sábado, 26 de noviembre de 2011

ADVIENTO: CAMINO DE ESPERA Y ESPERANZA


Se aproxima el adviento. Se le puede poner muchos adjetivos. Primero es “camino”, es decir, movimiento, dinamismo, no estancamiento, no rutina, no inercia. Son palabras que todos los años nos proponemos, pero nos cuesta cumplir. Ese camino que hacemos andando tenemos que hacerlo juntos: acompañados por el hermano, pero con la meta en él, es decir, en Dios.

Flaco favor le hacemos a los demás y a nosotros mismos si nuestro adviento se reduce a la celebración litúrgica. Se quedaría en algo externo, superficial, en el sacrificio, evocando las palabras del profeta Oseas: misericordia quiero, no sacrificio (Os 6, 6)

Si recordamos las palabras de Jesús en el último domingo del tiempo ordinario (cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis), el amor al prójimo es exactamente igual al amor de Dios. Por tanto, lo que no hagamos por los necesitados, por los que sufren, por los perseguidos, por los oprimidos, no lo hacemos por Dios. Esas palabras tan radicales nos urgen a que el camino del adviento lo recorramos, lo vivamos de forma activa. Con el hermano en el centro (luego con Dios en el centro). Esas palabras de Mateo son nuestro mapa para el camino; nuestro bastón será el amor de Dios, que damos a los demás.

¿Qué esperamos en este adviento? ¿Qué debemos esperar? Esperamos al Dios hecho hombre, al Dios como nosotros, al Dios sufriente, al Dios cercano, al Dios que es amor.

Para ese acontecimiento tan trascendental en nuestra vida no solo debemos prepararnos en este adviento sino que toda nuestra vida debe ser un viaje de preparación. Pero con la suficiente madurez como para no poner como excusa ese viaje. Para no escudarnos en una eterna preparación. Un viaje es un medio, no un fin. El fin es la llegada, la meta, donde nos esperan paisajes maravillosos, experiencias maravillosas, personas maravillosas. ¿Cómo nos preparamos? No solo litúrgicamente sino estando al lado del que sufre. Estando al lado del necesitado estaremos al lado de Dios, preparados para lo que nos pida, para lo que necesite de nosotros.

Igual que el camino del adviento es un camino activo, la espera también tiene que serlo. Es decir, una espera con esperanza. Si nuestro mapa es el evangelio y nuestro bastón el amor de Dios, nuestra ropa para ese camino es la esperanza. Una ropa maravillosa que Mateo compara con los lirios del campo. ¿A qué si no se refiere el evangelista? ¿Qué es ese mandato de no preocuparse de nada sino tener esperanza?

Esperanza no solo en un paraíso futuro en el que no haya lágrimas ni llantos. La esperanza evangélica es en el prójimo, en el hombre. Esperanza en que este mundo (formado por hombres) es posible que sea mejor. Esperanza en que nuestra participación en este mundo va a ser fructífera, duradera y merecedora de nuestro esfuerzo.

La esperanza teórica no sirve para nada. La esperanza tiene que adaptarse a nuestro cuerpo, ser cómoda, tenemos que estar cómodos con ella, tiene que ser duradera, de calidad.

Con estas vestiduras, dignas del mismísimo Apocalipsis, con estos ingredientes, estaremos preparados para el viaje de nuestra vida. Una vida a ser vivida en común, compartiendo bienes, amores, generosidades, alegrías, sufrimientos,… Una vida compartida y vivida con el otro, con el otro como centro, con Dios en el centro.


JOSÉ GALLARDO ALBERNI, josegallardoalberni@gmail.com

EL PUERTO DE SANTA MARÍA (CÁDIZ).

ECLESALIA,


miércoles, 16 de noviembre de 2011

Capitulo General


XVII Capítulo General de las Hermanas de la Consolación Roma, 11 de noviembre de 2011 Gonzalo Fernández Sanz, CMF

Introducción
En 1949 el filósofo marxista Ernst Bloch publicó su famosa obra “El Principio Esperanza”.
Muchos años después, en 1992, el teólogo Jon Sobrino publicó “El Principio Misericordia”2. En su
obra, este teólogo español, afincado en El Salvador, afirma que “por Principio-Misericordia
entendemos aquí un específico amor que está en el origen de un proceso, pero que además
permanece presente y activo a lo largo de él, le otorga una determinada dirección y configura los
diversos elementos dentro del proceso. Ese Principio-Misericordia –creemos– es el principio
fundamental de la actuación de Dios y de Jesús, y debe serlo de la Iglesia”.
Quizá nosotros, en el contexto de este XVII Capítulo General, podríamos hablar del
“principio consolación” como una manera de situarnos ante la realidad de Dios y de los hombres.
Porque, en medio de la batalla de la vida, os sentís consoladas por Dios, podéis ser también
consolación para los demás.
La experiencia de sentirse consolados es una experiencia mística. Ésta, por su misma
naturaleza, no es el resultado de un aprendizaje autónomo sino un don que ofrece “una forma
especial de conocimiento de Dios que se caracteriza por su condición experimental y por llegar a
Dios más allá de lo que permiten alcanzar el conocimiento por lo que otros cuentan de él y el
conocimiento por conceptos”3. Es, dicho con una fórmula clásica, una “cognitio Dei
experimentalis”.
Desde esta perspectiva se comprende mejor el alcance de la famosa “profecía” rahneriana:
“El cristiano del futuro o será un místico, es decir, una persona que habrá experimentado algo, o
no será cristiano”. Por místico, pues, entendemos un explorador del Misterio, no un simple cartógrafo, alguien que ha tenido una experiencia de encuentro con Dios, que habla
simbólicamente de lo que “ha visto y oído” (cf. 1 Jn 1,1-4) y que conduce una existencia
transfigurada y luminosa que puede guiar a los demás. ¿No es precisamente éste el aporte a la
iglesia y a la humanidad que se espera de los consagrados en momentos de desorientación?
Necesitamos más exploradores (hombres y mujeres que “hayan experimentado algo”) y menos
cartógrafos (hombres y mujeres que se limitan a dibujar mapas teológicos, canónicos o
formativos)
Como preparación para la experiencia de este Capítulo General, creo que es bueno que
caigamos en la cuenta de la llamada que habéis recibido a ser “mujeres de experiencia”. A partir
de aquí, se puede entender todo lo demás. La experiencia mística anticipa en el presente, siquiera transitoriamente, el encuentro final. Por eso, es capaz de sostener la esperanza cuando no parecen existir motivos para ella. En momentos de crisis como el actual, caracterizado por la falta de esperanza, la mística se hace más necesaria. La experiencia mística transparenta la gloria de Dios en la fragilidad de nuestra condición humana. El beato John Henry Newman supo acuñar una hermosa fórmula para dibujar este viaje de ida y vuelta (exitus-redditus): “La gracia es la gloria en el destierro; la gloria es la gracia en casa”.
¿Cómo vivir hoy esta experiencia? ¿Qué camino nos conduce a ella? Antes de sugerir
algunas pistas sobre el camino de la experiencia mística en la vida consagrada y sobre el
significado de los consejos evangélicos, es preciso acercarnos brevemente al símbolo del camino y
a la etapa umbral de búsqueda-acogida.
1. “Indícame el camino que he de seguir” (Sal 142,8)
Preguntarse por el sentido de la vida – Estar abiertos al adviento de Dios
(búsqueda-acogida)
1.1. La espiritualidad en la encrucijada de caminos
A la vista del pluralismo que caracteriza hoy la interpretación de la vida humana, de la
diversidad de caminos que se abren ante nuestros ojos, es normal que supliquemos a Dios con el
salmista: “Indícame el camino que he de seguir” (Sal 142,8). Podríamos reconocernos también en
la pregunta que el apóstol Felipe formula a Jesús en el cuarto evangelio. Como él, quisiéramos
seguir al Maestro, pero no sabemos cómo porque tenemos la impresión de que es un guía
experto, pero “ausente”: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”
(Jn 14,15). Nos resulta difícil encontrar respuesta a las preguntas esenciales: ¿Cuál es nuestro
itinerario en la vida? ¿Hacia dónde nos dirigimos? ¿Qué sentido tiene lo que hacemos? ¿Cómo
vivir significativamente nuestra vocación religiosa en este mundo tan cambiante? En contra de las predicciones que se hacían en la segunda mitad del siglo pasado acerca de
la pronta desaparición de las religiones y del predominio del paradigma positivista, hoy la
espiritualidad está de moda7. El término espiritualidad engloba, ciertamente, fenómenos muy
dispersos y, en ocasiones, contradictorios. Abarca desde el fundamentalismo religioso hasta el
redescubrimiento de la oración, pasando por fenómenos como la new age, prácticas como la
meditación trascendental o las terapias de sanación integral. Se llega a hablar de ella como de un
fenómeno “salvaje”8 y como “la luz de la nada”9. Hay incluso “místicos de la ausencia de Dios” (T.S. Eliott, Paul Celan, E. M. Cioran). Pero, en cualquier caso, en medio de esta gran diversidad, existe un denominador común: el deseo de ir más allá de un estilo de vida basado en la mera satisfacción de las necesidades materiales. A veces, se expresa como nostalgia del paraíso perdido; otras, como anhelo de una patria nueva.
Esta búsqueda espiritual se realiza a menudo al margen de las religiones tradicionales y de
las iglesias instituidas.
Todo peregrino es, en el fondo, un buscador. Quizá sea esta la categoría que mejor aglutina a creyentes y humanistas. Lo que los seres humanos hacemos (ciencia, técnica, arte, política,religión, etc.) es, en definitiva, una búsqueda del sentido de la vida, de la plenitud personal y –aunque no siempre lo interpretemos así– una “búsqueda de Dios”. Desde que llegamos al uso de la razón, no hacemos otra cosa –en expresión del teólogo González de Cardedal– que preguntarnos por el qué de la realidad por si acaso ese qué fuera un quién y ese quién tuviera algo que ver con nosotros y nosotros con él. Quizá nadie como san Juan de la Cruz ha sabido expresar
con más hondura esta experiencia de “ausencia-búsqueda-encuentro” propia del camino
espiritual: “¿Adónde te escondiste, / amado, y me dejaste con gemido? / Como el ciervo huiste, /
habiéndome herido; / salí tras ti, clamando, y eras ido”. Todo su Cántico Espiritual10 es un poema en el que se describe el itinerario agónico de la búsqueda de Dios: “Buscando mis amores, / iré por esos montes y riberas; / ni cogeré las flores, / ni temeré las fieras, / y pasaré los fuertes y fronteras”.
Hoy hablamos mucho de la búsqueda de Dios también en el ámbito de la vida consagrada.
La instrucción de la CIVCSVA sobre Autoridad y Obediencia (2008) recupera esta clave para
entender esta forma de seguimiento de Cristo: “La vida consagrada, llamada a hacer visibles en la Iglesia y en el mundo los rasgos característicos de Jesús, virgen, pobre y obediente, florece en esta búsqueda del rostro del Señor y del camino que a Él conduce (cf. Jn 14,4-6)” (n. 1). Pero, ¿es
suficiente hablar de “búsqueda de Dios” para expresar la tensión propia del camino espiritual?
¿No tendríamos que reconocer, más bien, que es Dios quien nos busca y encuentra? ¿No es ésta
precisamente la gran novedad del cristianismo en relación con otras religiones? En realidad,
ambos movimientos (búsqueda y encuentro) van unidos. Jesús nos habla de Dios como de un
padre que, cuando el hijo que se había puesto en camino aún estaba lejos, “profundamente
conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos” (Lc 15,20). Es Dios
quien da el primer paso, quien suscita en nosotros el deseo de buscarlo. La tensión entre la
búsqueda y el encuentro la sintetizó hermosamente el poeta Antonio Machado: “Por todas partes
te busco / sin encontrarte jamás, / y en todas partes te encuentro / solo por irte a buscar”11. En
realidad, como Jesús nos dice, no buscaríamos si no fuéramos impulsados y atraídos por Dios
mismo: “Nadie conoce al Padre sino el Hijo y a quien el Hijo que lo quiere revelar” (Lc 10,22).
Despertar el deseo es ya el primer fruto de la experiencia mística porque nos saca del letargo y nos
prepara para reconocer los signos de Dios en la intemperie de la vida cotidiana.
(Continuará)

jueves, 10 de noviembre de 2011

¿A que llamamos discernimiento vocacional?


Uno de los grandes retos que deberás enfrentar en tu vida es el de encon­trar tu lugar en la sociedad y en la Iglesia.

Para ti, que buscas tu vocación, describiré siete pasos que te pueden ayu­dar a discernir el proyecto de Dios sobre ti.


Aunque me referiré directamente a las vocaciones consagradas (en la vi­da religiosa, en el sacerdocio, etc.), los pasos que enumeraré se pueden apli­car para el discernimiento de cualquier vocación, estado de vida o profesión.

1. Oración

“Señor ¿Qué quieres que haga?” Hch 22, 10

La vocación no es algo que tú inventas; es algo que encuentras. No es el plan que tú tienes para tu vida, sino el proyecto de amistad que Jesús te propone y te invita a realizar. No es principalmente una decisión que tú tomas sino una llamada a la que respondes.

Si quieres descubrir tu vocación, dialo­ga con Jesús. Sólo mediante la oración po­drás encontrar lo que Dios quiere de ti. En la oración, el Espíritu Santo afinará tu oído para que puedas escuchar.

En el diálogo de amistad con Jesús podrás oír su voz que te llama: “ven y sígueme” (Lc 18, 22); o bien, escucharás que te dice: “vuelve a tu casa y cuen­ta todo lo que Dios ha hecho por ti” (Lc 8, 39).

2. Percepción

“Había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos y aun­que yo hacía esfuerzos por ahogarlo, no podía”. Jr 20, 9

Para descubrir lo que Dios quiere de ti tienes que escuchar, mirar y experimentar. Para esto necesitas hacer si­lencio interior y exterior; el ruido te impide percibir.

Está atento a lo que se mueve en tu interior: tus de­seos, tus miedos, tus pensamientos, tus fantasías, tus in­quietudes, tus proyectos. Escucha tanto a los que aprueban tu inquietud como a los que la critican. Escu­cha tu corazón: ¿qué es lo que anhelas? Aprende a mi­rar a los hombres que te rodean: ¿qué te está diciendo Jesús a través de su pobreza, de su ignorancia, de su do­lor, de sus desesperanzas, de su necesidad de Dios...?

Ve tu historia: ¿Por cuál camino te ha llevado Dios? ¿Cuáles han sido los acontecimientos más importantes de tu vida?, ¿de qué manera Dios estuvo presente o ausente en ellos? ¿Qué personas concretas han sido significativas para ti?, ¿por qué? Contempla el futuro: ¿qué experimentas al pensar en la posibilidad de consagrar tu vida a Dios? Tienes sólo una vida, ¿a qué quieres dedicarla?

Ten cuidado en discernir si tu inquietud y la atracción que sientes son sig­nos de una verdadera vocación consagrada o son manifestaciones de que Dios quiere que intensifiques tu vida cristiana como seglar.

Al dar este paso podrás decir: “Tal vez Dios me esté llamando...” “Siento la inquietud de consagrar mi vida a Dios”.

3. Información

“Observen cómo es el país y sus habitantes, si son fuertes o débiles, escasos o nume­rosos; cómo es la tierra, buena o mala; cómo son las ciudades que habitan, de tiendas o amuralladas; cómo es la tierra fértil o estéril; con vegetación o sin ella”. Nm 13, 18-20

Los caminos para realizar la vocación consagrada son múltiples. No basta con querer entregar tu vida a Dios y desear dedicarte al servicio de tus herma­nos. Es necesario saber dónde quiere Dios que tú lo sirvas.

Para descubrir tu lugar en la Iglesia es conveniente que conozcas las diver­sas vocaciones. Investiga cuál es la espiritualidad que viven los sacerdotes dio­cesanos o las diferentes congregaciones religiosas; y siente cuál de ellas te atrae. Ve cómo viven: no es lo mismo una congregación contemplativa que una de vida apostólica. Infórmate sobre cuál es su misión y por qué medios preten­den realizarla: enseñanza, hospitales, dirección espiritual, promoción vocacio­nal, misiones, predicación de ejercicios, medios de comunicación, etc. Conoce quiénes son los principales destinatarios de su apostolado: jóvenes, pobres, sa­cerdotes, enfermos, niños, seminarios, ancianos, etc.

Aunque ordinariamente cuando se experimenta la inquietud vocacional se siente también el atractivo por una ‘vocación específica, vale la pena que dedi­ques algunas horas a informarte más a fondo sobre esa vocación y sobre otras. Y si al final te decidieras por la que en el principio te inclinabas, el tiempo em­pleado en informarte no habrá sido desperdiciado.

Al dar este paso podrás decir: “Me atrae la espiritualidad, el estilo de vida y el apostolado de esta congregación”. “Posiblemente Dios me está llamando a ingresar al noviciado o al seminario”.

4. Reflexión

“Si uno de ustedes quiere construir una torre ¿no se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla? No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pu­diendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: “Este comenzó a edificar y no pudo terminar”. Lc 14, 28-30

La vocación es una empresa demasiado grande, ¡y es para toda la vida! Por eso no te puedes lanzar sin antes haber reflexionado seriamente sobre ti y so­bre la vida que pretendes abrazar.

Descubre cuáles son tus capacidades y limitaciones. Piensa si podrás vivir las exigencias que implica la vocación -contando desde luego con la gracia de Dios-. ¿En qué signos concretos te basas para pensar que Dios te llama? ¿Qué razones en favor y en contra tienes para emprender ese camino? ¿Qué es lo que te atrae y qué lo que no te gusta de ese estado de vida?

Dios te pide que te comprometas responsablemente en el discernimiento de su voluntad. Quiere que utilices tu inteligencia para buscar tu vocación. Con la luz del Espíritu Santo podrás descubrir lo que Dios quiere de ti.

No pienses que llegarás a tener certeza absoluta de lo que Dios quiere de ti: algo así como tener un contrato firmado por El, en el que te revelara su volun­tad. Lo que encontrarás serán signos que indican cuál podría ser el proyecto de amistad que tiene para ti.

Al descifrar esos signos podrás tener certeza moral de su llamado. Yo tengo certeza absoluta de que no puede haber un círculo cuadrado, y tengo certeza moral de que la silla en la que estoy sentado no se va a romper. La certeza moral es la que necesitas para actuar

Al dar este paso podrás decir: “Creo que Jesús me llama”. “Creo que, con la ayuda del Espíritu Santo, podré responder”.

5. Decisión

“Te seguiré vayas adonde vayas” Lc 9, 57

Habiendo descubierto lo que Dios quiere de ti, decídete a seguirlo.

Tomar tal decisión es difícil. Sentirás miedo. Tus limitaciones te parecerán montañas: “¡Ay Señor mío! Mira que no sé hablar, que soy un muchacho” (Jr 1, 6). Sin embargo, a pesar de tus limitaciones -o mejor con todas ellas-, responde como Isaías:

“Aquí estoy, Señor, envíame” (Ls 6, 8).

Decir el “sí” con el cual comprometes toda tu vida es una gracia. Pídele al Espíritu Santo que te dé esa capacidad de respuesta. No afrontar la decisión equivale a desperdi­ciar tu vida.

Para iniciar el camino de la vocación no esperes tener certeza absoluta de que Dios te llama (“el contrato firmado”); te basta la certeza moral. La decisión es un paso en la fe; en un acto de confianza en tu amigo Jesús.

Al decidirte a seguir radicalmente a Jesús es normal que tengas dudas de si podrás con las exigencias y si llegarás al final. Pero de lo que no puedes dudar es de lo que tú quieres.

Al dar este paso podrás decir: “Quiero consagrar mi vida a Dios en el servi­cio de mis hermanos”. “Quiero ingresar en esta congregación religiosa”. “Quiero ser sacerdote”.

6. Acción

“Jesús los llamó. Inmediatamente dejaron la barca y a su padre y lo siguieron”.

Mt 4, 21-22

Una vez tomada la decisión, ¡lánzate! No te dejes vencer por el miedo; lánzate sin miedo.

Pon todos los medios que estén a tu alcance para realizar lo que has decidido. No cedas a la tentación de diferir tu ingreso a una casa de formación: “Te seguiré, Señor; pero déjame pri­mero...”. (Lc 9, 61). Con tu decisión has comprometido todos los momentos posteriores; en el futuro busca cómo ser fiel. La única manera de realizar el proyecto de Dios es la fidelidad de cada día. Vive todo momento en coherencia con lo que has de­cidido; dirige cada paso hacia la meta.

¿Y cuando venga la dificultad? ¡Perseverar! El camino que emprenderás es difícil; más de lo que ahora crees. Prepárate pa­ra la lucha; deberás enfrentar problemas y superar obstáculos. Jesús te dice: “El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue cada día con su cruz y me siga” (Lc 9, 23).

El sendero es arduo, pero María te acompaña y el Espíritu Santo te forta­lece para que puedas recorrerlo. Además, no se trata de cargar hoy la cruz de toda la vida, sino sólo la de hoy; y así cada día. Al dar este paso podrás de­cir, como Pedro: “Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mc 10, 28).

7. Dirección Espiritual o Acompañamiento

“Levantate y vete, a Damasco, allí se te dirá todo lo que está establecido que hagas”. Hch 22,10

La dirección espiritual no es, en realidad, un paso más en el proceso de dis­cernimiento vocacional; es un recurso que puedes aprovechar en cada uno de los pasos anteriores.

El director espiritual te motivará a orar y a percibir los signos de la volun­tad de Dios; te indicará dónde obtener la información y te ayudará a reflexio­nar En el momento de la decisión se alejará de ti para que tú, frente a Jesús, li­bremente respondas a su llamada. Te ayudará a que te prepares conveniente­mente para ingresar en una casa de formación. Su oración y sacrificio por ti te alcanzarán del Espíritu Santo, la luz para descubrir tu vocación y la fuerza pa­ra seguirla.

Si bien es cierto que la vocación es una llamada de Dios que nadie puede es­cuchar por ti ni responder a ella en tu lugar, también es cierto que necesitas de alguien que te acompañe en tu discernimiento vocacional.

Es fácil hacerse ilusiones: podrías creer que es un llamado de Dios lo que tal vez sea sólo un deseo tuyo, o bien podrías pensar que no tienes vocación cuan­do en realidad Dios te está llamando. Dialoga con tu director espiritual para clarificar la autenticidad de tu vocación.

Jesucristo, después de habérsele aparecido a Pablo en el camino de Damas­co, le dijo que fuera con Ananías y que éste le indicaría cuál era la voluntad de Dios. Aunque Cristo hubiera podido decirle a Pablo lo que quería de él, quiso valerse de Ananías para hacerle descubrir su vocación (cf Hch 22, 10-15).

En el discernimiento del proyecto de Dios sobre ti no puedes prescindir de la mediación de la Iglesia.

Descubrir tu vocación no es fácil, pero tampoco es imposible Si con since­ridad te pones a buscar la voluntad de Dios y realizas los pasos que aquí te su­giero, creo que podrás encontrarla.

De muchas maneras Dios te está revelando la manera como quiere que co­labores en la instauración de su reino. El es el más interesado en que tú descu­bras y realices tu vocación. Por eso haz oración, dialoga con tu director espiri­tual, percibe, infórmate, reflexiona, decídete y actúa.

viernes, 4 de noviembre de 2011

ENCENDER UNA FE GASTADA

La primera generación cristiana vivió convencida de que Jesús, el Señor resucitado, volvería muy pronto lleno de vida. No fue así. Poco a poco, los seguidores de Jesús se tuvieron que preparar para una larga espera. No es difícil imaginar las preguntas que se despertaron entre ellos. ¿Cómo mantener vivo el espíritu de los comienzos? ¿Cómo vivir despiertos mientras llega el Señor? ¿Cómo alimentar la fe sin dejar que se apague? Un relato de Jesús sobre lo sucedido en una boda les ayudaba a pensar la respuesta. Diez jóvenes, amigas de la novia, encienden sus antorchas y se preparan para recibir al esposo. Cuando, al caer el sol, llegue a tomar consigo a la esposa, los acompañarán a ambos en el cortejo que los llevará hasta la casa del esposo donde se celebrará el banquete nupcial. Hay un detalle que el narrador quiere destacar desde el comienzo. Entre las jóvenes hay cinco «sensatas» y previsoras que toman consigo aceite para impregnar sus antorchas a medida que se vaya consumiendo la llama. Las otras cinco son unas «necias» y descuidadas que se olvidan de tomar aceite con el riesgo de que se les apaguen las antorchas. Pronto descubrirán su error. El esposo se retrasa y no llega hasta medianoche. Cuando se oye la llamada a recibirlo, las sensatas alimentan con su aceite la llama de sus antorchas y acompañan al esposo hasta entrar con él en la fiesta. Las necias no saben sino lamentarse: «Que se nos apagan las antorchas». Ocupadas en adquirir aceite, llegan al banquete cuando la puerta está cerrada. Demasiado tarde. Muchos comentaristas tratan de buscar un significado secreto al símbolo del «aceite». ¿Está Jesús hablando del fervor espiritual, del amor, de la gracia bautismal…? Tal vez es más sencillo recordar su gran deseo: «Yo he venido a traer fuego a la tierra, y ¿qué he de querer sino que se encienda?». ¿Hay algo que pueda encender más nuestra fe que el contacto vivo con él? ¿No es una insensatez pretender conservar una fe gastada sin reavivarla con el fuego de Jesús? ¿No es una contradicción creernos cristianos sin conocer su proyecto ni sentirnos atraídos por su estilo de vida? Necesitamos urgentemente una calidad nueva en nuestra relación con él. Cuidar todo lo que nos ayude a centrar nuestra vida en su persona. No gastar energías en lo que nos distrae o desvía de su Evangelio. Encender cada domingo nuestra fe rumiando sus palabras y comulgando vitalmente con él. Nadie puede transformar nuestras comunidades como Jesús. POCO SENSATOS Son bastantes las parábolas en que Jesús repite de una manera o de otra el mismo mensaje:«Lo mejor que tenéis es la esperanza. No la estropeéis. Mantenedla viva. No apaguéis vuestro anhelo de vida eterna. Esperad con el corazón ardiendo. Sed lúcidos. No hay nada más triste que una persona «acabada» que ha perdido la esperanza en Dios». Jesús no utiliza un lenguaje moral. Para él, dejar que se apague en nosotros la esperanza no es un pecado, es una insensatez. Las jóvenes de la parábola que dejan que se apague su lámpara antes de que llegue el esposo son «necias» pues no han sabido mantener viva su espera. No se han ocupado de lo más importante que ha de hacer el ser humano: esperar a Dios hasta el final. No es fácil escuchar hoy este mensaje. Hemos perdido capacidad para vivir algo intensamente de manera duradera. El paso del tiempo lo desgasta todo. Al hombre de nuestros días sólo parece fascinarle lo nuevo, lo actual, el momento presente. No acertamos a vivir algo de manera viva y permanente sin dejarlo languidecer. ¿Cómo mantener viva la esperanza hasta el final? Nosotros hemos encontrado otra manera más razonable y sensata para vivir con tranquilidad. Somos maestros en hacer toda clase de cálculos y previsiones para no correr riesgos y alejar de nuestra vida la inseguridad. Nos preocupamos de asegurar nuestra salud y garantizar nuestro nivel de vida; planificamos nuestra jubilación y nos organizamos una vejez serena y tranquila. Todo ello está muy bien, pero, no dejamos de ser insensatos si no reconocemos algo que es claro y evidente: todas estas seguridades fabricadas por nosotros son inseguras. La advertencia evangélica no es irracional o absurda. Jesús invita sencillamente a vivir en el horizonte de la vida eterna, sin engañarnos ingenuamente sobre la caducidad y los límites de esta vida: «¿Qué previsiones hacéis más allá de lo visible y perecedero?, ¿dónde pensáis encontrar seguridad cuando se desmoronen vuestras seguridades?» Mantener despierta la esperanza significa no contentarse con cualquier cosa, no desesperar del ser humano, no perder nunca el anhelo de «vida eterna» para todos, no dejar de buscar, de creer y de confiar. Aunque no lo sepan, quienes viven así están esperando la venida de Dios. ENVEJECER CON SABIDURIA Envejecer no es una desgracia. Nuestra vida tiene su ritmo y no lo podemos alterar. La verdadera sabiduría consiste en saber aceptarlo sin amargura ni enojos inútiles, tal como Dios lo ha querido para cada uno de nosotros. Saber caminar en paz, al ritmo de cada edad, disfrutando del encanto y las posibilidades que nos ofrece cada día que vivimos. En una sencilla parábola, Jesús nos pone en guardia ante un peligro que acecha siempre al ser humano pero que puede acentuarse en los últimos años. El peligro de gastarnos, "quedarnos sin aceite", dejar que el espíritu se apague en nosotros. Sin duda, la vejez trae consigo limitaciones inevitables. Nuestro cuerpo no nos responde como quisiéramos. Nuestra mente no es tan lúcida como en otros tiempos. El contacto con el mundo que nos rodea puede hacerse más difícil. Pero nuestro mundo interior puede crecer y ensancharse. Cuando han terminado ya otras preocupaciones y trabajos que nos han tenido tantos años lejos de nosotros mismos, puede ser el momento de encontrarnos por fin con nosotros y con Dios. Es el momento de dedicarnos a lo realmente importante. Tenemos tiempo para disfrutar de cada cosa por pequeña que nos parezca. Podemos vivir más despacio. Descansar. Hacer balance de las experiencias acumuladas a lo largo de los años. Tal vez, sólo el anciano puede vivir con verdadera sabiduría, con sensatez y hasta con humor. Él sabe mejor que nadie como funciona la vida, cuánta importancia le damos a cosas que apenas la tienen. Sus años le permiten mirarlo todo con más realismo, con más comprensión y ternura. Lo importante es no perder la energía interior. Cuando nos quedamos vacíos por dentro, es fácil caer en la amargura, el aburrimiento, el desequilibrio emocional y mental. Por eso, cuánto bien puede hacerle a la persona avanzada en años el pararse a rezar despacio y sin prisas, con una confianza total en ese Dios que mira nuestra vida y nuestras debilidades con amor y comprensión infinitas. Ese Dios que comprende nuestra soledad y nuestras penas. El Dios que nos espera con los brazos abiertos. Jesús tenía razón. Hemos de cuidar que no se nos apague por dentro la vida. Si no encontramos la paz y la felicidad dentro de nosotros, no las encontraremos en ninguna parte. Como ha dicho alguien con ingenio, lo importante no es añadir años a nuestra vida sino añadir vida a nuestros años.
Pagola

martes, 1 de noviembre de 2011

MAS ALLA DEL CORAZON


COMENTARIO

DEBORAH YOUNGA
Viendo la invasión nazi a Polonia con los ojos de un niño, esta película describe su mundo de pesadillas en una mezcla de sentimentalismo profesional hollywoodesco y realismo europeo. El director Yurek Bogayevicz y otrps miembros del equipo de filmación y del reparto son polacos, mientras que Haley Joel Osment es un niño judío que se convierte en gentil y Willem Dafoe es un atormentado sacerdote que realiza una labor inusual y humana.
Osment muestra un inusual despliegue emocional desde la primera escena de apertura, como el joven Romek que es enviado por sus padres desde Cracovia fuera de la ciudad, a una familia del campo, que hará pasar al rubio niño judío como un sobrino, a pesar de las sospechas de los vecinos inescrupulosos. Por otro lado, el sacerdote de la aldea, entrena al niño en el catecismo católico mientras respeta su herencia judía, quizá un caso muy raro, pero conmovedoramente descripto.
Cuando la película se aparta de sus esterotipos, encuentra su equilibrio en el mundo de la niñez y sus desviaciones bizarras de tiempos de guerra. Los niños pasan sus días jugando un juego peligroso emulando a Jesús y sus discípulos. También son testigos de las crueles conductas de los nazis y el espectáculo de los judíos desesperados saltando de los trenes.
Osmont centra la película en la figura de Romek, en un meditado y elaborado retrato de su personaje. Dafoe con cierta disparidad, elabora su personaje del sacerdote, angustiado y desesperado en su intento, muchas veces inútil, por salvar las vidas de los judíos que buscan la salvación. Los actores polacos desempeña adecuadamente sus roles hablando en inglés, sorprendiendo positivamente al desarrollar el guión.
Una película acerca de las atrocidades de la guerra y los temores de la adolescencia, acerca del crecimiento, acerca de las terribles circunstancias de un niño judío que es ocultado por una familia de campesinos polacos para no caer en manos de los nazis y lo cría como si fuera su propio hijo. Se destaca que esta película no fue exhibida en Estados Unidos.