ideología (era precisamente el único de los tres que no la compartía con el judío), sino por
su actitud caritativa. Mi prójimo no es el que comparte mi religión, mi patria, mi familia o mis ideas. Mi prójimo es aquel con el cual yo me comprometo. Nos hacemos hermanos cuando nos comprometemos con los que tienen necesidad de nosotros, y tanto más cuanto más total es el compromiso. El samaritano no se contentó con «salir del paso» a medias. Lo curó, lo vendó, lo cargó, lo llevó a una posada y pagó todo lo necesario (Lc 10,3-35).
 
 El compromiso en el amor es la medida de la fraternidad. No somos hermanos si no
sabemos ser eficazmente compasivos hasta el fin.Para acercarse al judío, el samaritano tuvo que hacer un esfuerzo por salir de sí. Por aliviarse de su raza, su religión, sus prejuicios. «... Hay que saber que los judíos no se comunican con los samaritanos...» (Jn 4,9). Tuvo que dejar de lado su mundo y sus intereses inmediatos. Abandonó sus planes de viaje, entregó su tiempo y dinero. En cuanto al sacerdote y el levita, no sabemos si eran peores o mejores que el samaritano, pero si sabemos que no salieron de «su mundo». Sus proyectos, que no quisieron trastornar interrumpiendo su camino, eran más importantes para ellos que el llamado a hacerse hermano del herido; sus funciones rituales y religiosas las consideraron por encima de la caridad fraterna.

 El hacerse hermano del otro supone salir de «nuestro mundo» para entrar en «el mundo
del otro». Entrar en su cultura, su mentalidad, sus necesidades, su pobreza. El hacerse
hermano supone sobre todo entrar en el mundo pobre. La fraternidad es tan exigente y
difícil porque no consiste sólo en prestar un servicio exterior, sino en un gesto de servicio
que nos compromete, que nos arranca de nosotros mismos para hacernos solidarios con la
pobreza del otro. Del pobre nos separa nuestro mundo de riqueza, de saber y de poder.
Nos separan también las formas de convivencia y los prejuicios de una sociedad desintegrada, clasista y estratificadamente injusta. Hacerse hermano del otro en cuanto pobre y necesitado, como éxodo de mi mundo, adquiere las características de una reconciliación. Al tratar como prójimo al judío, el samaritano se reconcilia con él, y en principio con los de su raza. Cada vez que hacemos del otro nuestro prójimo y hermano, en circunstancias de conflicto y división personal, comunitario o social, nos reconciliamos con él. Que el rico se haga hermano del pobre significa que le hace justicia, estableciendo el proceso de una reconciliación social. Lo mismo habría que decir de los políticos separados por ideologías o de las razas y nacionalidades adversarias.

  La noción de prójimo proclamada por Jesús en su respuesta al doctor de la Ley conduce a la fraternidad universal, a la justicia y a la reconciliación. Hacernos prójimos del pobre y necesitado es la exigencia que nos plantea la interpretación que el mismo Cristo da al segundo mandamiento de la Ley. Esta exigencia es para cada uno de nosotros: «Vete y
haz tú lo mismo» (Lc 10, 37)

(·GALILEA-SEGUNDO-1. Págs. 267-273)

jueves, 3 de enero de 2013

La persona es el Pesebre de Jesús.


EL HOMBRE MORADA DE DIOS

            Un joven se puso a buscar la casa donde vivía Dios. La buscó por todas partes, por los sitios más recónditos y apartados. Preguntaba a todos y a todo lo que se cruzaba en su camino. Cuando preguntaba a los pájaros, éstos le respondían con sus mejores cantos. Si lo hacía a las flores del campo, éstas respondían lanzando su fragancia a los vientos. Si les preguntaba a los animales, éstos daban brincos y saltos de alegría. Incluso llegó a preguntarle al mar, y éste le respondió con una suave brisa marina. No había duda de que sabían de Dios, pero no encontraba su casa para poder estar con él.

            Preguntó a los hombres y mujeres que encontró por el camino y la hablaron maravillas sobre él. Pero de su casa, nada. Hasta que preguntó a un hombre que le respondió lo siguiente:

-          Si quieres encontrar su casa, vente conmigo y la descubrirás.

Aquel hombre le llevó hasta una aldea cercana, donde el hambre amenazaba a todos sus habitantes. El hombre le dijo que se desprendiera de todo lo que tuviera de comer y de valor, y lo compartiera con aquellas gentes. El joven, contrariado, le dijo:
-¿Y eso qué tiene que ver con encontrar a Dios? Si les doy todo lo que tengo, me quedaré sin nada.
Y aquel hombre le respondió:
-Cuando tu corazón esté desapegado de todo, y no te importe quedarte sin nada , descubrirás donde vive Dios.

El joven comenzó a compartir todo lo que tenía con aquellos necesitados, y mientras lo hacía, comenzó a sentirse bien, más lleno que nunca. Empezó a entender por qué brincaban los animales, por qué las flores lanzaban al viento su aroma y por qué todos hablaban maravillas de Dios. La casa de Dios estaba dentro de su corazón. Lo que buscaba por fuera lo tenía dentro. Ahora se había creado el espacio suficiente para que Dios pudiera vivir en su interior.

IDEAS PARA LA REFLEXIÓN

San Agustín escribió: "Él está en lo más íntimo de nuestro corazón, más adentro que nosotros mismos". Y lamentaba: Saber que tú estabas dentro de mí y que yo por fuera te buscaba. Tú estabas conmigo, pero yo no lo estaba contigo. Llamaste y clamaste y rompiste mi sordera".

            La historia se vuelve a repetir en cada ser humano que viene a este mundo. A nadie se le ahora el proceso de descubrir el tesoro que encierra su corazón. Todos estamos llamados a descubrir quién vive en nuestro interior.

            Difícil porque estamos acostumbrados a vivir en la superficie. Pocos son los que se aventuran a descubrir qué es lo que hay en sus adentros, porque son pocos los que están dispuestos a arrancarse del corazón todo aquello que no es propio de ellos.

           
            PREGUNTAS.

1.      ¿Buscas a Dios en tu vida? ¿Por qué? ¿Dónde y cómo lo buscas? Desde el texto ¿lo buscas correctamente?

2.      ¿Qué cosas te impiden descubrir la presencia
         de dios en lo que te rodea?

3.      ¿En qué momentos o situaciones descubres tú
       la presencia de Dios? ¿Puedes conectarlos con
       el texto?

4.      ¿Qué consecuencias ,crees o tienes
      la experiencia, puede tener encontrar a Dios?

5.      Si alguien te preguntara sobre tu vivencia
       de Dios ¿qué le dirías?
 

HÁBLAME DE DIOS

Dije al almendro: ¡Háblame de Dios!

Y el almendro floreció.

Dije al pobre: ¡Háblame de Dios!

Y el pobre me dio su capa.

Dije al sueño: ¡Háblame de Dios!

Y el sueño se hizo realidad.

Dije a la casa: ¡Háblame de Dios!

Y se abrió la puerta.

Dije a  un niño: ¡Háblame de Dios!

Y el niño me lo pidió a mi.

Dije a un campesino: ¡Háblame de Dios!

Y el campesino me enseñó a labrar.

Dije a la naturaleza: ¡Háblame de Dios!

Y la naturaleza se cubrió de hermosura.

Dije al amigo: ¡Háblame de Dios!

Y el amigo me enseño a amar.

Dije a un pequeño: ¡Háblame de Dios!

Y el pequeño sonrió.

Dije al ruiseñor: ¡Háblame de Dios!

Y el ruiseñor se puso a cantar.

Dije a un guerrero: ¡Háblame de Dios!

Y el guerrero dejó las armas.

Dije al dolor: ¡Háblame de Dios!

Y el dolor se transformó en esperanza.

Dije a la fuente: ¡Háblame de Dios!

Y el agua brotó.

Dije a mi madre: ¡Háblame de Dios!

Y mi madre me dio un beso en la frente.

Dije a la mano: ¡Háblame de Dios!

Y la mano se puso a servir.

Dije al enemigo: ¡Háblame de Dios!

Y el enemigo me tendió la mano.

Dije a la gente: ¡Háblame de Dios!

Y la gente se amaba.

Dije a la voz: ¡Háblame de Dios!

Y la voz no encontró palabras.

Dije a Jesús : ¡Háblame de Dios!

Y Jesús repitió el Padre Nuestro.

Dije, temeroso, al sol del atardecer:

¡Háblame de Dios!

El sol se ocultó sin decirme nada

Pero al día siguiente, al amanecer,  me sonrió de nuevo.